/ domingo 22 de septiembre de 2024

A 34 años del desastre: el “Sábado Negro” / Última parte

Por: Óscar A. Viramontes Olivas

violioscar@gmail.com


En aquellos días posteriores al trágico desastre del “Sábado Negro”, me llamó un buen amigo, médico especialista, don Raúl E. Madrid D., ginecólogo de la Clínica del Centro, quien me manifestó compartir algunas de las vivencias experimentadas junto a su padre, don J. Bienvenido Madrid Álvarez, en la tragedia del 22 de septiembre de 1990, donde ese día por la mañana, comenta don Raúl: “Salía del Hospital de Ginecología y Obstetricia número 15 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) de la ciudad de Chihuahua, por cierto, eran las primeras guardias como ginecólogo, y como de costumbre, había mucho trabajo; me dirigí a la colonia Villa Juárez hacia la calle Soto Gama y Tercera, donde vivía con mi amada esposa, Rossana Mendoza, y nuestra bebé Karen, de dos meses de edad. En ese instante, el clima estaba templado, el cielo seminublado, y el ambiente especialmente tranquilo. Desayunamos los dos y leíamos con atención las noticias del Heraldo de Chihuahua, porque estaba buscando renovar mi automóvil, ya que, teníamos uno de línea Lebaron K-1984, Dodge y, al ser la época de la entrada de los autos “chocolates” que, portaban placas amarillas y verdes de ONAPPAFA.

Dramáticas escenas de muchos sectores de la ciudad de Chihuahua, fueron arrasados por las corrientes furiosas de la tormenta (Foto: APCUCh).

“Mi esposa alistó todo lo necesario para nuestra bebé, y nos dirigimos con mis padres a la calle 32 y Terrazas, en la colonia Pacífico, donde la encargamos con ellos, los cuales mencionaron que querían acompañarme a dejar a mi esposa al Hospital Central. En el camino por la calle 32 y 20 de Noviembre, tuve que detenerme en una farmacia a comprar un termómetro que me hacía falta para la consulta, cuando eran pasadas las 20:00 horas y empezaba a llover de forma ligera. Dejamos a mi esposa en el hospital y aumentaba poco la lluvia, para lo cual me dirigí hacia el bulevar José Fuentes Mares, y recuerdo que aumentaba la precipitación a la altura de la Independencia, ahora sí, de forma considerable. Dejé a mis padres en la casa de Villa Juárez, y fui a ver a la niña a domicilio, continuando la lluvia con la misma intensidad ayudándome los papás del infante a cubrirme para poder llegar al carro. Eran aproximadamente las 22 horas, y hubo un gran apagón en la colonia. Momentos después, llegué a casa, y mi papá me estaba esperando en la puerta, preocupado porque no había llegado, y porque la tormenta estaba cayendo de forma considerable. Nos esperamos un rato y al disminuir, tuve que conducirme hacia la calle Kennedy hasta el bulevar Fuentes Mares cuando el panorama cambió notablemente, encontrándome con un escenario caótico en esa vialidad; venían autobuses foráneos en sentido contrario, así como varios carros sonando el claxon y gente desesperada porque no podía avanzar.

“Lentamente me dirigí hacia las vías donde ahora está el puente a la altura de la Soriana Fuentes Mares, allí el escenario ya era de terror; recuerdo que ya se había formado un verdadero río, y al conducir, observaba cómo el agua iba subiendo hasta llegar a la altura de los espejos retrovisores de mi carro, cubriendo el cofre casi en su totalidad. Volteé desesperado la mirada hacia mi papá, y recuerdo que al ver su cara, me tranquilizó totalmente, y con una calma admirable me comenta: “Conduce muy lento hijo, no frenes, pero no sueltes el acelerador”, así me sugería sabiamente en ese terrible momento. Como una película que pasaba por enfrente de mí, prácticamente nadando un automóvil Montecarlo y un Crown Victoria abandonados y arrastrados por la corriente, lo que me obligó a frenar, temiendo que se apagara el motor, lo que afortunadamente no ocurrió. El auto en el que íbamos quedó totalmente enlodado por dentro, y nunca se pudo limpiar por completo, por lo cual se vendió al mes de lo ocurrido demasiado barato y un año después, me tocó verlo en la ciudad de Parral. En ese momento, atravesé la Independencia y Fuentes Mares, cuando veo por fin que logramos estar a salvo, escuchando la voz firme de mi papá que me dijo: “Estaciónate aquí a la derecha”. Le pregunté sorprendido y asustado que para qué, y él me respondió: “Vamos a ver en qué podemos ayudar a esta pobre gente”, y antes de que yo pudiera decir nada, él ya estaba abriendo la puerta y tratando de bajarse del auto, con la dificultad que le ocasionaba el problema para respirar a causa de la insuficiencia cardiaca que padecía desde hacía tres años, y que me lo arrebataría en menos de seis meses después. Aquí, quiero hacer un paréntesis, para mencionar cómo hacen falta hombres como mi padre, el señor don J. Bienvenido Madrid Álvarez, al igual que mi tío Raúl, el suegro Jesús Mendoza Sigala, hombres firmes, honrados con una nobleza admirable.


“Eran cerca de las 23:00 horas del sábado, y estuvimos aproximadamente como una hora y media haciendo lo poco que podíamos; mi padre, dando indicaciones, y colocando piedras para que las personas pudieran caminar por los arroyos que se formaban; empujando algunos autos; improvisando sogas con las que se jalaban, secando cables, incluso con su camisa. Por supuesto que a mí se me cargaba el cansancio, pero veía de reojo cómo él parecía disfrutar el ayudar a las personas y eso me daba fuerzas para continuar haciendo lo poco que podía hacer. En todo este tiempo, no recuerdo haber visto ninguna unidad de protección civil ni autoridades por esa zona, sólo torretas encendidas a lo lejos, pero nadie coordinando ninguna acción. Las autoridades se vieron totalmente superadas por lo intempestivo de lo ocurrido. Pasada la medianoche, regresamos al auto; subo por la Independencia y Ocampo, rodeando varias lagunas que se habían hecho hasta la Terrazas, donde recuerdo haber visto varias ramas de árboles tiradas en la calle, pero nunca me imaginaba la magnitud de lo ocurrido.

Dramáticas escenas se observan en el arroyo de la Cantera, después del diluvio (Foto: APCUCh).

“Mi mamá, doña María Domínguez de Madrid, nos estaba esperando en la puerta, asustada, con nuestro bebé en brazos, diciéndonos que en la 32 y Terrazas el nivel del agua había rebasado la banqueta, por lo que tuvo que desalojarla con baldes con Karen la bebé a cuestas. El cansancio me hizo rendirme y como a la una y media de la madrugada del 23 de septiembre, entre sueños y despertando, recordé a mi hermano Luis que llegaba diciendo que se había ponchado en la gasolinera de Ocampo y Terrazas, y que no había servicio de teléfono (no había celulares aún). A las 6:00 a.m. me despierta mi papá con una taza de café, y me dice “Despiértate flojo que tenemos que recoger a Rossana", que, dicho sea de paso, la llegó a querer como a la hija que nunca tuvo, porque nosotros fuimos cuatro hermanos. Me levantó con dificultad por el cansancio acumulado y salimos a las 6:30 a.m. y por la 20 de Noviembre hasta la 31, cerca del Hospital Central, el espectáculo era estremecedor; calles llenas de piedras, lodo, vehículos varados, árboles derribados, el cerro Santa Rosa prácticamente desgajado; al llegar al hospital corrió mi esposa y nos abraza reclamándome por qué no nos habíamos comunicado por la noche, ya que ella y su compañero de guardia habían salido infinidad de veces al anfiteatro de Medicina para llevar cadáveres, producto de la tromba. Ella había vivido una noche de terror por las escenas que se vivieron.


“Alguien autorizó a que se construyeran fraccionamientos y casas por algunas constructoras en lugares en donde nunca se deberían haber construido. No recuerdo que se mencionara ningún culpable. Las autoridades se vieron totalmente rebasadas y con capacidad de respuesta desesperadamente lenta. La verdad, no se cuenta con un adecuado drenaje pluvial, incluso, en la actualidad ni se le ha dado la importancia que tiene lo anterior. Tal vez porque no es una obra de relumbrón, ya que luce más una avenida o un par de puentes, un velódromo inutilizado o un estadio universitario mal planeado y subutilizado o una ciclovía inútil. Se continúa haciendo obras sin adecuada planeación, por ejemplo, La Cantera, claro ejemplo de ello que pareciera que no se visualizan complicaciones a futuro y no hablo de partidos políticos porque de 1990 a la fecha han pasado priistas y panistas y parece que se empeñan en hacer cosas más ilógicas. Las autoridades necesitan asesorarse no con expertos, sino con personas que piensen fríamente y que utilicen la lógica. En medicina y varios ámbitos de la vida, lo más importante es la prevención, esto es detectar complicaciones antes de que se manifiesten. Las autoridades no lo hacen, la ciudad tiene que tener vías rápidas de comunicación para este tipo de desastres, no sólo en la periferia. Basta ver en lo que están convertidas la Vallarta, Ocampo e Independencia, llenas de obstáculos para todo, impidiendo el paso de los vehículos de auxilio. Finalmente han pasado 26 años de la tromba y la pregunta es ¿estamos preparados para enfrentar una situación como la vivida en septiembre de 1990? Probablemente la respuesta es no”. Así termina la entrevista con mi buen amigo don Raúl E. Madrid D.


Fuentes de Investigación:

Doctor Raúl E. Madrid D.

Archivo de El Heraldo de Chihuahua.


Por: Óscar A. Viramontes Olivas

violioscar@gmail.com


En aquellos días posteriores al trágico desastre del “Sábado Negro”, me llamó un buen amigo, médico especialista, don Raúl E. Madrid D., ginecólogo de la Clínica del Centro, quien me manifestó compartir algunas de las vivencias experimentadas junto a su padre, don J. Bienvenido Madrid Álvarez, en la tragedia del 22 de septiembre de 1990, donde ese día por la mañana, comenta don Raúl: “Salía del Hospital de Ginecología y Obstetricia número 15 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) de la ciudad de Chihuahua, por cierto, eran las primeras guardias como ginecólogo, y como de costumbre, había mucho trabajo; me dirigí a la colonia Villa Juárez hacia la calle Soto Gama y Tercera, donde vivía con mi amada esposa, Rossana Mendoza, y nuestra bebé Karen, de dos meses de edad. En ese instante, el clima estaba templado, el cielo seminublado, y el ambiente especialmente tranquilo. Desayunamos los dos y leíamos con atención las noticias del Heraldo de Chihuahua, porque estaba buscando renovar mi automóvil, ya que, teníamos uno de línea Lebaron K-1984, Dodge y, al ser la época de la entrada de los autos “chocolates” que, portaban placas amarillas y verdes de ONAPPAFA.

Dramáticas escenas de muchos sectores de la ciudad de Chihuahua, fueron arrasados por las corrientes furiosas de la tormenta (Foto: APCUCh).

“Mi esposa alistó todo lo necesario para nuestra bebé, y nos dirigimos con mis padres a la calle 32 y Terrazas, en la colonia Pacífico, donde la encargamos con ellos, los cuales mencionaron que querían acompañarme a dejar a mi esposa al Hospital Central. En el camino por la calle 32 y 20 de Noviembre, tuve que detenerme en una farmacia a comprar un termómetro que me hacía falta para la consulta, cuando eran pasadas las 20:00 horas y empezaba a llover de forma ligera. Dejamos a mi esposa en el hospital y aumentaba poco la lluvia, para lo cual me dirigí hacia el bulevar José Fuentes Mares, y recuerdo que aumentaba la precipitación a la altura de la Independencia, ahora sí, de forma considerable. Dejé a mis padres en la casa de Villa Juárez, y fui a ver a la niña a domicilio, continuando la lluvia con la misma intensidad ayudándome los papás del infante a cubrirme para poder llegar al carro. Eran aproximadamente las 22 horas, y hubo un gran apagón en la colonia. Momentos después, llegué a casa, y mi papá me estaba esperando en la puerta, preocupado porque no había llegado, y porque la tormenta estaba cayendo de forma considerable. Nos esperamos un rato y al disminuir, tuve que conducirme hacia la calle Kennedy hasta el bulevar Fuentes Mares cuando el panorama cambió notablemente, encontrándome con un escenario caótico en esa vialidad; venían autobuses foráneos en sentido contrario, así como varios carros sonando el claxon y gente desesperada porque no podía avanzar.

“Lentamente me dirigí hacia las vías donde ahora está el puente a la altura de la Soriana Fuentes Mares, allí el escenario ya era de terror; recuerdo que ya se había formado un verdadero río, y al conducir, observaba cómo el agua iba subiendo hasta llegar a la altura de los espejos retrovisores de mi carro, cubriendo el cofre casi en su totalidad. Volteé desesperado la mirada hacia mi papá, y recuerdo que al ver su cara, me tranquilizó totalmente, y con una calma admirable me comenta: “Conduce muy lento hijo, no frenes, pero no sueltes el acelerador”, así me sugería sabiamente en ese terrible momento. Como una película que pasaba por enfrente de mí, prácticamente nadando un automóvil Montecarlo y un Crown Victoria abandonados y arrastrados por la corriente, lo que me obligó a frenar, temiendo que se apagara el motor, lo que afortunadamente no ocurrió. El auto en el que íbamos quedó totalmente enlodado por dentro, y nunca se pudo limpiar por completo, por lo cual se vendió al mes de lo ocurrido demasiado barato y un año después, me tocó verlo en la ciudad de Parral. En ese momento, atravesé la Independencia y Fuentes Mares, cuando veo por fin que logramos estar a salvo, escuchando la voz firme de mi papá que me dijo: “Estaciónate aquí a la derecha”. Le pregunté sorprendido y asustado que para qué, y él me respondió: “Vamos a ver en qué podemos ayudar a esta pobre gente”, y antes de que yo pudiera decir nada, él ya estaba abriendo la puerta y tratando de bajarse del auto, con la dificultad que le ocasionaba el problema para respirar a causa de la insuficiencia cardiaca que padecía desde hacía tres años, y que me lo arrebataría en menos de seis meses después. Aquí, quiero hacer un paréntesis, para mencionar cómo hacen falta hombres como mi padre, el señor don J. Bienvenido Madrid Álvarez, al igual que mi tío Raúl, el suegro Jesús Mendoza Sigala, hombres firmes, honrados con una nobleza admirable.


“Eran cerca de las 23:00 horas del sábado, y estuvimos aproximadamente como una hora y media haciendo lo poco que podíamos; mi padre, dando indicaciones, y colocando piedras para que las personas pudieran caminar por los arroyos que se formaban; empujando algunos autos; improvisando sogas con las que se jalaban, secando cables, incluso con su camisa. Por supuesto que a mí se me cargaba el cansancio, pero veía de reojo cómo él parecía disfrutar el ayudar a las personas y eso me daba fuerzas para continuar haciendo lo poco que podía hacer. En todo este tiempo, no recuerdo haber visto ninguna unidad de protección civil ni autoridades por esa zona, sólo torretas encendidas a lo lejos, pero nadie coordinando ninguna acción. Las autoridades se vieron totalmente superadas por lo intempestivo de lo ocurrido. Pasada la medianoche, regresamos al auto; subo por la Independencia y Ocampo, rodeando varias lagunas que se habían hecho hasta la Terrazas, donde recuerdo haber visto varias ramas de árboles tiradas en la calle, pero nunca me imaginaba la magnitud de lo ocurrido.

Dramáticas escenas se observan en el arroyo de la Cantera, después del diluvio (Foto: APCUCh).

“Mi mamá, doña María Domínguez de Madrid, nos estaba esperando en la puerta, asustada, con nuestro bebé en brazos, diciéndonos que en la 32 y Terrazas el nivel del agua había rebasado la banqueta, por lo que tuvo que desalojarla con baldes con Karen la bebé a cuestas. El cansancio me hizo rendirme y como a la una y media de la madrugada del 23 de septiembre, entre sueños y despertando, recordé a mi hermano Luis que llegaba diciendo que se había ponchado en la gasolinera de Ocampo y Terrazas, y que no había servicio de teléfono (no había celulares aún). A las 6:00 a.m. me despierta mi papá con una taza de café, y me dice “Despiértate flojo que tenemos que recoger a Rossana", que, dicho sea de paso, la llegó a querer como a la hija que nunca tuvo, porque nosotros fuimos cuatro hermanos. Me levantó con dificultad por el cansancio acumulado y salimos a las 6:30 a.m. y por la 20 de Noviembre hasta la 31, cerca del Hospital Central, el espectáculo era estremecedor; calles llenas de piedras, lodo, vehículos varados, árboles derribados, el cerro Santa Rosa prácticamente desgajado; al llegar al hospital corrió mi esposa y nos abraza reclamándome por qué no nos habíamos comunicado por la noche, ya que ella y su compañero de guardia habían salido infinidad de veces al anfiteatro de Medicina para llevar cadáveres, producto de la tromba. Ella había vivido una noche de terror por las escenas que se vivieron.


“Alguien autorizó a que se construyeran fraccionamientos y casas por algunas constructoras en lugares en donde nunca se deberían haber construido. No recuerdo que se mencionara ningún culpable. Las autoridades se vieron totalmente rebasadas y con capacidad de respuesta desesperadamente lenta. La verdad, no se cuenta con un adecuado drenaje pluvial, incluso, en la actualidad ni se le ha dado la importancia que tiene lo anterior. Tal vez porque no es una obra de relumbrón, ya que luce más una avenida o un par de puentes, un velódromo inutilizado o un estadio universitario mal planeado y subutilizado o una ciclovía inútil. Se continúa haciendo obras sin adecuada planeación, por ejemplo, La Cantera, claro ejemplo de ello que pareciera que no se visualizan complicaciones a futuro y no hablo de partidos políticos porque de 1990 a la fecha han pasado priistas y panistas y parece que se empeñan en hacer cosas más ilógicas. Las autoridades necesitan asesorarse no con expertos, sino con personas que piensen fríamente y que utilicen la lógica. En medicina y varios ámbitos de la vida, lo más importante es la prevención, esto es detectar complicaciones antes de que se manifiesten. Las autoridades no lo hacen, la ciudad tiene que tener vías rápidas de comunicación para este tipo de desastres, no sólo en la periferia. Basta ver en lo que están convertidas la Vallarta, Ocampo e Independencia, llenas de obstáculos para todo, impidiendo el paso de los vehículos de auxilio. Finalmente han pasado 26 años de la tromba y la pregunta es ¿estamos preparados para enfrentar una situación como la vivida en septiembre de 1990? Probablemente la respuesta es no”. Así termina la entrevista con mi buen amigo don Raúl E. Madrid D.


Fuentes de Investigación:

Doctor Raúl E. Madrid D.

Archivo de El Heraldo de Chihuahua.