Nunca un país había caído en la dictadura comunista tan rápido como el nuestro.
Las actitudes y los comportamientos que destruyen la espiritualidad en el ser humano, son promovidos y obedecidos “por su gente”. La presidentE no deja de alabarlo y tanto ella como el Harfuch no dejan de mencionar que la solución para parar la violencia está en ir “a las fuentes” sin decirnos cuáles son. La fuente de todo lo que nos está sucediendo está en la codicia, en el dinero… ¿Alguien me pudiera dar dos o tres ejemplos de gente de Morena que le interese su partido por amor a los pobres? No, para pertenecer a dicho partido hay que ser malandro. Hablamos del desamor que muchas veces se basa en la incongruencia entre decir y hacer, y luego de la imposibilidad de dar lo que nunca se recibió. También la soberbia representada en el comportamiento altivo, altanero, que ahora forma parte importante del partido dominante; la ingratitud, el no saber corresponder a los demás el amor; los conocimientos y sus enseñanzas; la envidia, el ambicionar a toda costa los premios a la constancia y dedicación de los demás, pero sin los esfuerzos propios; Y el egoísmo, el sentirse con el derecho de ser primero en todo, de verse y sentirse con más derecho que los demás.
Los misioneros de la secta de “Morena” ahora dan insultos en lugar de sonrisas, o maldiciones en lugar de palabras de aliento; demuestran ingratitud y odio en lugar de prestar ayuda al que lo necesita y no nos referimos a regalar el dinero del país para obtener votos. Ya es del conocimiento de todos que lo han experimentado, que ningún otro placer se compara con la felicidad experimentada al olvidarse de sí mismo por la felicidad de los demás. Quien tiene la virtud de poder reconocer el mérito ajeno y goza con el placer ajeno como si fuera propio, es el hombre más feliz.
Alguien mencionó hace tiempo que “el elogiar a otros lo que quisiéramos que fuera elogiado en nosotros mismos, es la sublimidad del elogio propio”. Pero los jinetes del apocalipsis moral de Morena han logrado que el elogio entre hombres honrados sea tan raro que ya no sabemos ni cómo darlo ni como recibirlo.
Pero el elogio no debemos entenderlo como adulación. El adulador es siempre una persona perversa, y quien recibe con gusto la adulación es siempre un ignorante y un tonto. El elogio es un tributo legítimo al mérito, y cuando alguien hace algo bueno debemos decírselo. Todos necesitamos estímulo a cada paso y además, para evitar el egoísmo, necesitamos elogiar a quien se lo merece.
Las luces espirituales se han ido apagando conforme los jinetes apocalípticos del desamor, de la ingratitud, de la soberbia, de la envidia y del egoísmo se extienden con especial énfasis en nuestro país, afectando profundamente la vida espiritual de cada individuo.
Pero no todo está perdido. Es realmente importante hacer notar que algunas personas lo están dejando todo atrás para dedicarse a ayudar a los demás. No profesan religión específica, pero es obvia su gran espiritualidad. Buscan la verdad literal o el cumplimiento espiritual. Compartir y ayudar es ahora su meta. Su felicidad es envidiable y entre ellos se encuentran aquellos dedicados a la salud, a los que muchos del pueblo “bueno y sabio” agreden a últimas fechas.
Licenciado en Administración de Empresas. Director de Reingeniería Humana.
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