Nuestro mes patrio está repleto de fiesta, música, algarabía, luces, olor a comida, pirotecnia y todo lo demás, que hace gritar a millones de mexicanos “Viva México”. La alegría se desborda la noche del Grito, pero como suele pasar, mientras unos ríen, otros lloran. El 14 de septiembre de 1996, falleció mi padre, José Santos Esparza Muñoz, conocido en la región sur del estado, como “Santitos”. A 28 años de su partida, aún es recordado por la gente con mucho cariño, sobre todo en su amado terruño, Santa Bárbara. Fue el primer alcalde panista de esa ciudad, segundo a nivel estatal y quizás el tercero de la historia en México. En anteriores escritos, he mencionado aquella elección por la alcaldía santabarbarina del 4 de julio de 1965, donde el PRI cometió fraude para poder ganar, sin embargo, cientos de santabarbarinos se unieron para realizar mítines de protesta, exigiendo se reconociera el triunfo del candidato del PAN, Santos Esparza. La insurrección se prolongó algunas semanas, trascendiendo a nivel nacional, se dice que el presidente de la república, Gustavo Díaz Ordaz, luego de revisar el caso, pidió al gobernador de ese entonces, Práxedes Giner Durán, que ordenara a las autoridades electorales reconocer el triunfo panista, de esa manera, el 29 de julio de 1965, fue nombrado oficialmente alcalde de la ciudad más antigua de Chihuahua. Absurdamente, este importante acontecimiento, no aparece en la cronología del comité estatal panista, que bien podría ser el antecedente histórico del llamado verano caliente de 1986. Ayudar a la comunidad fue prioridad en su vida, desde muy joven estuvo involucrado en organizaciones de apoyo social, como el Club de Leones y después en el Club Rotario, así mismo, fue gran impulsor del deporte en la región, patrocinando equipos amateurs de distintas disciplinas por muchos años.
Años después, otra vez en mes patrio, muere mi madre, Margarita Deister Mateos, una mujer muy alegre, la cual amaba cantar y que rodara el mundo. Por muchos años formó parte del coro parroquial de Santa Bárbara, pero su expresión artística, no se limitaba a cantar en la iglesia, ella cantaba en fiestas, cumpleaños y hasta en sepelios, cuando se enteraba de algún fallecimiento, aunque no lo conociera, inmediatamente iba a la capilla del pueblo, pedía permiso a los familiares y se ponía a cantar a capela por un rato. Fue una madre sui generis; una eterna niña, mi cómplice durante la infancia, pero con el paso del tiempo, al convertirme en adulto, la “madurez” me llegó y ella seguía comportándose igual, entonces la regañaba, pero frecuentemente respondía, “Cállate chocoso, no eres mi papá para regañarme”. Mi madre era perseverante, cuando se proponía algo, casi siempre lo alcanzaba. En los años ochenta, había un programa de televisión muy exitoso, donde el público enviaba cartas, buscando que lo eligieran para ir al programa a cocinar su platillo favorito, pero era complicado porque llegaban miles de cartas. Mi mama era fan y se propuso participar, aunque no era una gran cocinera, meses después logró estar en el programa con la famosa conductora, Chepina Peralta. En una ocasión, estábamos en Cd. de México, yo tendría unos 7 años, de pronto nos dirigimos a Imevisión (hoy TV Azteca), llegamos a una oficina, me dijo aquí espérame, acaté la orden, me puse en cuclillas en un rincón, pasó un rato y luego regresó diciendo, “No quedé, ese Venus Rey toca el piano muy garigoleado, es muy raro”. Tiempo después comprendí que había hecho casting en un concurso de canto, su gran pasión, incluso estando en el hospital, ya con su salud muy mermada, se ponía a cantar casi a todo pulmón sus melodías favoritas. El 17 de septiembre del 2020, la voz de Margarita se apagó.
Cada año que pasa, la trillada frase, “Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde”, tiene más sentido para mí.