/ viernes 2 de agosto de 2024

Antes que se nos olvide | Siempre habrá una segunda oportunidad



Carlos A. Esparza Deister

En 1942, Gregorio tenía 27 años, estudiaba química, hasta cierto punto era un joven normal, que batallaba para tener éxito con el sexo opuesto. Paulatinamente dicho dilema, quizá fue ocasionando que algunos circuitos de su cerebro se averiaran, surgiendo un odio indescriptible por las mujeres, deseaba hacerles daño. Enloqueció, convirtiéndose en Goyo Cárdenas, el temible asesino que cimbró a la capital mexicana en la década de los cuarenta. Primero ahorcó a una prostituta de 16 años, días después estranguló a dos más y finalmente a su exnovia Graciela. Con tranquilidad enterró los cuatro cadáveres en el jardín de su casa; posteriormente, fue a refugiarse con su madre, a quien confesó los crímenes, ella creyendo que desvariaba, decidió internarlo en un hospital psiquiátrico. Más tarde, la desaparición de Graciela, movilizó a la policía, guiándolos a su casa, donde descubrieron los cuerpos, siendo arrestado en el psiquiátrico. El caso de Goyo fue mediático, la sociedad estaba conmocionada. A partir de ese momento, nació el mito del “Estrangulador de Tacuba”. Destacados médicos y criminalistas de la época lo examinaron, unos diagnosticaron, locura, otros que era un criminal cuerdo. Finalmente fue internado en el siniestro manicomio de aquella época, “La Castañeda”.

Durante su estancia en La Castañeda, pasaba horas en la biblioteca leyendo libros de neurología y psiquiatría; posteriormente se ganó la confianza de las autoridades, tanto, que le permitieron poner una tiendita donde vendía refrescos y cigarros. Después hasta lo dejaban salir al centro cada semana, para que comprara mercancía. De esa manera el asesino más sanguinario de la época salía tranquilamente a surtir su negocio. Así transcurrió su vida, pero en 1948 aprovechando esas libertades, se fugó, pues se enteró que iban a realizarle una peligrosa lobotomía. Fue recapturado y determinaron que Goyo no tenía problemas mentales, siendo enviado a otro lugar temible, la Penitenciaría de Lecumberri, donde continuó purgando su condena.

Su madre por medio de sobornos se encargó de que su hijo estuviera cómodo, le mandó máquina de escribir, radio y libros de derecho penal principalmente, que todos los días estudiaba, con el paso de tiempo se hizo un experto en el tema, así mismo, logró entablar un romance con quien sería su esposa y madre de sus cinco hijos. Escribió su primer libro, llamado Celda 16, donde narraba sus experiencias en la cárcel.

Continuó escribiendo y estudiando leyes; mandaba centenares de cartas a abogados para que lo ayudaran a salir, pero lo ignoraban, hasta que uno de ellos decidió tomar su caso, luego de varios años de procesos legales y nuevos diagnósticos para conocer su estado mental, en septiembre de 1976, 34 años después de haber cimbrado al país con sus asesinatos, un juez ordenó su liberación, tenía 61 años. Días después, ocurrió algo inimaginable, fue invitado por el entonces secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, a una sesión en la Cámara de Diputados. Cárdenas aceptó, le asignaron palco de honor, Moya Palencia, lo presentó como un ejemplo de que el sistema carcelario mexicano, podía rehabilitar hasta al criminal más sanguinario. Cuando terminó su discurso, los diputados se pusieron de pie de manera automática, ovacionando a “El estrangulador de Tacuba”.

Posteriormente, Goyo Cárdenas, se convirtió en abogado, egresado de la UNAM, estableció un bufete y trabajó por varios años, falleció en 1999 a los 84 años, queda la duda si realmente la cárcel lo rehabilitó, pero sin duda, es el ejemplo perfecto de que pase lo que pase, la vida siempre otorga una segunda oportunidad. Solo hay que aferrarse a ella para no dejarla ir.


Fuente ; Memorias de un loco anormal de Andrés Ríos Molina , 2010

Editorial Random House Mondadori


Licenciado en Comunicación. Tesorero de la Asociación de Editorialistas. Coautor de diversos libros.

deispa2001@yahoo.es

Facebook: @Antes que se nos Olvide

esparzadeister@gmail.com




Carlos A. Esparza Deister

En 1942, Gregorio tenía 27 años, estudiaba química, hasta cierto punto era un joven normal, que batallaba para tener éxito con el sexo opuesto. Paulatinamente dicho dilema, quizá fue ocasionando que algunos circuitos de su cerebro se averiaran, surgiendo un odio indescriptible por las mujeres, deseaba hacerles daño. Enloqueció, convirtiéndose en Goyo Cárdenas, el temible asesino que cimbró a la capital mexicana en la década de los cuarenta. Primero ahorcó a una prostituta de 16 años, días después estranguló a dos más y finalmente a su exnovia Graciela. Con tranquilidad enterró los cuatro cadáveres en el jardín de su casa; posteriormente, fue a refugiarse con su madre, a quien confesó los crímenes, ella creyendo que desvariaba, decidió internarlo en un hospital psiquiátrico. Más tarde, la desaparición de Graciela, movilizó a la policía, guiándolos a su casa, donde descubrieron los cuerpos, siendo arrestado en el psiquiátrico. El caso de Goyo fue mediático, la sociedad estaba conmocionada. A partir de ese momento, nació el mito del “Estrangulador de Tacuba”. Destacados médicos y criminalistas de la época lo examinaron, unos diagnosticaron, locura, otros que era un criminal cuerdo. Finalmente fue internado en el siniestro manicomio de aquella época, “La Castañeda”.

Durante su estancia en La Castañeda, pasaba horas en la biblioteca leyendo libros de neurología y psiquiatría; posteriormente se ganó la confianza de las autoridades, tanto, que le permitieron poner una tiendita donde vendía refrescos y cigarros. Después hasta lo dejaban salir al centro cada semana, para que comprara mercancía. De esa manera el asesino más sanguinario de la época salía tranquilamente a surtir su negocio. Así transcurrió su vida, pero en 1948 aprovechando esas libertades, se fugó, pues se enteró que iban a realizarle una peligrosa lobotomía. Fue recapturado y determinaron que Goyo no tenía problemas mentales, siendo enviado a otro lugar temible, la Penitenciaría de Lecumberri, donde continuó purgando su condena.

Su madre por medio de sobornos se encargó de que su hijo estuviera cómodo, le mandó máquina de escribir, radio y libros de derecho penal principalmente, que todos los días estudiaba, con el paso de tiempo se hizo un experto en el tema, así mismo, logró entablar un romance con quien sería su esposa y madre de sus cinco hijos. Escribió su primer libro, llamado Celda 16, donde narraba sus experiencias en la cárcel.

Continuó escribiendo y estudiando leyes; mandaba centenares de cartas a abogados para que lo ayudaran a salir, pero lo ignoraban, hasta que uno de ellos decidió tomar su caso, luego de varios años de procesos legales y nuevos diagnósticos para conocer su estado mental, en septiembre de 1976, 34 años después de haber cimbrado al país con sus asesinatos, un juez ordenó su liberación, tenía 61 años. Días después, ocurrió algo inimaginable, fue invitado por el entonces secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, a una sesión en la Cámara de Diputados. Cárdenas aceptó, le asignaron palco de honor, Moya Palencia, lo presentó como un ejemplo de que el sistema carcelario mexicano, podía rehabilitar hasta al criminal más sanguinario. Cuando terminó su discurso, los diputados se pusieron de pie de manera automática, ovacionando a “El estrangulador de Tacuba”.

Posteriormente, Goyo Cárdenas, se convirtió en abogado, egresado de la UNAM, estableció un bufete y trabajó por varios años, falleció en 1999 a los 84 años, queda la duda si realmente la cárcel lo rehabilitó, pero sin duda, es el ejemplo perfecto de que pase lo que pase, la vida siempre otorga una segunda oportunidad. Solo hay que aferrarse a ella para no dejarla ir.


Fuente ; Memorias de un loco anormal de Andrés Ríos Molina , 2010

Editorial Random House Mondadori


Licenciado en Comunicación. Tesorero de la Asociación de Editorialistas. Coautor de diversos libros.

deispa2001@yahoo.es

Facebook: @Antes que se nos Olvide

esparzadeister@gmail.com