Hace un par de días una persona recién conocida, inesperadamente me ilustraba con la sabia descripción de algunas de las actitudes y los comportamientos que destruyen la espiritualidad en el ser humano. Mencionaba el desamor que se iniciaba en la familia, y luego de la imposibilidad de dar lo que nunca se recibió; la soberbia, representada en el comportamiento altivo, altanero, que ahora forma parte importante de nuestra sociedad; la ingratitud, el no saber corresponder a los demás su amor, sus conocimientos y sus enseñanzas; la envidia, el ambicionar a toda costa los premios a la constancia y dedicación de los demás, pero sin los esfuerzos propios; y el egoísmo, el sentirse con el derecho de ser primero en todo, de verse y sentirse con más derecho que los demás. Les podemos llamar todos ellos, “el Apocalipsis espiritual del ser humano”, de su comportamiento.
Los misioneros del mundo moderno ahora cambian sonrisas por insultos, palabras de aliento por maldiciones, prestando ayuda al que lo necesita, a cambio tal vez, de ingratitud. Ya es del conocimiento de todos que lo han experimentado, que ningún otro placer se compara con la felicidad experimentada al olvidarse de sí mismo por la felicidad de los demás.
Alguien mencionó hace tiempo que “el elogiar a otros por lo que quisiéramos que fuera elogiado en nosotros mismos, es la sublimidad del elogio propio”. Pero ahora se ha logrado que el elogio entre hombres honrados sea tan raro que ya no sabemos ni cómo darlo ni como recibirlo.
Pero el elogio no debemos entenderlo como adulación. El adulador es siempre una persona perversa, y quien recibe con gusto la adulación es siempre un ignorante y un tonto. El elogio es un tributo legítimo al mérito, y cuando alguien hace algo bueno debemos decírselo. Todos necesitamos estímulo a cada paso y además, para evitar el egoísmo, necesitamos elogiar a quien se lo merece.
Las luces espirituales se han ido apagando conforme los jinetes apocalípticos del desamor, de la ingratitud, de la soberbia, de la envidia y del egoísmo se extienden sobre el mundo, con especial énfasis en nuestro país, afectando profundamente la vida espiritual de cada individuo.
Pero no todo está perdido. Es realmente importante hacer notar que algunas personas lo están dejando todo atrás para dedicarse a ayudar a los demás. No profesan religión específica, pero es obvia su gran espiritualidad. Buscan la verdad literal o el cumplimiento espiritual. Compartir y ayudar es ahora su meta. Su felicidad es envidiable.