El 7 de agosto de 1765, el Rey Carlos III comisionó al Mariscal de Campo, Cayetano Pignatelli —Marqués de Rubí— para realizar una revista de los fuertes militares en la América Septentrional. Así, en marzo de 1766, Rubí junto con una comitiva de ingenieros y cartógrafos militares, salió de la ciudad de México con rumbo hacia el norte de la Nueva España. De la expedición, surgió una “Relación del viaje”, redactada por el Capitán Nicolás De Lafora, misma que sería entregada al entonces Virrey de la Nueva España: Joaquín de Montserrat Marqués Cruillas. El manuscrito original, hoy puede consultarse en la Biblioteca Hispánica Digital.
Bajo el reinado de Carlos III —y en el contexto de la Guerra de los Siete Años— surgió un nuevo modelo de organización en la milicia española. Algo que para Francisco de Saavedra, significaría “luchar contra la ignorancia ligada al poder”. Este proyecto ilustrado impulsaría a las clases medias y, desde luego, sería una amenaza para la clase privilegiada. Así, el ejército español se dividió entre los oficiales jóvenes, mismos que se interesaban por aplicar la racionalidad y la técnica científica; y en su contraparte, los oficiales viejos que versaban su actuar en el arrojo, la gallardía, la autoridad que imponían, y claro, en sus títulos nobiliarios.
Para comprender el contexto bajo el cual ocurrió la inspección de Rubí —y valorar las diferencias que seguramente surgieron entre De Lafora y el Marqués— debemos recordar el lema de Carlos III: “Virtuti et merito”, una condecoración que aún hoy premia a las acciones extraordinarias, que se hacen en beneficio de la Corona Española.
El Marqués de Rubí por Chihuahua: entre el 12 de junio y el 10 de julio de 1766, Rubí debió alojarse en Chihuahua, puesto que su transporte había llegado dañado, eso, además de la necesidad de reunir víveres suficientes, y dejar descansar a los caballos, que seguramente sufrieron “ante la suma escasez de pastos”. En su estancia en Chihuahua, Rubí describe el paraje de Tabalaopa, lugar donde “los jesuitas tenían una famosa Hacienda”, apenas a 5 leguas del Real de Santa Eulalia “en una cordillera de Cerros asperísimos, que han dado mucha plata, pero [de la que] actualmente se saca muy poca, al pie de estos está la Misión de Cinazza, habitada por los Yndios Conchos”…a quienes acompañaba un Jesuita.
De Lafora, quien redactó de su puño y letra la expedición que realizó junto al Marqués, describe también el Vado en que se encuentra la Misión de San Gerónimo, de los Indios Tarahumara, “administrada por un religioso de San Francisco”. En el día 8 de la expedición, se apostaron en un espacioso valle, formado por “la Cordillera de las Sierras de San Gerónimo…a la derecha de El Realito de Santa Eulalia”, mismo que estaba cercano a la Hacienda de Palo Blanco, un lugar abandonado ante el temor de las irrupciones de indios. En dicha finca, encontraron un ojo de agua bastante escaso. La Cordillera de San Gerónimo, de acuerdo con el relato, era un lugar frecuentemente ocupado por los “enemigos en sus cruzadas” rumbo a Chihuahua.
“Día 9: Anduvimos 8 leguas al noreste, por el Valle del día anterior”, llegando a otra hacienda conocida como Puerto de Hormigas, en la Sierra que lleva el mismo nombre, encontraron un ojo de agua abundante. Apenas a 4 leguas de ésta, siguiendo por el lado izquierdo se encontraba Encinillas, destacando que hacia el lado derecho se llegaba a “Julimes y la Junta de los Ríos Conchos y Norte”, a donde se dirigían para la revisión del Presidio. Continuará…