/ viernes 25 de octubre de 2024

Camino Real / Siempre en mi mente II

Son las dos de la mañana del jueves 23 de junio de 2005, y el calor no ha menguado en el palenque de la Feria Expo-Juárez, a pesar de que ya es de madrugada. Con suma nobleza, la gente ha esperado la llegada de su ídolo durante más de 6 horas. De pronto, los que están sentados a la orilla, se han levantado emocionados y ahora apuntan con sus manos hacia la entrada del escenario. El público se ha puesto de pie, mientras que un mariachi —que viste un elegante traje blanco— agarra aire y contonea su postura, haciendo resonar a golpes su trompeta. Casi de inmediato, se escucha el grito característico del charro mexicano, mientras que el rasgueo de las guitarras, se hace uno con el júbilo que ya se ha despertado en la audiencia.

Seguro, confiado y lanzando besos, un hombre mayor que porta un elegante traje azul, hace su entrada: es Juan Gabriel, “El Divo de Juárez”, que ahora tiene 55 años y una deuda fiscal por más de 400 millones de pesos. Apenas hace unos minutos acaba de salir de la cárcel, pero nada de eso le impide entrar sonriente al escenario, saludando y cantando con una enorme energía: “Es mi tierra la puerta más grande…¡para entrar al país más hermoso! Ciudad Juárez, Chihuahua es mi tierra…” -“Pueden sentarse amores..”, dice mientras eleva su mano como haciendo reverencias, “..aquí me voy a estar toda la noche”. Y así fue, el concierto acabó a las 8 de la mañana.

¿Cuál es la materia que concatena a un artista con su público? ¿Cómo explicar ese fenómeno artístico y cultural que es Juan Gabriel? ¿Cómo es posible que la gente sepa que —sin importar las circunstancias— su artista llegará y cumplirá sobradamente con su audiencia? Revisemos pues, los antecedentes de esta historia entre Juanga y Ciudad Juárez.

De apenas seis meses de edad, la llegada de Alberto Aguilera Valadez a la ciudad fronteriza no fue fácil. Victoria Valadez Rojas (1910-1974), su madre —que para entonces tenía 40 años— tuvo que afrontar un profundo cambio sociocultural, al lado de sus seis hijos. La vida nunca fue sencilla para Victoria, tan solo entre 1924 y 1930, debió afrontar la muerte de su padre, luego la defunción de un hermano de cinco años, y luego, el fallecimiento de su propia madre —Brígida— a causa de una “bilis”, producto del coraje que le dio por haberse casado con Gabriel. Para 1950 había perdido ya toda esperanza de recuperar a su esposo, y ahora solo le quedaba su hermana menor, con quien no llevaba muy buena relación. Así es que llegar a Juárez, fue todo un borrón y cuenta nueva.

Continuemos imaginando la escena de su llegada, después de descender del ferrocarril y haber solicitado indicaciones para llegar a donde vivía la señora Romero:

Ahí van, con el sol pegando en todo su esplendor. Virginia carga al pequeño Alberto y sus hermanos el equipaje, van todos menos Guadalupe, que se ha quedado en Parácuaro para intentar recuperar las tierras. El sudor aparece mientras van caminando por toda la calle Ramón Corona, cruzan la avenida Vicente Guerrero y observan el monumento a Benito Juárez, atrás, se ve un hotel de ferrocarrileros en muy malas condiciones. Avanzan rumbo al norte, y ahora giran hacia la izquierda a la altura de la Oficina de Correos. En el cruce de Lerdo y 16, un camión de la ruta tres que dice “Transportes urbanos” se ha detenido en pleno tráfico, provocando un concierto de cláxones. La familia, dobla en su trayecto y alcanzan a ver la Plaza de Toros, ahí está un hombre que grita con estruendo: “¡Boletos, boletos, lleve sus boletos para la corrida de este sábado!”. Continuará…

Maestro en Periodismo. Promotor cultural e investigador de la Red Binacional de Estudios Históricos de Juárez-El Paso

Facebook: Iván González

Twitter: @ivanhistorico

ivanhistoriador5@gmail.com