Por: Ernesto Visconti Elizalde
“Isis… advocación virginal; cristiano espíritu santo; el secreto sin quebranto, arcano de lo abismal”.
Antes de que nacieran las demás religiones del mundo, nació la religión egipcia, con múltiples dioses zooformes y otros de aspecto humano, hasta que llegara el advenimiento de Ra, el dios absoluto, el dios Sol, padre de Isis y Osiris, quienes engendraron a Horus, el sol naciente. En esta teogonía, Ra se fraccionaba en dios padre (Osiris), dios madre (Isis), y dios hijo (Horus), donde Isis, la diosa madre, se correspondería con Dios Espíritu Santo de la teogonía hebrea y cristiana; y aún más con la adoración de las diversas vírgenes de tantas religiones que en sus brazos acunan a Horus el dios hijo, o el dios niño.
Desde aquellos remotos tiempos se tenía la seguridad y el conocimiento de que Isis guardaba todos los secretos y el poder del universo; la parte de Dios, omnipotente y omnipresente. Y a ella se dedicaban cultos y templos. Y se consideraba que sus secretos no estaban al alcance de ningún mortal, pues para poseerlos se tendría que alcanzar la inmortalidad, cosa de suyo muy difícil para el 99.99 por ciento de la humanidad.
Por tal motivo en el altar del templo existía una estatua de Isis, con el rostro cubierto por un velo, que nadie debía descorrer, so pena de muerte; pues sólo los elegidos podrían descorrer el velo de Isis y conocer los formidables secretos del universo: ¿A qué venimos?, ¿a dónde vamos?, ¿dónde mora Dios y sus componentes?, ¿qué y quién es Dios?, etc.
Aguijoneado por la curiosidad de años, un sacerdote del templo logró una vez burlar la férrea vigilancia, y situado frente a la estatua, descorrió con vehemencia el enigmático velo, para encontrar en lugar de rostro un espejo, donde con claridad se reflejaba su propia cara. De momento no comprendió el mensaje, para luego intuir que todo el universo y sus secretos están en uno mismo. Solamente necesitamos conocernos a nosotros mismos para entender el universo. Pero este conocimiento es, sin duda alguna, el complejo y profundo conocimiento de nuestros egos, vicios y virtudes. Es el complejo conocimiento del alma. En ese estudio, en esa observación, encontraremos los demonios más perversos y degradados que guarda nuestro interior, y los menos abominables y hasta simpáticos que tenemos en la superficie.
¿Pero cómo podemos empezar a conocernos a nosotros mismos?
La fórmula del ejercicio es sencilla:
Debemos salirnos de nosotros mismos y vernos desde afuera, como si fuéramos otra persona que nos observa en cada actitud, en cada rutina de nuestra vida, y juzgar con la conciencia si estamos actuando correctamente. Luego, aparejado, debemos eliminar nuestros vicios y defectos de manera paulatina y ordenada. Comenzando por los mayores, hasta los menores, por baladíes que parezcan, y finalmente fomentar nuestras virtudes, o generar virtudes. Todo ello acompañado de un análisis de conciencia y meditación frecuente, y de oración en la soledad de nuestro recinto preferido. Lo que va trayendo con el tiempo el auto-conocimiento y la comprensión. A unos les es dado ver más que a los demás, pero a todos ayuda.
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