/ domingo 14 de julio de 2024

“Chihuahua de mis ayeres” | Segunda parte

Por: Óscar A. Viramontes Olivas

violioscar@gmail.com


En una entrevista que logré realizar a don Benjamín Payares en el barrio del Pacífico hace algunos días, me contaba varias de las anécdotas vividas en su juventud en la ciudad de Chihuahua, comentándome lo siguiente: “Llegábamos al hermoso río Chuvíscar, muy cerca de la “Junta de los Ríos”, ahí, donde hace unión con el Sacramento, acordándome de una de las estrofas del Corrido de Chihuahua que dice a la letra: “Lindas las noches de luna, alegradas con sotol que, por allá en la Junta, me paseaba con mi amor, ¡Qué bonito es Chihuahua!”. Bueno, no sé si este corrido se refería a la “Junta de los Ríos”, de la ciudad de Chihuahua, o a la Junta, Guerrero, para mí es lo mismo” decía don Benjamín.

“Ese lugar era paradisiaco, donde se juntaban las familias y amigos bajo la sombra de los frondosos álamos, donde disfrutábamos de los deliciosos alimentos, así como el hacer oraciones para dar gracias a Dios. Después de todas estas formas protocolarias de mi familia, ansiosos estábamos de que nos dieran permiso para meternos al río. La verdad, aprovechábamos el tiempo para jugar a la pelota, era parte también de la diversión, y después volvíamos de nueva cuenta al río, otro rato más, mientras esperábamos que llegaran por nosotros para regresarnos a casa. Ya en el camino, mi papá Chalo, se paraba en una de las huertas de membrillo para comprar y llevar a casa, pero lo más bonito era que nosotros mismos, cortáramos la fruta de los árboles. Recuerdo que mis abuelos tenían una tienda de abarrotes que en aquel tiempo, llenaban sacos con azúcar y compraban mucho membrillo, y mi abuelita Nana, en compañía de mucha gente en su patio de casa, elaboraba la cajeta, la que ponían en unas marquetas de madera que se dejaban secar, y cuando ya estaba lista, mi abuelo Toño, la llevaba hasta Ciudad Juárez para venderla, y con lo que se sacaba de ganancia, se traían alguna mercancía de la frontera para venderla en Chihuahua, principalmente en las tiendas del centro, como en el famoso almacén denominado: “La Feria”, que estaba a un lado de Catedral, y también a una negociación del señor don Simón Guzmán.

Las Tres BBB, negocio que se encontraba entre la Avenida Independencia y Calle Victoria.

“Otra de las costumbres de mi familia –comenta don Benjamín- era ir a comprar hortalizas frescas a las huertas de los chinos que, se encontraban a un lado de la avenida Cristóbal Colón, donde había zanahorias, betabeles, cebollas de rabo, rabanitos, cilantro y tomate; todo estaba muy fresco, donde, además, nos permitían sacar de los surcos las hortalizas. Me encantaba ir, porque los chinos nos dejaban comer de todo, y si era tiempo de duraznos, consumíamos hasta llenarnos. Es raro que en estos días, se pudiera disfrutar de esto, ya que lejos de poder saciarnos nuestros estómagos, todo te lo venden, hasta los huesos. Así mismo, las reglas de educación eran tan respetadas antes, ya que, cuando llegaba una visita a nuestra casa, la curiosidad nos hacía ponernos a escuchar la conversación, con la pura mirada, nos llamaban la atención, para que nos retiráramos, y no se necesitaba que nos gritaran para hacer caso”. De esta manera hacemos una pausa y nos despedimos por el momento de don Benjamín.

Como en aquellos tiempos, si nos pedían que sirviéramos un vaso con agua, lo teníamos que llevar sobre un platito, con una servilleta, poner el vaso en la mesa, y esperar con los brazos cruzados a que la persona terminara, para recogerlo; por otro lado, cuando teníamos la edad de ir a la doctrina, nos mandaban al templo de Santo Niño, y en vez de ir ahí, los chamacos nos íbamos a hacer travesuras; no se iba al templo, nos pasábamos al cine Alejandría, que estaba en el barrio de la Industrial para ver aunque sea una película, tiempo suficiente para regresar cuando era la hora de salir de la doctrina; lo peor que podía suceder era que estuviera un tren atravesado, no teniendo forma de pasar al otro lado, por lo que teníamos que subirnos al pesado vehículo que estaba parado, para poder saltar al otro lado, eran travesuras de aquellos años, y cuando se iba a la escuela, ahí era el punto de reunión de niños y niñas, vecinos todos de mi querido barrio del Santo Niño.

“Era costumbre que los más grandes, cuidaran a los chicos, aunque pasaba eso, la aventura más espectacular era cuando crecía el río Chuvíscar, y cuando todavía no llegaba la creciente, había unas personas que pasaban a la gente a través de una tarima de tablas con cadenas. Al aumentar el caudal, ya no se podía pasar, y por supuesto, ya no podíamos ir a la escuela, porque la corriente era tan fuerte, que llevaba de todo, basura, muebles, y nos daba tanta risa, porque también iban marranitos y gallinas. “Ya cuando se podía pasar para ir a la escuela, teníamos que caminar desde el Santo Niño, hasta la calle Libertad, pasando la avenida Ocampo que, era donde estaba el Colegio América, en Aldama y Ocampo, lugar donde algunos de mis amigos habían entrado en su tiempo al kínder -comentaba doña Cuquita Sánchez-, pero se tenía que ir a pie, porque no había manera de que cruzara un carro por ahí, hasta que pusieron un puente grande de color rojo, para que pasaran los carros, y por otro lado, la gente, esto ayudaba a que existiera un movimiento más dinámico de personas y vehículos.

“Cuando existió el primer carro escolar que nos llevaba al colegio, era de un señor don Manuel, no recuerdo si su apellido era Bejarano o Ruiz, familiar de Lucha Villa, persona a todo dar, fue así como, me tocó convivir con ella al estar en el Colegio Palmore, y a través de los años, empezarían los camiones urbanos, y ya para entonces, el colegio se cambiaría donde ahora está el Tec Milenio, a un costado del parque Lerdo. No recuerdo por qué se hizo un festival promovido por el colegio en nuestro maravilloso Teatro de los Héroes, nos sentíamos soñados todos mis compañeros, porque allí nos tocó bailar el vals “Danubio Azul”, participando en el jarabe tapatío, conservando algunos recuerdos del Teatro de los Héroes, tan bonito, con todos sus palcos, donde nos gustaba subir a cada uno, y mentalmente, parecíamos que estábamos en una película; con sus bonitas butacas, forradas de terciopelo rojo, y sus alfombras impecables.

El Instituto América, formador de decenas de generaciones de estudiantes y profesionistas, orgullo de Chihuahua.

“Más tarde me permitía ir para acompañar a mi tía Lupita -comentaba doña Cuquita-que andaba de novia con el que hoy es mi tío Pedro, y recuerdo que él me compraba dulces, y invitaba a sentarme delante de ellos, quizá, para no interrumpir el idilio, por lo que hoy, en día, pienso que fue cuando me tocó la presentación de aquel gran señor, don Paco Miller y su muñeco don Roque, que siempre nos hacía reír, y que, a mi modo de ver, fue y será el mejor ventrílocuo que ha tenido la República Mexicana; ahí, también conocí a la gran señora, María Victoria, la que, presentaba muy buenas y grandes obras para todas las edades, en comparación de hoy, que sólo para adultos, esto en sí, me parece pura morbosidad. También nuestra gran feria, la de Santa Rita, que se instalaba a un lado del templo del mismo nombre; la verdad, nos divertíamos mucho; nos gustaba además, pasear no una, sino varias veces en los juegos mecánicos como en la rueda de la fortuna, el martillo, las canastas, el carrusel de caballitos con sus luces de todos los colores, y la verdad, no había tantos juegos tan sofisticados y de tanto peligro como hoy en día, pero lo principal era, ir a comer ricas empanadas de Santa Rita, que las preparaban con carne de res y puerco molida, pasas y encima les ponían azúcar. Había unos helados que los hacían en moldes de aluminio en forma alargada, y eran muy sabrosos, de todos los sabores, además de los algodones azules y rosas. Quién no se acuerda de nuestro bello Jardín de las Rosas que, lo conocería por primera vez a la edad de 16 años por su belleza. Parecía un paraíso, lo conocí por casualidad, ya que, mi papá pertenecía al Club de Leones, siendo socio, se convocó a un concurso para reina de las rosas, y donde había varios participantes, y lejos de pensar que una de mis nietas tuviera una experiencia así”, de esta manera, concluía doña Cuquita Sánchez con la entrevista.

“El Chihuahua de mis ayeres”, forma parte de los Archivos Perdidos de las Crónicas Urbanas de Chihuahua. Si usted tiene información que quiera compartir para esta sección, y si desea también adquirir los libros: “Los Archivos perdidos de las Crónicas Urbanas”, Tomo del I al XIII, puede mandar un mensaje al celular: 614 148 85 03, y con gusto lo atendemos, o bien, adquiéralos en la librería Kosmos, en la Josué Neri Santos No. 111, colonia Centro.

Fuentes de Investigación:

Entrevista con Benjamín Payares Ruiz; Archivo Histórico del Municipio de Chihuahua (AHCCh); profesor Rubén Beltrán Acosta; Fototeca del INAH y Hemeroteca de El Heraldo de Chihuahua.


Por: Óscar A. Viramontes Olivas

violioscar@gmail.com


En una entrevista que logré realizar a don Benjamín Payares en el barrio del Pacífico hace algunos días, me contaba varias de las anécdotas vividas en su juventud en la ciudad de Chihuahua, comentándome lo siguiente: “Llegábamos al hermoso río Chuvíscar, muy cerca de la “Junta de los Ríos”, ahí, donde hace unión con el Sacramento, acordándome de una de las estrofas del Corrido de Chihuahua que dice a la letra: “Lindas las noches de luna, alegradas con sotol que, por allá en la Junta, me paseaba con mi amor, ¡Qué bonito es Chihuahua!”. Bueno, no sé si este corrido se refería a la “Junta de los Ríos”, de la ciudad de Chihuahua, o a la Junta, Guerrero, para mí es lo mismo” decía don Benjamín.

“Ese lugar era paradisiaco, donde se juntaban las familias y amigos bajo la sombra de los frondosos álamos, donde disfrutábamos de los deliciosos alimentos, así como el hacer oraciones para dar gracias a Dios. Después de todas estas formas protocolarias de mi familia, ansiosos estábamos de que nos dieran permiso para meternos al río. La verdad, aprovechábamos el tiempo para jugar a la pelota, era parte también de la diversión, y después volvíamos de nueva cuenta al río, otro rato más, mientras esperábamos que llegaran por nosotros para regresarnos a casa. Ya en el camino, mi papá Chalo, se paraba en una de las huertas de membrillo para comprar y llevar a casa, pero lo más bonito era que nosotros mismos, cortáramos la fruta de los árboles. Recuerdo que mis abuelos tenían una tienda de abarrotes que en aquel tiempo, llenaban sacos con azúcar y compraban mucho membrillo, y mi abuelita Nana, en compañía de mucha gente en su patio de casa, elaboraba la cajeta, la que ponían en unas marquetas de madera que se dejaban secar, y cuando ya estaba lista, mi abuelo Toño, la llevaba hasta Ciudad Juárez para venderla, y con lo que se sacaba de ganancia, se traían alguna mercancía de la frontera para venderla en Chihuahua, principalmente en las tiendas del centro, como en el famoso almacén denominado: “La Feria”, que estaba a un lado de Catedral, y también a una negociación del señor don Simón Guzmán.

Las Tres BBB, negocio que se encontraba entre la Avenida Independencia y Calle Victoria.

“Otra de las costumbres de mi familia –comenta don Benjamín- era ir a comprar hortalizas frescas a las huertas de los chinos que, se encontraban a un lado de la avenida Cristóbal Colón, donde había zanahorias, betabeles, cebollas de rabo, rabanitos, cilantro y tomate; todo estaba muy fresco, donde, además, nos permitían sacar de los surcos las hortalizas. Me encantaba ir, porque los chinos nos dejaban comer de todo, y si era tiempo de duraznos, consumíamos hasta llenarnos. Es raro que en estos días, se pudiera disfrutar de esto, ya que lejos de poder saciarnos nuestros estómagos, todo te lo venden, hasta los huesos. Así mismo, las reglas de educación eran tan respetadas antes, ya que, cuando llegaba una visita a nuestra casa, la curiosidad nos hacía ponernos a escuchar la conversación, con la pura mirada, nos llamaban la atención, para que nos retiráramos, y no se necesitaba que nos gritaran para hacer caso”. De esta manera hacemos una pausa y nos despedimos por el momento de don Benjamín.

Como en aquellos tiempos, si nos pedían que sirviéramos un vaso con agua, lo teníamos que llevar sobre un platito, con una servilleta, poner el vaso en la mesa, y esperar con los brazos cruzados a que la persona terminara, para recogerlo; por otro lado, cuando teníamos la edad de ir a la doctrina, nos mandaban al templo de Santo Niño, y en vez de ir ahí, los chamacos nos íbamos a hacer travesuras; no se iba al templo, nos pasábamos al cine Alejandría, que estaba en el barrio de la Industrial para ver aunque sea una película, tiempo suficiente para regresar cuando era la hora de salir de la doctrina; lo peor que podía suceder era que estuviera un tren atravesado, no teniendo forma de pasar al otro lado, por lo que teníamos que subirnos al pesado vehículo que estaba parado, para poder saltar al otro lado, eran travesuras de aquellos años, y cuando se iba a la escuela, ahí era el punto de reunión de niños y niñas, vecinos todos de mi querido barrio del Santo Niño.

“Era costumbre que los más grandes, cuidaran a los chicos, aunque pasaba eso, la aventura más espectacular era cuando crecía el río Chuvíscar, y cuando todavía no llegaba la creciente, había unas personas que pasaban a la gente a través de una tarima de tablas con cadenas. Al aumentar el caudal, ya no se podía pasar, y por supuesto, ya no podíamos ir a la escuela, porque la corriente era tan fuerte, que llevaba de todo, basura, muebles, y nos daba tanta risa, porque también iban marranitos y gallinas. “Ya cuando se podía pasar para ir a la escuela, teníamos que caminar desde el Santo Niño, hasta la calle Libertad, pasando la avenida Ocampo que, era donde estaba el Colegio América, en Aldama y Ocampo, lugar donde algunos de mis amigos habían entrado en su tiempo al kínder -comentaba doña Cuquita Sánchez-, pero se tenía que ir a pie, porque no había manera de que cruzara un carro por ahí, hasta que pusieron un puente grande de color rojo, para que pasaran los carros, y por otro lado, la gente, esto ayudaba a que existiera un movimiento más dinámico de personas y vehículos.

“Cuando existió el primer carro escolar que nos llevaba al colegio, era de un señor don Manuel, no recuerdo si su apellido era Bejarano o Ruiz, familiar de Lucha Villa, persona a todo dar, fue así como, me tocó convivir con ella al estar en el Colegio Palmore, y a través de los años, empezarían los camiones urbanos, y ya para entonces, el colegio se cambiaría donde ahora está el Tec Milenio, a un costado del parque Lerdo. No recuerdo por qué se hizo un festival promovido por el colegio en nuestro maravilloso Teatro de los Héroes, nos sentíamos soñados todos mis compañeros, porque allí nos tocó bailar el vals “Danubio Azul”, participando en el jarabe tapatío, conservando algunos recuerdos del Teatro de los Héroes, tan bonito, con todos sus palcos, donde nos gustaba subir a cada uno, y mentalmente, parecíamos que estábamos en una película; con sus bonitas butacas, forradas de terciopelo rojo, y sus alfombras impecables.

El Instituto América, formador de decenas de generaciones de estudiantes y profesionistas, orgullo de Chihuahua.

“Más tarde me permitía ir para acompañar a mi tía Lupita -comentaba doña Cuquita-que andaba de novia con el que hoy es mi tío Pedro, y recuerdo que él me compraba dulces, y invitaba a sentarme delante de ellos, quizá, para no interrumpir el idilio, por lo que hoy, en día, pienso que fue cuando me tocó la presentación de aquel gran señor, don Paco Miller y su muñeco don Roque, que siempre nos hacía reír, y que, a mi modo de ver, fue y será el mejor ventrílocuo que ha tenido la República Mexicana; ahí, también conocí a la gran señora, María Victoria, la que, presentaba muy buenas y grandes obras para todas las edades, en comparación de hoy, que sólo para adultos, esto en sí, me parece pura morbosidad. También nuestra gran feria, la de Santa Rita, que se instalaba a un lado del templo del mismo nombre; la verdad, nos divertíamos mucho; nos gustaba además, pasear no una, sino varias veces en los juegos mecánicos como en la rueda de la fortuna, el martillo, las canastas, el carrusel de caballitos con sus luces de todos los colores, y la verdad, no había tantos juegos tan sofisticados y de tanto peligro como hoy en día, pero lo principal era, ir a comer ricas empanadas de Santa Rita, que las preparaban con carne de res y puerco molida, pasas y encima les ponían azúcar. Había unos helados que los hacían en moldes de aluminio en forma alargada, y eran muy sabrosos, de todos los sabores, además de los algodones azules y rosas. Quién no se acuerda de nuestro bello Jardín de las Rosas que, lo conocería por primera vez a la edad de 16 años por su belleza. Parecía un paraíso, lo conocí por casualidad, ya que, mi papá pertenecía al Club de Leones, siendo socio, se convocó a un concurso para reina de las rosas, y donde había varios participantes, y lejos de pensar que una de mis nietas tuviera una experiencia así”, de esta manera, concluía doña Cuquita Sánchez con la entrevista.

“El Chihuahua de mis ayeres”, forma parte de los Archivos Perdidos de las Crónicas Urbanas de Chihuahua. Si usted tiene información que quiera compartir para esta sección, y si desea también adquirir los libros: “Los Archivos perdidos de las Crónicas Urbanas”, Tomo del I al XIII, puede mandar un mensaje al celular: 614 148 85 03, y con gusto lo atendemos, o bien, adquiéralos en la librería Kosmos, en la Josué Neri Santos No. 111, colonia Centro.

Fuentes de Investigación:

Entrevista con Benjamín Payares Ruiz; Archivo Histórico del Municipio de Chihuahua (AHCCh); profesor Rubén Beltrán Acosta; Fototeca del INAH y Hemeroteca de El Heraldo de Chihuahua.