/ lunes 16 de septiembre de 2024

Del Capítulo I: Y me asomé a mis escenarios lejanos

“Ya es hora de escribir tu autobiografía, antes de que te lleve la catrina, oí el rumor de que nos anda ya rondando”.

Fueron las palabras de Alma Montemayor que una vez más, me dirigió “aquel lunes veraniego, denso y cálido; me entretenía bañando mis sueños en charcos llenos de ajolotes que danzaban con libélulas febriles e inquietas, cuando sonó el teléfono detrás de las cortinas... Me propuso que yo debía escribir mis memorias antes de que la vejez... me las borrara... Le tomé la palabra. Esperaba comentar mis manuscritos con ella, pero Alma murió pronto...

En justo reconocimiento a su colaboración y su trayectoria literaria reproduzco algunos datos sobre la inolvidable escritora: incursionó durante su carrera cultural en las áreas de literatura, teatro, cine, artes plásticas y ecología. Fue acreedora al Premio Chihuahua en 1993 en el área de Ciencias Sociales, además recibió el Premio Nacional de Investigación Teatral Rodolfo Usigli, otorgado por su investigación Patria, mujeres y Teatro.

Entre sus obras se encuentran Teatro y Maroma Chihuahua siglos XVIII y XIX, El pequeño mago, Esplendor y decadencia del antiguo Teatro de los Héroes, La itinerante, Mujeres que engrandecen Chihuahua, San Juan Bautista de la Encinillas altibajos en la vida de una hacienda, La Casona del General y Dardos y corazas.

Siguiendo sus consejos, del primer capítulo de mi libro destaco algunos fragmentos autobiográficos: “De mis abuelos Raquel y Joaquín nació mi madre, Guadalupe Valladares, originaria de la ciudad de Chihuahua... Mis padres se casaron cuando la persecución religiosa azotaba el estado, en una ceremonia casi secreta, ante el miedo de los congregantes, y acudió de Santa Isabel el padre Pedro de Jesús Maldonado, quien ahora está canonizado y tiene su templo.

Cuando se celebró la boda de mis padres, ella contaba con 16 y él 19. En ese entonces ya existía la Maternidad La Luz... y allí, entre pujidos, llantos, trapos sanguinolentos y quejidos, vi la luz. Supongo que mi progenitora se aficionó a los embarazos, ya que los practicó durante dos décadas; yo veía que su vientre se inflaba y desinflaba, se me arrugaba la nariz en cada parto: El de Medardito, Lupita, Elenita, Raquelito, Joaquinito, Carmelita, Lourdesita, Rosita y Jaimito; a cual más llorón, más gritón, más peleonero, más oloroso; no soporté tantos vastaguitos, me distraían de mis dibujos y lecturas y corrí a refugiarme a casa de la abuela Raquel... ...Mi madre era una mujer muy dulce que pintaba, tocaba el piano, cantaba, escribía versos... ...Hurgando en los ayeres nebulosos me rondaban las remembranzas que interfieren con mis manuscritos, que esperaba comentarlos con la Montemayor, pero Alma estaba muerta... ...No supe de ti durante varios meses, hasta que me llegó la noticia de tu fallecimiento. Quedé perplejo, pero sigo escribiendo la autobiografía, esperando que le des el visto bueno...”

Post morten imaginé decirle: “Partiste a la región de los mitos, de los que tanto hablábamos. Las últimas veces que pasaste por mí, te noté más frágil, más delgada; fuimos al café y comentamos que en los panteones etruscos colocaban las cenizas en una urna, con las estatuillas del difunto y hasta me dijiste que si se trataba de un escritor tendría su figura con un libro, el pescador con un pescado y así cada actividad...”