/ jueves 6 de septiembre de 2018

Dios, economía y Estado

El objetivo del demonio es destruir la obra de Dios, el orden espontáneo del universo, dentro del cual se encuentra el orden espontáneo del mercado, y usará al Estado para este fin. El enemigo de los libertarios es el demonio y el Estado no puede convertirse en dios a imitación del mal que pretende serlo. De acuerdo a Joseph Ratzinger, esta es la principal amenaza de nuestro tiempo. Él dice: “El tentador no es tan burdo como para proponernos directamente adorar al diablo. Sólo nos propone decidirnos por un mundo planificado”... Vladímir Soloviev atribuye un libro al Anticristo:


Su título es El Camino Abierto para la Paz y el Bienestar del Mundo, que se convierte en la nueva Biblia, y que tiene como contenido esencial la adoración del bienestar y la planificación racional del Estado. Idea sobre la que vuelve Benedicto XVI en su encíclica Spe salvi, en el apartado 29, donde condena rotundamente “la esperanza de instaurar un mundo perfecto gracias a una política estatal fundada científicamente”. O en el discurso que Ratzinger pronunció en el parlamento alemán donde menciona que un gobierno no sometido al derecho es una banda de ladrones. Ni más ni menos.


De aquí parte la importancia, según Jesús Huerta de Soto, de que la Iglesia, cualquier religión o movimiento secular con pretensiones filosóficas universales esté radicalmente separada del Estado, y evitar ser un instrumento del maligno como Iglesia oficial del Estado, y ¿por qué no?, poder denunciar sus abusos. ¿Cuál debe ser el hilo conductor de nuestra acción en el día a día? Dedicar todo el esfuerzo a impulsar el orden espontáneo de Dios, difícil en el Estado benefactor, basándose en el amor y la ética, la cooperación voluntaria, impulsar el mercado, la propiedad privada y la libertad de empresa.


Se debe reconocer que lo que más disciplina a los malos es el mercado, porque el mercado nos obliga en un entorno de cooperación voluntaria a dialogar con el otro, a tratar de descubrir sus necesidades y satisfacérselas pacíficamente; nos obliga a mantener una reputación si es que queremos que el día de mañana se siga comerciando con nosotros, lo que lleva a concluir que donde prepondera el mercado las costumbres son afables. Porque el mercado, como dijo san Juan Pablo II, “es la mejor cadena de solidaridad que se extiende progresivamente”. Nada más afín a la doctrina social cristiana.


También afirma: “Cuando una empresa da beneficios significa que los factores productivos han sido utilizados adecuadamente y que las correspondientes necesidades humanas han sido satisfechas debidamente…Se busca beneficio, no por codicia, sino como manifestación de que se hace el bien al otro… Si el Estado ha de tener una incumbencia debe de ser garantizar la propiedad con la libertad individual, de manera que quien trabaja y produce pueda disfrutar de los frutos de su trabajo, y sea estimulado a realizarlo eficiente y honestamente…”, situando el valor del individuo sobre el Estado.


“Donde el interés individual es suprimido violentamente queda sustituido por un oneroso y opresivo sistema de control burocrático que esteriliza toda iniciativa y creatividad… Una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior privándole de sus competencias… Satisface mejor las necesidades quien está cerca del necesitado… El Estado asistencial al quitar responsabilidad a la sociedad civil… provoca el aumento exagerado de los aparatos públicos, más guiados por lógicas burocráticas, que por la preocupación de servir a los usuarios, y todo con un enorme crecimiento de los gastos”. ¿Qué opina usted?

agusperezr@hotmail.com