/ viernes 15 de noviembre de 2024

Efecto Pinocho

Imaginemos un país en el que toda la fuerza del Estado se libera de contrapesos, con independencia de qué grupo, líder o partido gobierne al país; donde se favorece a una clase social con preferencia a otra para compensar un historial de abusos, reales o supuestos; que busca anular cualquier juicio crítico que erosione al poder político que una mayoría ha otorgado a una minoría salvadora. Con base a una visión selectiva, se ignoran las fallas de los programas sociales, se privilegian las intenciones sobre los resultados; se cree en una gratificación inmediata con recursos infinitos.


Lo anterior, nos lleva a la historia de Pinocho, de 1881, del autor Carlo Collodi, un periodista y satírico, que pretendía ser un símbolo de la importancia de la educación y un alegato a la desobediencia (civil). Como el Pinocho que conocemos, el personaje iba de desgracia en desgracia, porque renunciaba a ir a la escuela, pero antes, más que ahora, el encantador muñeco es mal agradecido y vago, que a pesar de todo lo que hizo, recibió cariño por parte de Gepetto. Llegó a patear a su creador, le roba su peluca y lo meten en la cárcel, acusado de abuso y maltrato.


Al final, la historia termina de forma similar. No es que los niños siempre deban decir la verdad, sino que la educación es esencial. Una educación capaz de liberarle de ser una marioneta de verdad (de la sociedad y los políticos) y de un trabajo brutal, ese que, de otra forma, y como sucede en la fábula, podría terminar convirtiéndole en un burro de carga. La educación es importante para no ser un títere de los demás. ¿Somos una sociedad que es producto de la educación que las mayorías han recibido o es una pedagogía que busca perpetuarse con sobornos arropados en ayudas sociales?


¿Por qué Efecto Pinocho? Porque permitimos ser sobornados para fingir demencia, para adoptar una mirada selectiva, para establecer correlaciones ilusorias, para proyectar en los enemigos la propia incompetencia y atribuir a las políticas gubernamentales todas las virtudes y ningún defecto; pensar en los beneficios recibidos por el Estado, ignorando la hipoteca que cargamos a espalda de las futuras generaciones; creyendo que no tendremos que pagar por nada de lo que ahora recibimos y que los que pagan por todo, tendrán que hacerlo indefinidamente, sin excusas ni pretextos.


Víctimas y victimarios son marionetas de quienes tienen todo el poder de insertar una narrativa oficial en la opinión pública, similar a la lucha de clases, los conservadores, la oligarquía, los aspiracionistas, contra los pobres a los que siempre se ayuda, pero que por una injusticia mágica, nunca dejan de serlo para ser usados como bandera política. Ciertamente, no hay peor fidelidad que la imposición que se compra con dinero o amenazas, en lugar de una decisión tomada con libre elección. Si no queremos ser un país de títeres, más valdría pensar que no todo está bien.


Y si no existe oposición política efectiva, al menos, deberíamos defender a los organismos autónomos fiscalizadores, pero si eso no funciona, no existe o es eliminado, que al menos aún se conserve la libertad de expresión de los analistas, de los que informan, de los que opinan, de los que educan, de los científicos. De lo contrario, seremos como marionetas, seremos como Pinocho, confiando que otros decidan por nuestros intereses vitales.