/ jueves 17 de octubre de 2024

El arte de mixtificar

“Un poco de dinero bien repartido y creas un mundo de mentiras” Arturo de Córdova, en “Hay alguien detrás de la puerta”


Mixtificar, de acuerdo con el diccionario, significa adulterar, falsificar, disfrazar, trucar, engañar, embaucar… Es una expresión que, según el contexto, puede mortificar la conciencia de algunas personas o el statu quo. Si, engañar es una palabra que incomoda a casi cualquiera que al menos la considere.

Este tipo de acciones se consideran antivalores. La mayoría puede estar de acuerdo en que, si le preguntaran, sería absolutamente incapaz de llevar a cabo acciones y comportamientos relacionados con algún tipo de engaño, falsedad, truco, etc.

Queda claro que el engaño es una acción incompatible con los buenos principios, pero el término no resulta del todo desconocido para nadie que se precie de vivir en el mundo real. Basta leer las noticias, ver portales electrónicos; escuchar declaraciones políticas; observar las tácticas de venta de astutos publicistas; clínicas de belleza que disfrazan o ayudan a “maquillar” los defectitos… Las mentirillas más inocentes que decimos cuando queremos evitar a alguien por teléfono, o a un acreedor impertinente, forman parte de una práctica frecuente.

Hasta qué punto, sin ser demasiado puritanos, podríamos considerarnos fuera de la descalificación, aceptando que sí mentimos con demasiada frecuencia en nuestras relaciones humanas, laborales, familiares. El engaño es un arte.

La realidad está bañada de ficción y nos hemos acostumbrado a ello.

Hace poco encontré una reseña sobre uno de los últimos libros del escritor e intelectual italiano Umberto Eco, llamado “Número Cero”. Se trata de un texto que combina realidad y ficción narrada, majestuosamente, a través de una novela.

La historia presenta una abrumadora perspectiva sobre la práctica del periodismo como una herramienta de chantaje y empoderamiento deslegitimado para manipular a la opinión pública o para conseguir prebendas y beneficios principalmente de personajes políticos.

Sin entrar en detalles, la historia de Eco explica cómo, a través de un complejo entramado de mentiras y verdades, el dueño de un periódico que jamás saldrá a la luz, consigue echar a andar lo que llama “La maquinaria del fango”. De esa forma es posible enlodar la imagen de cualquiera que no se preste a las pretensiones del seudo periodista con “secretos vacíos”; es decir, el solo hecho de proponer la existencia de secretos en el armario de cualquier persona, se convierte en un extraordinario instrumento de control, aun cuando no exista en realidad ningún secreto oscuro.

Vivir en el engaño le complica la vida a cualquiera. Le resta energía. Le distrae y compromete… Alguien me dijo una vez que para moverse entre personas indeseables había que ser un poco “histriones”, como si la diplomacia no cayera con frecuencia en la hipocresía.

Entonces, ¿cuándo estamos en el límite del engaño, el fraude y la deslealtad?

Podría ser una simple la respuesta: “yo jamás miento” o un tema indiferente sin provocar más que una sincera autorreflexión. Sin embargo, la almohada suele ser una de las mejores confidentes. Lo que incomoda el sueño por las noches, debe ser algo así como un “carguito de conciencia”. Y ¿quién puede dormir cada noche recordando la mentirilla que debe mantener hilada para seguir siendo un buen histrión y conducirse con probidad en el mundo real?

El escritor francés Anatole France dijo alguna vez que: “Sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento” y a nadie le resulta agradable estar aburrido.


Licenciada en Ciencias de la Información, Consultora en Comunicación y Desarrollo Humano.

airefresco760@gmail.com

Twitter: dinorahga



“Un poco de dinero bien repartido y creas un mundo de mentiras” Arturo de Córdova, en “Hay alguien detrás de la puerta”


Mixtificar, de acuerdo con el diccionario, significa adulterar, falsificar, disfrazar, trucar, engañar, embaucar… Es una expresión que, según el contexto, puede mortificar la conciencia de algunas personas o el statu quo. Si, engañar es una palabra que incomoda a casi cualquiera que al menos la considere.

Este tipo de acciones se consideran antivalores. La mayoría puede estar de acuerdo en que, si le preguntaran, sería absolutamente incapaz de llevar a cabo acciones y comportamientos relacionados con algún tipo de engaño, falsedad, truco, etc.

Queda claro que el engaño es una acción incompatible con los buenos principios, pero el término no resulta del todo desconocido para nadie que se precie de vivir en el mundo real. Basta leer las noticias, ver portales electrónicos; escuchar declaraciones políticas; observar las tácticas de venta de astutos publicistas; clínicas de belleza que disfrazan o ayudan a “maquillar” los defectitos… Las mentirillas más inocentes que decimos cuando queremos evitar a alguien por teléfono, o a un acreedor impertinente, forman parte de una práctica frecuente.

Hasta qué punto, sin ser demasiado puritanos, podríamos considerarnos fuera de la descalificación, aceptando que sí mentimos con demasiada frecuencia en nuestras relaciones humanas, laborales, familiares. El engaño es un arte.

La realidad está bañada de ficción y nos hemos acostumbrado a ello.

Hace poco encontré una reseña sobre uno de los últimos libros del escritor e intelectual italiano Umberto Eco, llamado “Número Cero”. Se trata de un texto que combina realidad y ficción narrada, majestuosamente, a través de una novela.

La historia presenta una abrumadora perspectiva sobre la práctica del periodismo como una herramienta de chantaje y empoderamiento deslegitimado para manipular a la opinión pública o para conseguir prebendas y beneficios principalmente de personajes políticos.

Sin entrar en detalles, la historia de Eco explica cómo, a través de un complejo entramado de mentiras y verdades, el dueño de un periódico que jamás saldrá a la luz, consigue echar a andar lo que llama “La maquinaria del fango”. De esa forma es posible enlodar la imagen de cualquiera que no se preste a las pretensiones del seudo periodista con “secretos vacíos”; es decir, el solo hecho de proponer la existencia de secretos en el armario de cualquier persona, se convierte en un extraordinario instrumento de control, aun cuando no exista en realidad ningún secreto oscuro.

Vivir en el engaño le complica la vida a cualquiera. Le resta energía. Le distrae y compromete… Alguien me dijo una vez que para moverse entre personas indeseables había que ser un poco “histriones”, como si la diplomacia no cayera con frecuencia en la hipocresía.

Entonces, ¿cuándo estamos en el límite del engaño, el fraude y la deslealtad?

Podría ser una simple la respuesta: “yo jamás miento” o un tema indiferente sin provocar más que una sincera autorreflexión. Sin embargo, la almohada suele ser una de las mejores confidentes. Lo que incomoda el sueño por las noches, debe ser algo así como un “carguito de conciencia”. Y ¿quién puede dormir cada noche recordando la mentirilla que debe mantener hilada para seguir siendo un buen histrión y conducirse con probidad en el mundo real?

El escritor francés Anatole France dijo alguna vez que: “Sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento” y a nadie le resulta agradable estar aburrido.


Licenciada en Ciencias de la Información, Consultora en Comunicación y Desarrollo Humano.

airefresco760@gmail.com

Twitter: dinorahga