Los políticos se han dedicado a elaborar discursos que resulten efectivos a la hora de las elecciones. Si quieren ganar en las urnas, deben persuadir en la plaza, sin importar que expresen mensajes sin valor de verdad.
Los políticos apelan, sobre todo, a las emociones de los ciudadanos, dejando a la razón de lado. Están convencidos de que los electores los van a preferir si logran agitar sus emociones, porque la razón como recurso ya no es efectiva en tiempos de la post verdad.
La manipulación del público a través de los mensajes políticos es cosa común desde que hay políticos, pero hoy se manifiesta con más fuerza gracias a que la sociedad de la información en que vivimos posibilita el abuso de una retórica emotiva que no conoce límites.
Los discursos racionales ya no son útiles a los políticos, quienes han encontrado en las tecnologías de la información un medio de comunicación que impacta de manera más directa y personal a los electores, quienes por su parte no muestran mayor interés por la razón.
Ese medio, las redes y plataformas en internet, es más efectivo si trasmite emociones y genera o confirma sentimientos en los receptores del mensaje. Ahora hay una retórica política breve y pasajera que le apuesta a lo irracional.
En los mensajes políticos de la era de la información no hay más razón y se puede prescindir de la verdad, la cual, si a veces pudo haberse considerado tan sólo como un accesorio del discurso político, hoy se le mira como un estorbo para los fines prácticos de la campaña política.
La verdad ya no importa, si acaso importo en algún momento; ahora todo es emotivo. Y en un mundo dominado por la emoción, la razón que valor puede tener. El discurso político dispara emociones y busca provocar emociones para que las decisiones de los electores sean irracionales.
La era de la información es también la era de la emoción. La decisión de los electores está determinada por las emociones que despierta en ellos el discurso político en el marco socio-informativo de la posverdad.
Las expresiones que los políticos tienen ante los electores se manifiestan apelando a las emociones de éstos. No hay ideas ni argumentos. No se requiere de la razón. Basta con que los políticos y los electores hagan “sintonía” en el plano emocional para que el mensaje tenga efecto.
No habiendo verdad que necesite ser apoyada con razonamientos, el discurso emotivo es el medio para conseguir adeptos, seguidores, votantes. Con un “no” rotundo al discurso racional, se cierra la posibilidad de una discusión sobre la verdad de lo que se trasmite en cada mensaje.
La sociedad ha cambiado. La revolución en las tecnologías de la información ha transformado la forma de hacer política, un terreno en el cual cae maltratada la que antes fue el valor fundamental del discurso democrático: la verdad, un valor que debe seguir siendo defendido por la filosofía.
Maestría en Investigación Educativa, Profesor Jubilado de la SEP
juan_camacho61@hotmail.com