Trump tenía razón cuando hablaba de la debilidad internacional mostrada por Biden en sus últimos años. Una debilidad que, dependiendo de la perspectiva desde la que se mire, puede considerarse positiva o negativa. Lo cierto es que el dominio de Estados Unidos como potencia se vio mermado durante su periodo. Cuando esto sucede, es natural que el poder cedido sea tomado por otro país o aprovechado para avanzar en diversos aspectos. Los principales beneficiados, evidentemente, fueron Rusia, China e Israel. Las guerras surgieron porque Estados Unidos se mostró ausente en cuanto a liderazgo. En el caso de China, su ventaja se dio principalmente en el ámbito económico, logrando una mayor participación en mercados donde antes no predominaba.
Por el contrario, la Unión Europea desaprovechó esta situación y permaneció a expensas de lo que Estados Unidos señalaba como rumbo hacia el futuro. Hoy, la UE enfrenta serios problemas. Económicamente son débiles, no son autosuficientes en términos energéticos y temen lo que pueda ocurrir con Ucrania, ya que esto sentaría un precedente de incertidumbre. Además, han perdido en esta última década a uno de sus principales socios: el Reino Unido.
El tablero de ajedrez global ha cambiado drásticamente. Las organizaciones internacionales ya no funcionan, las reuniones de líderes no logran consensos, y los objetivos planteados en estas cumbres ya no se cumplen, sin que haya consecuencias reales. Todo está en proceso de replanteamiento, pero los términos de esta nueva configuración aún son inciertos. Lo que sí sabemos es que algo sucederá, para bien o para mal.
Estos cambios han sido leídos con agudeza por el nuevo gobierno de México. Por primera vez en seis años, vemos a México regresar a las reuniones internacionales, sentándose a la mesa para discutir el futuro. Hoy, Claudia entiende que es parte de este tablero de ajedrez y que debe estar ahí para negociar las condiciones de nuestro país en este nuevo orden.
Todas las organizaciones, uniones, tratados y cooperativas están en proceso de reformulación para enfrentar retos globales ineludibles como la hiperglobalización, la inteligencia artificial, la tributación internacional, las emisiones de gases, entre otros. Lo relevante es que, finalmente, México ha vuelto a estas mesas. Sin embargo, esto no ocurrió por casualidad. El contundente triunfo de Donald Trump en las elecciones obligó a la 4T a replantear su política internacional.
Lo positivo de este cambio es que hoy México es un país más fuerte, más independiente y con mayor capacidad de negociación. Sin embargo, esto también trae consigo nuevos retos. En los próximos meses veremos cómo se desarrollan las jugadas en este tablero, pero debemos tener claro que ya no podemos ser el patio trasero de Estados Unidos, aunque sí necesitamos jugar en su equipo. Esto podría contradecir las ideologías del gobierno actual, pero no es un tema preocupante, ya que en los últimos años se han tomado decisiones correctas.
Un ejemplo de los cambios que vendrán es el tema migratorio. México, que siempre actuó como el amigo buena onda, ahora deberá implementar políticas migratorias más estrictas, convirtiéndose en un muro que limite la llegada de migrantes a Estados Unidos. Este tipo de medidas serán necesarias si queremos mantener una economía sólida y una relación fuerte con nuestro vecino del norte.
Licenciado en Creación y Desarrollo de Empresas. Empresario.
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