Dice Joaquín López-Dóriga en su artículo “Una oposición huérfana” que “Esta es una sociedad políticamente huérfana que sabe lo que quiere, pero no tiene con quién”. Ese argumento se lo escuché primero al senador Germán Martínez después de la manifestación más grande que se ha realizado en nuestro país, reunidos en el Zócalo de la Ciudad de México y en otras 110 ciudades, bajo la consigna de #MiVotoNoSeToca. La duda, que surgió después de esa gran insurgencia ciudadana, era de quién y cómo se podría capitalizar toda esa energía para configurar una alternativa electoral rumbo al 2024.
López-Dóriga cae en el error de absolutizar cuando sostiene que “en la oposición, debo insistir, no hay nadie”. Así como ninguna de las corcholatas es una estrella de rock que encienda a las multitudes, tampoco ninguno de quienes han levantado la mano de la oposición pudiera encabezar un proyecto rumbo al 2024. El reto, más que el quién, es el cómo y en el para qué. Porque, además de que falta tiempo y más aspirantes levantarán la mano, logrará rebozar a cualquier corcholata si llega a ganar su candidatura mediante un método abierto en una elección primaria, con la aspiración de integrar un gobierno de coalición incluyente y plural con unidad opositora. La posibilidad existe, aunque no se alcance aún a conocer su rostro. La energía de las manifestaciones en defensa de la democracia no tiene parangón en la historia política moderna.
También, dicen algunos malpensados, que los dirigentes de los partidos de oposición no les quita el sueño la elección presidencial del próximo año. No porque estén confiados en ganar, sino porque están seguros de perder. Dicen, que por eso sus esfuerzos e intereses de estos dirigentes, están más enfocados a ganar las gubernaturas en las que son competitivos y dejar contienda a la presidencia, como un mero trámite. Pero la verdad es que las elecciones federales y locales concurrentes obedecen al magnetismo de la marea que logre generar la candidatura a la presidencia. Ahí está el gran reto de los partidos de oposición y los oficialistas: no habrá el arrastre del carisma de un Fox, la mercadotecnia de un figurín como Peña, o la candidatura basada en el miedo del peligro para México. La próxima elección será binaria, formal o de facto, pero su potencia dependerá del resto: abanderada por una candidatura legitimada por la ciudadanía, que conecte con el mexicano herido, pero que le dé esperanza, y que pueda construir una mayoría estable (para competir, para legislar y para gobernar).
Según las malas lenguas, la decisión de MC de no competir en el EdoMex ni en Coahuila se basa en una apuesta arriesgada: apostarle al escore. Apostar a los nomios como están ahora las preferencias en las encuestas: Alianza Va por México punteando en Coahuila y Morena punteando en EdoMex. Esgrimiendo un pretendido acuerdo en lo obscuro entre Alito y el gobierno de la 4T, traicionando la alianza, como cuando impulsó la extensión del Ejército en las calles.
Con esta apuesta, MC perdería todo rumbo al 2024 en caso de que la alianza Va por México ganara la elección el próximo domingo 4 de junio porque se caería su excusa de no participar en el 2023.
Esos malpensados creen que el escenario al que le apuesta MC en el 24 es que ganara Morena, que el PRD desapareciera, el PRI se volviera un partido local con sólo dos estados gobernados, que el PAN se sobreviva pero corrido hacia la derecha y que MC pudiera convocar a todos aquellos ciudadanos que coincidan con las propuestas de la social democracia, del nacionalismo revolucionario y la justicia social, incluso algunos de quienes se identifican con el panismo social y el cambio democrático de estructuras. Pero este escenario sólo pudiera suceder en el caso de que Morena repitiera.
Es el reto inédito: el único escenario esperanzador, logrando la máxima unidad opositora democrática para revertir el escore.