Hace unos días el titular del Poder Ejecutivo federal, en su conferencia Mañanera, denunció que la académica María Amparo Casar, directora de la asociación civil Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), estuvo involucrada en actos de corrupción que datan de hace 20 años por presuntamente haber utilizado sus relaciones políticas para beneficiarse ella y a su familia derivado de un trágico suceso personal. Tráfico de influencias para ser más específicos. Desde el púlpito presidencial, tras la denuncia, se publicaron datos sensibles de María Amparo y su familia, aún y cuando la legislación en la materia lo prohíbe.
El objetivo de esta columna no es analizar el caso en particular ni juzgar los hechos denunciados mediáticamente por el presidente, sino echar una mirada a la narrativa política e ideológica que se advierte, más allá del timing político que es imposible obviar.
La premisa fincada desde la presidencia de la República para justificar la denuncia hecha se podría explicar bajo dos proverbios bíblicos: “él que esté libre de pecado que arroje la primera piedra” y “con la vara que midas serás medido”. Esto en alusión a que María Amparo, hoy acusada de corrupción, no tiene la calidad moral o el prestigio suficiente para señalar actos de corrupción del gobierno de México y que, si tan osada es para hacerlo, debería atenerse a las consecuencias.
Estos proverbios, desde mi óptica, destacan ideas valiosas de tolerancia, comprensión y humildad. Su significado esencial es que no tenemos el derecho moral para juzgar o condenar a otra persona y que, si lo hacemos, en la misma forma lo harán con nosotros. Esta filosofía es valiosa en los ámbitos personales y sociales para una adecuada y civilizada convivencia, más no en el terreno de “lo público”. ¿Por qué?
Por la asimetría brutal de poder que existe entre el gobierno y un civil. Por la responsabilidad que representa o debería representar gobernar una sociedad.
Si la mencionada premisa presidencial la tomáramos como cierta y fuera reguladora de la vida pública de México, entonces la sociedad civil estaría en una dura encrucijada: “tú, hombre o mujer, ser humano imperfecto, débil, que has cometido errores y no has caminado sobre la línea de la moralidad y la ética durante tu vida estas impedido de señalar cualquier acto de corrupción o error del gobierno y si osaras hacerlo el poder te juzgará, con todo su peso”. Peligroso mensaje.
Si el ejemplo anterior pareció exagerado, en términos más precisos, podríamos decir que la lucha anticorrupción debiera ser, bajo tal premisa, ejercida solo por aquellas personas impolutas. Pero, impolutas o íntegras, ¿según quién? ¿según las autoridades jurisdiccionales de los ámbitos penales o administrativos? El marco normativo mexicano ya prevé el impedimento de ser servidor público si existe una sanción en firme vigente y, hay que decirlo, no siempre ser absuelto o castigado por una autoridad en México, lamentablemente, significa inocencia o culpabilidad apegada a la verdad.
¿Impoluto según la prensa o los medios de comunicación? ¿No serían estos “juicios sumarios”, fuera de nuestro régimen democrático, violatorios de la presunción de inocencia? Aunado a que, generalmente, la prensa tiene dueños que persiguen intereses personales, políticos y económicos, por lo que muchas veces opera alejada de la verdad y cercana al mejor postor.
¿Sería entonces esta premisa una antesala de una “anticorrupción” inalcanzable e inoperable por seres humanos por su natural imperfección? ¿Será que si te equivocaste o dicen que lo hiciste, perdiste tus derechos de libertad de expresión y de denunciar?
¿En anticorrupción sólo Dios?
-La verdad desde mi ignorancia
Autor: Jesús Abdala Abbud Yepiz
Integrante del Comité de Participación Ciudadana del Sistema Anticorrupción del Estado de Chihuahua