Es una pregunta que nos hemos planteado todos los días, sobre todo durante este sexenio. Para algunos la democracia continúa fuerte, para otros tiene algunas fallas, pero para muchos, está muriendo y fluctuando hacia una nueva forma de autoritarismo.
Este año hemos visto en nuestro país cosas sin precedentes, disparatadas e “irracionales” como la reforma al Poder Judicial, que nos ha colocado en la cuerda floja de incertidumbre. De estar vivos John Locke y Montesquieu, se volverían a morir en un instante. El país está polarizado y el responsable, sin duda, es AMLO.
Ha sido un sexenio de circos, freak shows, caricaturas, discursos de odio, montajes fallidos, manipulaciones y mucha Posverdad. De puras chingaderas, dirían algunos, como el nombre de su rancho (La Chingada). En el imaginario de AMLO la realidad en la que se vive es feliz, feliz, feliz. Todo es perfecto: la economía fue la más fuerte del mundo, el sistema de salud mejor que el de Dinamarca y sin delincuencia. Según él, nos condujo a la tierra prometida de Leche y Miel. Cualquier opinión contraria, es enemigo del “pueblo bueno”.
La “opinocracia” intentó encontrar sentido al actuar de AMLO hasta el cansancio: que, si era populista, demagogo, autócrata, manipulador o tirano; pienso que aunado a todo lo anterior, simplemente está loco. A los locos se les ignora o se les sigue la corriente, pero nunca se les contradice. Enfrentarlos e intentar corregirlos, es una pérdida de tiempo. En su lógica creen que arriba es abajo y abajo es arriba. No saben dialogar y jamás aceptan una opinión distinta a la suya. Lo interesante es que el problema no fue tanto AMLO, sino sus millones de seguidores. ¿Por qué lo quieren? Es una pregunta a la que muchos jamás le encontraremos lógica. Lo cierto es que los locos andan sueltos y la culpa es nuestra.
Recientemente, Noah Harari, autor de “Sapiens”, publicó su nuevo libro “Nexos”. Su texto es pesimista. “Nombramos a nuestra especie Homo Sapiens -hombre sabio- pero, estamos a punto de la autodestrucción”. La información que consumimos es chatarra y “si le das a gente buena mala información, tomarán malas decisiones autodestructivas”. El autor comenta que si bien las elecciones (urnas) determinan el deseo de la mayoría, no reflejan la verdad. Nuestras elecciones son con base al deseo, y no a la verdad. Los candidatos esconden hechos y los distorsionan, reduciendo y limitando la información. Concluye que nuestro problema no es con nuestra naturaleza, sino con la información que poseemos. Luego abrí el libro Democracias y Dictaduras de América Latina de Levitsky: “existe la percepción de que la democracia se encuentra en retroceso en todo el mundo”. En el libro “Como Mueren las Democracias” a cargo del mismo autor, indica que el retroceso democrático comienza en las urnas.
No hay ataques, ni violencia, tan sólo ciudadanos que votan por el líder y luego van a tomar café. “Los autócratas electos mantienen una apariencia democrática a la que van destripando hasta dejarla sin contenido”. Es sabido que incluso en democracias saludables nacen demagogos extremistas, como AMLO. Estudiar democracias en crisis nos ayuda a entender la nuestra.
En Venezuela Hugo Chávez era un político marginal. Protestó contra lo que él definió como una élite gobernante corrupta y prometió construir una democracia “auténtica”. Aprovecharía la riqueza del país para mejorar la vida de los pobres. Empatizó con la ira de los venezolanos de a pie que se sentían ignorados y maltratados. El resto de la historia, usted la sabe bien. ¿Le resuenan estas palabras con la situación de México? Regresando a la pregunta de si nuestra democracia está en peligro, mi respuesta es que está en recesión. Los autores mencionados tienen mucha razón en sus libros.
La democracia está fluctuando hacia un lugar oscuro y pantanoso, pero nosotros la llevamos ahí, por consumir información tergiversada y por ser viscerales en nuestras decisiones.
Maestra en Derechos Humanos, Consultora en resolución de conflictos y conservación de la paz para empresas
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