Lo que me gusta de este tiempo que me tocó vivir es la globalización, hace treinta años, en mi club de lectura, había un cierto aire de superioridad porque teníamos libros internacionales, de autores como Sandor Maraí, de Hungría, JM Coetze, de Sudáfrica, o Ernesto Sábato de Uruguay, traídos de Cd. de México, porque aquí era imposible, y son esas mismas novelas que hoy con un clic las dejan a tu puerta. Lo mismo ha pasado con los vinos, si tenemos antojo de un Chianti, típico de Italia, o del australiano que trae el cangurito y que sólo conseguíamos en Walgreens de El Paso Texas, basta con dar nuestro número de tarjeta en la web y nos llega en un día. El mundo se volvió un puñito.
Esta vastedad de etiquetas es un problema y, así como acepté que no podré leer todos los libros del mundo, también sé que, usted y yo, no vamos a probar el vino de cada viñedo de la Tierra, sin embargo, podemos degustar sudafricanos, o los Gran Cru, o los chilenos baratos y buenos, o los de cuarenta mil pesos que compraba un exgobernador, que conozco, en Cosco, para lucirse como fino, sin distinguir entre vino joven y tempranillo
Pero, fíjese usted, estimado enófilo, enófila, que lo bueno del mundo de las vinícolas es que tenemos que ir con calma. Ubicarnos, como dicen los psicólogos, en el aquí y el ahora, así que en cuestión de vino hay que aprender a degustarlos. Por tal razón debemos saber que los vinos muy intensos tienen que oxigenarse, es decir, que el aire obligue al vino a desprender sus aromas. Para oxigenarlo puede vaciarlo a un decantador o bien dejarlo abrirse en copa, y mientras esto sucede usted acomoda su charcutería, jamón serrano, quesos, aceitunas, pan y pesto.
Luego hay que aprender a catar, comenzando con espulgar en qué año se vendimió, o recogió la uva, de qué país proviene, de qué región, de qué clima, de qué bodega, de qué color, qué aromas desprende, qué sabores da en boca, el por qué se divorció el vecino guapo, con quién hace el amor y si lo hace bien… ejem, perdón, y finalmente con qué alimentos lo estamos maridando.
Recuerde que maridaje es, según la RAE, lazo y unión de los casados, pero esta palabrita se acomodó al mundo del vino y maridaje, significa “matrimonio entre comida y bebida, un enlace que potencia las cualidades de ambos”. Sí, claro, claro, ya sé que esto solo sucede en los primeros años de casados, no vaya a usted a pensar que escribo novelitas rosas.
Por eso le digo que tuvimos suerte de nacer en esta globalización, poder leer a Haruki Murakami con una copa de vino griego, maridarlo con una pita árabe untada de chimichurri argentino y un trocitos de roquefort francés sobre ella. Cinco países en una cata.
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