Flor Yáñez.
El fin de semana pasado mientras tomaba una copa de vino tinto, deambulé por el librero y saqué al azar el libro Repúblicas Defraudadas ¿puede América Latina escapar de su atasco? a cargo del peruano Alberto Vergara. Me senté en mi sillón predilecto a media luz y, como romance por comenzar, tomé otro sorbo del mosto y abrí el libro.
El 80% de los latinoamericanos considera que en sus países no se gobierna para el pueblo, sino para los poderosos. Una cifra idéntica piensa que más de la mitad de sus políticos son corruptos. Los electores acuden a votar sin más programa que el de sancionar a quién esté en el poder. El autor escribe que los economistas sitúan a Latinoamérica (LATAM) en la “trampa de los ingresos medios” y no estamos en un retraso, sino en un estancamiento.
Con estos datos, la lectura dejó de ser la promesa de un romance y se convirtió en una tremenda decepción. “No es enojo, es decepción, y eso es peor” diría un libro de autoayuda ante un amor fracasado. El autor concluye que LATAM está empantanada y que nuestras repúblicas son poco republicanas, porque en la mayoría de la gente no disfruta de sus derechos ni tiene herramientas para defenderlos. Vivimos en una institucionalidad alterna a la de república; prevalece el desinterés. Dejé la lectura para reflexionar un poco.
Recientemente estuve en Perú y fue imposible no recordar al también peruano Vargas Llosa decir que “América Latina estaba jodida”. El Índice de percepción de corrupción en LATAM y el Caribe 2023 sitúa a ese país en una escala de 0 a 100, en el lugar 33. Platiqué con taxistas (curiosamente estos disfrutan mucho hablar de política, y ¡conocen bien el contexto!). Si uno busca sondear la realidad social en un lugar, súbase a un taxi y mientras recorre la ciudad, platique con el conductor.
La gente está harta y decepcionada de una corrupción sistémica que parece incrementarse cada día. Imaginé que Perú estaría peor que México, pero en el mismo índice de percepción de corrupción, nuestro país se sitúa en el lugar 31. Y si le escarbamos más, la reciente reforma al Poder Judicial, ha puesto en “ridículo” a nuestros representantes ante académicos nacionales y extranjeros. Sheinbaum no entendió que las risas de los académicos de Harvard no eran contra los mexicanos, sino contra la “sandez” de los requisitos para ser candidato a juez o ministro. Necia ella y Morena; los demás qué culpa tienen.
Esta maniobra “popular” atenta contra la división de poderes que debe existir en un Estado moderno y pone en jaqué a la República, tal como escribió Vergara en su libro. Si bien es cierto que el salario mínimo se ha incrementado en nuestro país y la pobreza se ha disminuido, el ingreso no tiene mucho poder adquisitivo y hay menos pobres debido al cash de los programas sociales. Es decir, dieron el pescado, pero no enseñaron a pescar y nos convertimos en el país de los salarios mínimos (la trampa a la que se refería el autor).
Sí hubo redistribución, pero con muy poco crecimiento económico y esto no es sostenible, ese es el reto de Sheinbaum de “a ver cómo le hace”. Se acaba de anunciar una inversión extranjera de 20 mil millones de dólares que, en teoría, abonaría al desarrollo, pero en la práctica, tiene muchos desafíos. Ojalá veamos crecimiento sostenido más allá de repartir dinero y que México se convierta en un Estado fuerte. Es una utopía que esperemos no se convierta en otra distopía para que Vergara escriba en su próximo libro que México venció a las estadísticas. ¿Usted qué opina?
Maestra en Derechos Humanos, Consultora en resolución de conflictos y conservación de la paz para empresas
yanez_flor@hotmail.com