/ martes 28 de mayo de 2024

Hechos y criterios | ¿No votar es pecado?

La pregunta del título no es nueva. Hace tiempo se planteaba en pasadas elecciones. No puede responderse con un sí o un no simple o tajante. Si consideramos el votar como algo aislado, sin conexión con nuestro entorno social y en un plano meramente civil, sin trascendencia comunitaria y sin un alcance moral, poco importa si votar es o no pecado.

Sin embargo, en las actuales circunstancias del país, el sufragio tiene una proyección importante sobre el tejido social y el futuro de nuestra nación. La obligación de votar como un deber ciudadano existe, y podemos afirmar que también es un deber cristiano: “Recuerden todos los ciudadanos el derecho y al mismo tiempo el deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 75).

La emisión del voto personal, libre, secreto, razonado y responsable, es un elemento central en el proceso de fortalecimiento de la democracia, aunque no es el único.

“Renunciar al derecho al voto –expresaron los obispos mexicanos en 1991- equivale a entregar a los criterios, a veces no correctos, de unos cuantos; por eso todo ciudadano tiene obligación moral de votar”.

De ahí se desprenden dos puntos sobre el voto, el primero en relación a la promoción del bien común y el segundo con respecto a la cuestión moral del sufragio. Los obispos del estado de Chihuahua expresaban un año después: “El voto es un deber cívico que incide en lo moral, ya que es un paso indispensable para tener gobiernos representativos y para procurar el bien de todos los ciudadanos”.

Los obispos de Chiapas por su parte anotaban que, si no se vota por “egoísmo, pereza o cobardía”, es pecado. Más aún si no hay análisis de condiciones y motivos poderosos para abstenerse.

Monseñor Felipe Aguirre Franco, quien fuera obispo de Tuxtla Gutiérrez y luego de Acapulco, exponía: “El mandamiento de la caridad exige superar una moralidad individualista, por tanto, exige participar en la búsqueda del bien común que nuestro tiempo ‘consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana’. Uno de estos derechos y deberes es el de elegir a los propios gobernantes, lo cual en nuestro país se realiza participando en las votaciones. Negarse a votar es negarse a colaborar en un aspecto importante de la obligación moral ante Dios y de colaborar al bien común de la sociedad. Por esto, precisamente por esto, es pecado, es una ofensa a Dios y al prójimo”.

Hay que vencer el abstencionismo y la desesperanza. ¿Lo ven?


Ingeniero civil. Articulista

Correo: rasak44@hotmail.com


La pregunta del título no es nueva. Hace tiempo se planteaba en pasadas elecciones. No puede responderse con un sí o un no simple o tajante. Si consideramos el votar como algo aislado, sin conexión con nuestro entorno social y en un plano meramente civil, sin trascendencia comunitaria y sin un alcance moral, poco importa si votar es o no pecado.

Sin embargo, en las actuales circunstancias del país, el sufragio tiene una proyección importante sobre el tejido social y el futuro de nuestra nación. La obligación de votar como un deber ciudadano existe, y podemos afirmar que también es un deber cristiano: “Recuerden todos los ciudadanos el derecho y al mismo tiempo el deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 75).

La emisión del voto personal, libre, secreto, razonado y responsable, es un elemento central en el proceso de fortalecimiento de la democracia, aunque no es el único.

“Renunciar al derecho al voto –expresaron los obispos mexicanos en 1991- equivale a entregar a los criterios, a veces no correctos, de unos cuantos; por eso todo ciudadano tiene obligación moral de votar”.

De ahí se desprenden dos puntos sobre el voto, el primero en relación a la promoción del bien común y el segundo con respecto a la cuestión moral del sufragio. Los obispos del estado de Chihuahua expresaban un año después: “El voto es un deber cívico que incide en lo moral, ya que es un paso indispensable para tener gobiernos representativos y para procurar el bien de todos los ciudadanos”.

Los obispos de Chiapas por su parte anotaban que, si no se vota por “egoísmo, pereza o cobardía”, es pecado. Más aún si no hay análisis de condiciones y motivos poderosos para abstenerse.

Monseñor Felipe Aguirre Franco, quien fuera obispo de Tuxtla Gutiérrez y luego de Acapulco, exponía: “El mandamiento de la caridad exige superar una moralidad individualista, por tanto, exige participar en la búsqueda del bien común que nuestro tiempo ‘consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana’. Uno de estos derechos y deberes es el de elegir a los propios gobernantes, lo cual en nuestro país se realiza participando en las votaciones. Negarse a votar es negarse a colaborar en un aspecto importante de la obligación moral ante Dios y de colaborar al bien común de la sociedad. Por esto, precisamente por esto, es pecado, es una ofensa a Dios y al prójimo”.

Hay que vencer el abstencionismo y la desesperanza. ¿Lo ven?


Ingeniero civil. Articulista

Correo: rasak44@hotmail.com