Inspirada en las ideas del Mtro. Antonio Carro Pérez
A unos meses del intento de magnicidio del candidato presidencial Donald J. Trump (quien recordemos incitó a la toma del capitolio) en el país vecino del norte, me vino a la mente un meme en el que le preguntan a la víctima: “¿Todavía eres fanático de los ciudadanos armados? Y éste responde en tono apenado ‘no ya no’”.
Es complicado imaginar la suerte de la venta de armas en el país vecino del norte, pues representa para ellos una parte importante de sus ingresos como nación. El intento de asesinato contra Trump, junto a otros que desafortunadamente alcanzaron su objetivo como lo sucedido con Martin Luther King o Kennedy, son sólo el signo de un pueblo salpicado por la sangre derramada por sí mismo en diferentes épocas y condiciones. La sociedad norteamericana atraviesa por una crisis social muy fuerte de la que ellos mismos todavía no son plenamente conscientes.
Para México, la crisis en materia de seguridad pública ha abierto, en repetidas ocasiones, el debate sobre qué estrategias tomar para erradicar la exagerada violencia que se vive. Algunos políticos sugieren adoptar la visión estadounidense y armar a la población civil; otros, elevar el número de efectivos militares y la calidad del equipamiento bélico; unos menos, hacer cárceles más grandes donde puedan exiliarse a todos los sospechosos de haber cometido crímenes. ¿Serán estas opciones viables en un país donde se comete un homicidio cada 15 minutos?
Tal vez la respuesta esté cerca y sólo falta mirar hacia el sur del continente. Recordemos el caso de Medellín y su alcalde Sergio Fajardo (miembro de la facultad de impacto del Tecnológico de Monterrey), quien fue electo justo después de la desaparición del Cartel de Medellín, época en la que las tasas de homicidio todavía eran muy altas. Él era profesor de matemáticas y se postuló como candidato independiente para ser alcalde de su ciudad e hizo campaña en los barrios más desfavorecidos. Se dio cuenta que la gente vivía en las comunas que habían perdido su sentido de pertenencia, además de ser espacios muy mal conectados, lejos del centro de la ciudad y sin servicios. Miró a los barrios en los que nadie pondría dinero y los dotó de “parques- biblioteca” en los que a los habitantes se les enseñaba un oficio. Para hacer accesibles estas áreas situadas en las periferias se construyeron líneas de cable bus y andadores con escaleras eléctricas que se abrían paso entre el paisaje de casas apiladas. Fajardo, con todo lo anterior, logró reducir los índices de violencia en la ciudad de Medellín y lo hizo mediante la implementación de políticas de mejora del espacio público. Su gobierno disminuyó drásticamente la tasa de homicidios en una de las ciudades más violentas del planeta.
Ante la experiencia colombiana, es innegable que necesitamos una ciudad cuyo eje sea el ciudadano, no el automóvil; entender que, si nuestro estilo de vida ya es asfixiante, nuestro espacio no tiene que serlo también. Debemos procurar que el ciudadano no se sienta ahogado, acorralado; hay que devolverle su sentido de pertenencia, su tranquilidad y confianza en el entorno. Requerimos ciudades que proscriban el egoísmo y la segregación, estrechándonos, poniéndonos de frente, dándonos la oportunidad de que nuestros hijos destierren nuestros complejos jugando juntos en el mismo arenero.
Es momento de regresar a la calle, a donde hizo campaña el Dr. Fajardo, y convencer a nuestros vecinos que la ciudad que habitamos es casa de todos. Nuestra fraternidad, empatía y compromiso nos impulsan; como diría mi amigo Antonio: “nuestra ciudad nos modela”.
Voy y vengo.
Doctor en Derecho. Director de Derecho, Economía y Relaciones Internacionales en el Tec de Monterrey.
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