/ domingo 7 de febrero de 2021

La Constitución Mexicana a 104 años de su promulgación.

Luego de más de un siglo, la carta magna sigue siendo un pilar en la construcción del México moderno; ha sido la sangre de un millón de mexicanos, que decidida y generosamente lucharon para romper con vicios y desigualdades, quien venciera esa opresión y sometimiento, pues aun cuando la esclavitud ya estaba eliminada formalmente, en los hechos era practicada sin pudor para beneficio de unos cuantos.

La lucha se centró, entonces, en imprimir un nuevo sello a la república, el reconocimiento de las denominadas garantías o derechos de los mexicanos que debían quedar inscritas bajo el ideario del llamado Congreso Constituyente de 1917, legisladores mexicanos que estuvieron a la altura de la circunstancia según se denota en los registros históricos, no sólo para el recuerdo, sino para el comparativo necesario de los posteriores y actuales legisladores.

Sentí tristeza al ver que el pasado 5 de febrero pasó prácticamente inadvertido para los poderes y niveles del Estado Mexicano; por desgracia, también para muchos ciudadanos que vivimos un estado de derecho gracias a esos héroes que dieron su vida y para los extraordinarios pensadores, redactores y, sobre todo, visionarios que concibieron unificarnos a través de fórmulas legislativas que prevalecen y que nos convierten en un México de libertades y de múltiples aspiraciones por concretar.

Es, además, fecha inmejorable para preguntarnos cuántos anhelos y causas quedan pendientes de cristalizar; si los Derechos Humanos son realmente respetados y garantizados en este país; si la lucha de clases nos permite crecer armónicamente o si los poderosos seguirán obstinados en dominar a todos olvidándose de la igualdad; si la educación, la salud, la justicia, la forma de organización de gobierno son realmente lo que merecemos.

Si hemos robustecido y privilegiado los derechos sociales, no debe ser mal visto que el presidente de la república tenga como centro principal de su actuar a los más pobres, a los que nada tienen, que les provea de apoyos y mejores condiciones para desarrollarse y alcanzar los decorosos niveles de bienestar que merecen; llegó el momento de aplaudir a la igualdad, aspirar a ella, esto no debería ser motivo de ataques, sino de ver en qué podemos sumarnos y poner nuestro granito de arena.

La justicia social es necesaria para impedir que tengamos sociedades sin salida, debe renovarse la esperanza; está equivocada la premisa de que “los pobres seguirán soportándolo todo”, es mejor que florezca un nuevo pacto, sin abusos, sin excesos, una nación que corte de raíz con vicios y daños imperdonables de quienes han saqueado o entregado el patrimonio de la nación, sin pudor ni consecuencias.

Para tener futuro hay que tener memoria, para tener país debemos robustecer y modernizar nuestras instituciones y, sobre todo, un real y efectivo Estado de derecho; es triste que sigamos siendo considerados tercer mundo, cuando estamos hechos para la grandeza y sabemos defender lo que por derecho y por herencia nos corresponde.


Luego de más de un siglo, la carta magna sigue siendo un pilar en la construcción del México moderno; ha sido la sangre de un millón de mexicanos, que decidida y generosamente lucharon para romper con vicios y desigualdades, quien venciera esa opresión y sometimiento, pues aun cuando la esclavitud ya estaba eliminada formalmente, en los hechos era practicada sin pudor para beneficio de unos cuantos.

La lucha se centró, entonces, en imprimir un nuevo sello a la república, el reconocimiento de las denominadas garantías o derechos de los mexicanos que debían quedar inscritas bajo el ideario del llamado Congreso Constituyente de 1917, legisladores mexicanos que estuvieron a la altura de la circunstancia según se denota en los registros históricos, no sólo para el recuerdo, sino para el comparativo necesario de los posteriores y actuales legisladores.

Sentí tristeza al ver que el pasado 5 de febrero pasó prácticamente inadvertido para los poderes y niveles del Estado Mexicano; por desgracia, también para muchos ciudadanos que vivimos un estado de derecho gracias a esos héroes que dieron su vida y para los extraordinarios pensadores, redactores y, sobre todo, visionarios que concibieron unificarnos a través de fórmulas legislativas que prevalecen y que nos convierten en un México de libertades y de múltiples aspiraciones por concretar.

Es, además, fecha inmejorable para preguntarnos cuántos anhelos y causas quedan pendientes de cristalizar; si los Derechos Humanos son realmente respetados y garantizados en este país; si la lucha de clases nos permite crecer armónicamente o si los poderosos seguirán obstinados en dominar a todos olvidándose de la igualdad; si la educación, la salud, la justicia, la forma de organización de gobierno son realmente lo que merecemos.

Si hemos robustecido y privilegiado los derechos sociales, no debe ser mal visto que el presidente de la república tenga como centro principal de su actuar a los más pobres, a los que nada tienen, que les provea de apoyos y mejores condiciones para desarrollarse y alcanzar los decorosos niveles de bienestar que merecen; llegó el momento de aplaudir a la igualdad, aspirar a ella, esto no debería ser motivo de ataques, sino de ver en qué podemos sumarnos y poner nuestro granito de arena.

La justicia social es necesaria para impedir que tengamos sociedades sin salida, debe renovarse la esperanza; está equivocada la premisa de que “los pobres seguirán soportándolo todo”, es mejor que florezca un nuevo pacto, sin abusos, sin excesos, una nación que corte de raíz con vicios y daños imperdonables de quienes han saqueado o entregado el patrimonio de la nación, sin pudor ni consecuencias.

Para tener futuro hay que tener memoria, para tener país debemos robustecer y modernizar nuestras instituciones y, sobre todo, un real y efectivo Estado de derecho; es triste que sigamos siendo considerados tercer mundo, cuando estamos hechos para la grandeza y sabemos defender lo que por derecho y por herencia nos corresponde.