Polígrafo, académico y promotor cultural muy prestigiado, Jorge Ruiz Dueñas nos ofrece con su más reciente misceláneo Cálamo y memoria (Ediciones del Lirio, 2024) un puntual recorrido por los que han sido sus temas de mayor interés y sus obsesiones más recurrentes. Libro variopinto y fascinante por sus múltiples matices y sonoridades, por sus distintas superficies y esferas del saber aquí gozosamente entretejidas y entrecruzadas, a manera de vívido testimonio autobiográfico, como bien apunta nuestro dilecto Bernardo Ruiz, nos regala además una muy honda reflexión sobre la naturaleza de la creación como vehículo esencial para la conservación de la memoria tanto personal como colectiva.
Más de cuarenta variados textos componen este apasionante itinerario donde la memoria reconstruye una especie de mapa del ser en su recorrido por las dimensiones del tiempo, del arte que no solo es constancia crítica de lo vivido, sino también y sobre todo elocuente atisbo visionario de lo porvenir. A lo largo de Cálamo y memoria, el autor no solo se reafirma como un sabio cronista de su tiempo, de cuanto le ha tocado gozar y sufrir en primera persona, sino además como un no menos apasionado y lúcido deconstuctor e intérprete de los más diversos espacios del saber y de la creación que lo han marcado y formado, que han acompañado su propia ruta de vida.
En un mundo donde por desgracia parecieran dominar cada vez más lo baladí y lo efímero, aquello que Kundera llamaba lo Kitsch, Jorge Ruiz Dueñas reivindica el acto de rememorar ––de crear, de recrear–– como un ejercicio de auténtica resistencia, de fijar en la creación aquello que el paso del tiempo y la desmemoria podrían borrar. Cálamo y memoria (en su mejor poesía se potencian este deseo y este poder) no es únicamente un tributo a la memoria personal o a las vivencias íntimas, sino también una reivindicación del arte como expresión viva del ser. La poesía de a deveras, como espacio esencial de la creación, y por qué no también la música de a deveras, que es poesía, y viceversa, nos confirma aquí el autor, ha conseguido darle la espalda al mundanal ruido, al adormecedor canto de la sirenas, con todo lo que ello implica de menospreciar y ningunearla, porque este tiempo resulta particularmente sordo y ciego para ello.
La conexión personal del autor con otros escritores de su generación y anteriores, o incluso menores, teje una sana e ilustrativa estela de influencias. Me ha emocionado, y por qué no causado nostalgia, el testimoniar su entrecruce con escritores como nuestro muy querido René Avilés Fabila, por quien por cierto conocí, y empecé a tratar y aadmirar, y a querer, al propio Jorge, como a muchos otros colegas y amigos comunes. Y a René lo conocí por don Rafael Solana, un gran maestro del que tanto aprendí y creo haberlo documentado en mi libro sobre él, Rafael Solana: Escribir u morir.
Cálamo y memoria no solo invita a la reflexión intelectual, sino que provoca una introspección sobre el papel que desempeñan el arte y la poesía en la vida cotidiana. Este enfoque humanista lo coloca en la misma línea de poetas y ensayistas que, a lo largo de la historia, han considerado el acto de escribir como un acto de resistencia frente a la banalidad y el vacío. A través de la escritura, dice Jorge, se conserva lo que el tiempo y la inmediatez podrían disipar. En un mundo acelerado, donde la memoria pareciera fragmentarse en retazos efímeros de información, Jorge nos recuerda que el arte es una especie de ancla, de recordatorio de que el ser humano necesita del arte para dilucidar quién es, de dónde viene y hacia dónde se dirige.