Por Lizbeth Chavira Ortiz
Cuando los niños y las niñas atraviesan una etapa de curiosidad, es imposible que no generen escenarios diversos en los que un día pueden ser doctores, veterinarios, maestros o astronautas.
Sin embargo, entre esa nubosidad de curiosidad y jugueteos debemos dejar en claro algo que debe cambiar.
Vivimos bajo estereotipos que nos son inculcados conforme crecemos. Dicho mejor, estamos de lleno en el siglo XXI, el categorizar un juguete o color de acuerdo a los que es para una “niña” o un “niño” debería estar por demás obsoleto y es un hecho que sigue escondido en las gavetas de los juguetes de muchos hogares.
El boletín número seis “Igualdad” del Instituto Nacional de las Mujeres registró ciertas gráficas en las que se les cuestionó a los niños y niñas de seis a trece años sobre diferentes ámbitos. Uno de ellos fue: “¿Quién puede jugar con muñecas?”. A lo cual seis de cada diez niños opinan que es una actividad exclusiva de las niñas, al igual que siete de cada diez niñas.
No obstante, cuatro de cada diez niños y tres de cada diez niñas concordaron que es una actividad que pueden realizar ambos.
Incluso así, es claro que aún existe mucho trabajo por hacer y bastantes estigmas que borrar. Recordemos que la igualdad es un elemento indispensable que puede orillarnos a un cambio espectacular y qué mejor que comenzar desde la niñez, ya que es donde los infantes aprenden deliberadamente, jugando y de forma continua (María Montessori).
Pegas como niña
Existe algo que de valer más o menos de juguetes y colores—y estereotipos—también lo hacen de comentarios que, al inculcarse en una edad temprana en la que comienza una “absorción” de información—para Montessori, a partir de los tres años—, forman parte de un desenvolvimiento.
Ahora bien, ¿qué tan graves son los estereotipos en la niñez?
“Pegas como niña”, “corres como niña”, “eres sensible como una niña”. “Los niños no deben llorar”.
¿En qué momento dejaremos de usar el “como niña” a modo de adjetivo para calificar a un ser humano?
Es decir, una niña no es menos fuerte que un niño por el simple hecho de ser una “niña” y un varón no es menos valiente por llorar, vivir o sentir.
Somos diferentes anatómica y fisiológicamente, de eso no cabe duda, pero debemos abandonar el estigmatizar los sentimientos, la fuerza, la valentía o las emociones como características distintivas de cada género, cuando en realidad son estos ingredientes los que nos humanizan de una forma transparente y concreta.
Las niñas son fuertes, valientes e inquebrantables. Los niños tienen sentimientos, sensibilidad y amor puro. Ambos, todos. No existe distinción alguna.
Qué alegría ver a un niño disfrutar del color rosado. Qué bonito observar a una niña golpear el balón con fiereza.
¡Qué extraordinario observarlos enfrentar al mismo dragón o bailar al compás de una melodía en los inmensos pasillos de un castillo!