/ viernes 20 de septiembre de 2024

La necesidad de creer

Los seres humanos somos, por naturaleza, adoptadores de creencias. Las creencias nos permiten orientar nuestra existencia, dándole sentido a nuestras decisiones y acciones. Las creencias nos hacen falta para vivir con un propósito.

Las religiones son sistemas de creencias adoptadas con la finalidad de darle un sentido a todo cuanto llega a nuestro entendimiento. Creer en dioses y realidades de otra realidad es una constante en todas las culturas, porque en toda cultura hay necesidad de comprender lo que en esta realidad se nos presenta.

Por otra parte, las pseudociencias son sistemas de creencias cuyas “verdades” se escapan al rigor que imponen las ciencias para adquirir un conocimiento sobre nuestra realidad. Una pseudociencia lo es tanto por esquivar el método científico como por asumirse desde una actitud dogmática, tal como ocurre con las religiones.

En su libro “El cerebro de Broca”, el científico Carl Sagan afirmaba que las pseudociencias y las religiones “están parcialmente motivadas por un interés en conocer la naturaleza del universo y nuestro papel en él, razón por la que merecen toda nuestra consideración y atención”. Es decir, detrás de la adopción de dichas creencias está nuestra necesidad de conocer el mundo.

Los seres humanos necesitamos de las creencias porque buscamos una seguridad, una certeza sobre la existencia. Cada uno de nosotros quiere creer porque le es necesario el conocimiento y el propósito de lo que hay frente a cada uno, en su circunstancia muy particular y con los recursos intelectuales disponibles en la cultura que nos tocó vivir.

¿Qué es esta realidad y cómo funciona? ¿Qué nos trajo a ella y para qué? ¿Cómo comprender el mundo y cómo saber nuestro propósito en él? No son preguntas caprichosas, sino cuestiones fundamentales de la condición humana. Buscar respuestas y adoptar creencias es un impulso vital que es parte de nuestro ser.

Las pseudociencias y las religiones tratan de dar respuesta a dichas cuestiones, y son muchas las personas que dicen haber encontrado un “saber” en ellas. Necesitamos creer, queremos creer, porque sin creencias nos moveríamos sin sentido desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte. Es necesario un punto en el cual sintamos que pisamos con firmeza en medio de la incertidumbre.

No son pocos los filósofos y científicos que han emprendido la batalla contra las pseudociencias y las religiones, armándose con razonamientos y experimentos para entregarse con mucho entusiasmo a refutar las creencias de dichos campos de nuestras culturas. Pero la mayoría de las personas sigue adoptando tales creencias, simplemente porque sin ellas sienten un vacío.

Ante quienes adoptan creencias pseudocientíficas y religiosas debemos ser tolerantes, más cuando no están dispuestos a discutir eso en lo que creen. Cuidado con el fanatismo, como reflejo de la actitud dogmática; pero igualmente cuidado con la guerra innecesaria que suele nacer de un escepticismo destructivo que hace a un lado las batallas existenciales que todos libramos.

Que las creencias sean discutibles, pero las personas permanezcan intocables. Diálogo y respeto, ante todo.


Los seres humanos somos, por naturaleza, adoptadores de creencias. Las creencias nos permiten orientar nuestra existencia, dándole sentido a nuestras decisiones y acciones. Las creencias nos hacen falta para vivir con un propósito.

Las religiones son sistemas de creencias adoptadas con la finalidad de darle un sentido a todo cuanto llega a nuestro entendimiento. Creer en dioses y realidades de otra realidad es una constante en todas las culturas, porque en toda cultura hay necesidad de comprender lo que en esta realidad se nos presenta.

Por otra parte, las pseudociencias son sistemas de creencias cuyas “verdades” se escapan al rigor que imponen las ciencias para adquirir un conocimiento sobre nuestra realidad. Una pseudociencia lo es tanto por esquivar el método científico como por asumirse desde una actitud dogmática, tal como ocurre con las religiones.

En su libro “El cerebro de Broca”, el científico Carl Sagan afirmaba que las pseudociencias y las religiones “están parcialmente motivadas por un interés en conocer la naturaleza del universo y nuestro papel en él, razón por la que merecen toda nuestra consideración y atención”. Es decir, detrás de la adopción de dichas creencias está nuestra necesidad de conocer el mundo.

Los seres humanos necesitamos de las creencias porque buscamos una seguridad, una certeza sobre la existencia. Cada uno de nosotros quiere creer porque le es necesario el conocimiento y el propósito de lo que hay frente a cada uno, en su circunstancia muy particular y con los recursos intelectuales disponibles en la cultura que nos tocó vivir.

¿Qué es esta realidad y cómo funciona? ¿Qué nos trajo a ella y para qué? ¿Cómo comprender el mundo y cómo saber nuestro propósito en él? No son preguntas caprichosas, sino cuestiones fundamentales de la condición humana. Buscar respuestas y adoptar creencias es un impulso vital que es parte de nuestro ser.

Las pseudociencias y las religiones tratan de dar respuesta a dichas cuestiones, y son muchas las personas que dicen haber encontrado un “saber” en ellas. Necesitamos creer, queremos creer, porque sin creencias nos moveríamos sin sentido desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte. Es necesario un punto en el cual sintamos que pisamos con firmeza en medio de la incertidumbre.

No son pocos los filósofos y científicos que han emprendido la batalla contra las pseudociencias y las religiones, armándose con razonamientos y experimentos para entregarse con mucho entusiasmo a refutar las creencias de dichos campos de nuestras culturas. Pero la mayoría de las personas sigue adoptando tales creencias, simplemente porque sin ellas sienten un vacío.

Ante quienes adoptan creencias pseudocientíficas y religiosas debemos ser tolerantes, más cuando no están dispuestos a discutir eso en lo que creen. Cuidado con el fanatismo, como reflejo de la actitud dogmática; pero igualmente cuidado con la guerra innecesaria que suele nacer de un escepticismo destructivo que hace a un lado las batallas existenciales que todos libramos.

Que las creencias sean discutibles, pero las personas permanezcan intocables. Diálogo y respeto, ante todo.