/ viernes 27 de septiembre de 2024

Las muertes chiquitas

Ayer, platicando con Jorge, un viejo amigo -más amigo que viejo, por aquello de los prejuicios de la edad-, reflexioné sobre el sentido del “inicio” y el “fin” en nuestra existencia. Nuestra esperanza de vida en México oscila los 75 años de edad, tanto para hombres como para mujeres. Décadas más, décadas menos, queda claro que la tecnología y la cultura nos conceden más calendarios, más vueltas al reloj; sin embargo, no son los años los que definen nuestra vida, sino la manera en que los vivimos.

Siempre he creído, tal vez erróneamente, que en mi corta edad he vivido muchas vidas: desde que una nace, la imagen del bebé se queda en la mente de nuestras madres y nos atesora, hasta que un día, dejamos la vulnerabilidad para levantarnos, caminar y desdeñar la mano de papá y mamá. De alguna manera, el bebé ha muerto y ha dado paso al niño, que ahora, en su nacimiento, agotará un camino para darle la estafeta al adolescente, y luego al adulto, y luego al anciano. En cada fase se nace y se muere, rompiendo la prisión del pasado para adoptar una nueva piel que envejecerá y nos llevará a nuevos destinos.

Sí tú, querido lector, querida lectora, opinas igual que yo, descubrirás que, dentro de cada etapa, hay numerosos ciclos que también representan inicio y desenlace. Mi madre, por ejemplo, siendo profesionista, está concluyendo su camino como docente; se está jubilando y lo hace atesorando una infinidad de anécdotas y cartitas de alumnos que han ido adornando el mausoleo de su trayectoria. Su feliz final se convierte en un alegre nacimiento a su libertad. Su reto será, como les sucede a muchos que dejan una tierra amada, no caer en las garras de la melancolía.

Herman Hesse escribió: “en el fondo de cada comienzo hay un hechizo que nos protege y nos ayuda a vivir”; cuánta razón tenía. Hace poco mi esposa terminó su doctorado. Cuando lo inició, el temor la envolvía; no obstante, inició ese camino con mucha determinación y logró superar cada reto. Sin darse cuenta, en poco tiempo, había cambiado de piel y estaba naciendo una mujer más fuerte. Sobre esto, Roberto Gómez Bolaños dijo: “no es héroe el que carece de miedo. Lo es quien lo siente, lo enfrenta y lo supera”.

Nuestra patria, un día como hoy, pero de 1821, nació luego de una lucha de independencia que se prolongó más de una década. El movimiento atravesó muchas fases y cada una tuvo una motivación diferente. Luego, durante más de dos siglos, hemos visto nacer y morir diferentes etapas que delinearon al Estado actual: republicanos vs. monarquistas; centralistas vs. federales; liberales vs. conservadores; porfiristas vs. revolucionarios; priistas vs. panistas, etc. Cada periodo, cada siglo, cada elección: una nueva vida, una muerte, un llamado a la cordura o a abandonar el barco.

Con cada vida, también viene la fatalidad. Dicen que la muerte, la absoluta, la de a deveras, viene detrás de nosotros; a veces, está cabalgando alguno de nuestros órganos o se esconde detrás del radiador de un vehículo que, años después, nos encontrará en medio de la avenida. Dicen que la muerte es democrática e implacable; en ocasiones, viene tocando las trompetas de la agonía a través de la piel de sus víctimas; otras, con mayor sigilo, se deja ver en los ojos del difunto que fue privado de su vida veloz y limpiamente. Como sea, la muerte nos hermana y nos anuncia, desde que nacemos, cuál es el final de la historia. Si es así, aprendamos de cada ciclo el valor del desapego y, juntos, hallaremos la sorpresa de quien abre los ojos por primera vez. Veamos nuestra existencia como un conjunto de muertes chiquitas y recordemos las palabras de Pablo Neruda: “si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”.

Voy y vengo


Doctor en Derecho. Director de Derecho, Economía y Relaciones Internacionales en el Tec de Monterrey.

lgortizc@gmail.com

youtube: lgortizc