/ domingo 6 de octubre de 2024

Las vecindades de la capital, un pasado que no volverá

Por: Óscar A. Viramontes Olivas

Muchos de nosotros conocimos las vecindades que existían en nuestro hermoso Chihuahua, repartidas por todas los barrios y colonias, eran lugares donde tal vez encontramos amigos, alguna novia, del borrachito que hacía sus “gracias”, o bien, donde se desarrollaban historias del día a día, de familias que vivían y convivían en un mismo edificio; compartiendo casi siempre, un patio central, los mismos lavaderos, el baño, las regaderas, pero, sobre todo, se compartían historias, anécdotas, tristezas, alegrías y no se diga, algún tipo de conflicto que se convertía en la comidilla del día. Aunque en la actualidad, muchas de esas vecindades fueron abandonadas y con el tiempo, se empezaron a derrumbar, algunas siguen de pie como mudos recuerdos de un pasado que ya no volverá, pero de las pocas que existen, luchan por sobrevivir.

Sin duda, aunque algunas de las antiguas vecindades siguen de pie, envejeciendo día con día, desmoronándose grano a grano, de sus enormes adobes de las que, fueron construidas; de su mampostería, que recubría sus paredes, muros, y que era también, un medio para que muchos vecinos, dejaran plasmados sus recuerdos con grafiti, o simplemente con un bolígrafo o color; estas vecindades, siguen siendo lugares llenos de historia y símbolos ineludibles de la cultura popular de nuestra ciudad de Chihuahua, y más allá de sus fronteras. Sin embargo, pocas quedan con esas características que les dieron una personalidad propia. Sin embargo, estos santuarios representaron conjuntos de apartamentos pequeños, donde se tenía que dividir en cocina, recámara, estancia y otros “recovecos”, donde vivían en muchas ocasiones como “sardinas”, ya que, en un cuarto de cuatro por cuatro, llegan a residir hasta ocho personas, ¡imagínese nomás! Sin duda, la historia nos ayuda a indagar, para recuperar y dignificar nuestra identidad; es, recordar, conservar y preservar, y no destruir, aquello que ya es patrimonio colectivo, o forma parte de la cultura popular; sin duda, preservar los sitios de la ciudad donde vivieron nuestros padres, abuelos y bisabuelos, es fundamental, para dejar a las nuevas generaciones este testimonio y patrimonio de nuestra sociedad chihuahuense.

Las vecindades, lugares de muchos recuerdos donde convivieron muchas familias humildes en Chihuahua.

Podemos decir que las vecindades serán lo que fueron, o son lo hoy son; su gente, sus vecinos e inquilinos, pobladores, quienes llenaron esos espacios vitales, con cúmulos de ilusiones, luchas, suspiros y anhelos, fue así, que las vecindades serían consideradas como la vivienda popular, la casa de los pobres y marginados, características de un sinfín de barrios y colonias del Chihuahua de antaño y que por supuesto, formaron parte de la mancha urbana; de esos anillos que en ocasiones eran de miseria; las vecindades, en cuyo centro estaba un patio principal, donde solía ser el marco de reuniones y fiestas vecinales, ocupadas generalmente por la clase trabajadora, sobre todo, por familias de bajos ingresos, cuyos miembros podían ser más de cinco o seis que vivían en departamentos de pocos metros cuadrados; las vecindades, lugares icónicos que durante mucho tiempo, fueron escenarios de películas en la época de oro del cine nacional; la verdad, no había diferencias con la de aquí, sólo en el inmenso tamaño que tenían aquellas que estaban en la capital azteca, formando parte esencial del paisaje urbano, testigos del paso del tiempo, y de innumerables historias, donde también, los fenómenos naturales eran “tajantes”, ya que las lluvias, granizo, sequías y uno que otro movimiento telúrico estremecían sus vulnerables muros y techos; además, con el tiempo, fueron golpeadas por un sinnúmero de crisis, cambios políticos y de un número de líderes vivales que invadían las vecindades para aprovecharse de sus inquilinos, sacándoles aún más con cuotas y promesas, el poco capital de los vecinos. Ahora, ya hay menos vecindades, pero aún hay personas que las habitan, y que siguen construyendo historias justamente en “vecindad”, en esas pequeñas comunidades que, se formaron alrededor de ese patio por donde todos pasaban y donde todos se conocían.

Entre los inquilinos, había rasgos comunes y diferentes, ya que la vecindad daría hospedaje y cobijo a cientos de miles de mexicanos, expulsados del campo y que, llegaban a la ciudad con una mano atrás y otra adelante, o sea, en la total “chilla”, sin tener más que unas cuantas posesiones, pocas y humildes bienes. Sin duda, en los barrios, siembre hubo muchas vecindades, con gente de toda cultura, religión, origen y formas de pensar, muchos de ellos, fueron marginados, pero también, hubo gente de trabajo, de modesta escolaridad, existiendo personas progresistas, liberales o profesionistas, pobres emigrados del campo, sin labor que buscan otros senderos, ya que, no dependían sólo de la actividad agrícola para sobrevivir, también hay campesinos, albañiles, cantineros, cantantes, músicos de cantina, mariachis, bailarinas, cantineras, polis, subempleados y otros seres desempleados.

Antigua vecindad de Chihuahua capital

La vecindad, fue el gran colchón que alivio las penas de la marginación, de los recién llegados a la ciudad; fue la solidaridad de los antiguos moradores, de estos colectivos que se hicieron presentes con un café, un caldillo, un menudo, unos frijolitos de bienvenida; la vecindad, albergó al pobrerío, y le brindó calorcito, mientras los emigrados del campo conseguían trabajo y mejor habitabilidad, aunque sea, en la parte posterior de modernos departamentos, en la comodidad de una casa propia, aunque sea, de renta, en esto, es justo decir que lo de santa pobreza, no es para endulzar o embellecer la marginación de esta realidad; ahí, surgieron personas, personajes y personalidades que, pudieron llegar del campo a la sociedad de las grandes urbes, que, gracias a las limitaciones y hasta el hambre, los templó, los brindó, y los convirtieron en mexicanos empeñosos, de mucho orgullo.

¿Cómo fueron las vecindades que conocimos en los años 40, 50, y 60, en Chihuahua y otras poblaciones? Las vecindades, fueron un complejo macizo, con varias piezas o bien, cuartos que tenían un solo baño, y sanitario comunes, con unos cuantos hidrantes o pilas para el uso de agua; se apreciaban también, varios lavaderos colectivos, y tendederos, desde luego, tenían un zaguán, donde vivía la portera o encargada, aquellas que “partía el queso”, o sea, las que, tenían la mayor autoridad en la vecindad, era la que ponía de encargada el dueño de la misma; las vecindades, eran un conglomerado de vecinos, viviendo en un mismo conjunto habitacional, cerrado y compartido; con un sinfín de bienes, y servicios. Hay que diferenciarlas de aquellos departamentos abiertos, individualizados, pero no cerrados; en cambio, una vecindad era cerrada, motivando así a la convivencia más estrecha.

Las vecindades no sólo fueron estructuras históricas, sino también, comunidades donde los inquilinos compartían espacios y experiencias de vida. En sus patios centrales y pasillos, se compartía el “teje y maneje” de una dinámica social que promovió la convivencia y solidaridad. Los vecinos se conocían, compartían historias y se apoyaban mutuamente. En medio de la agitación de la ciudad, las vecindades ofrecían un oasis de tranquilidad, y un sentido de pertenencia. Los patios comunes se convertían en espacios donde los niños jugaban; los vecinos charlaban, y las amistades florecían. Aún persisten algunas vecindades, pero en su mayoría, están mal o muy destruidas, eran pequeñas o grandes. Las familias llegadas del campo ocuparon uno o dos cuartos, donde se instalaría la obesidad, a saber, en uno está la cocina, el comedor; en el otro, los dormitorios, y algún ropero viejo, eso, es todo lo que tenían las familias que llegaban con una mano atrás, y otra adelante, trasladándose en carros de mulas, uno para la gente, y otro para las humildes “cuicas” o a veces, llegaba en un viejo camión materialista, con la esperanza puesta en un mejor futuro; las vecindades fueron espacios para la recepción y la solidaridad, fueron pequeños cosmos para la convivencia; es un colchón social, para los fregados que nada material tienen, pero que aún, así, tienen toda una vida por delante, y todo un mundo prometedor, debe decir que, la gente de bien, los beneficiarios de la cultura dominante, despreciaría a la población vecindaria, llamándoles “chusma”, incluso, hay gente formada en el marxismo que reniega de ellos, los considera elementos “lumpen” o desplazados, los que van, los que vienen, como un peligro social y político

Algunos más conocedores o más profundos y acertados, dicen de ellos que son la punta de lanza, y base urbana de la lucha revolucionaria, porque de aquí surgieron no pocos dirigentes sociales que fundaron colonias precaristas, mismas que en ocasiones desgraciadamente, se convirtieron en la industria de la invasión, esa que, ha convertido en magnates a ciertos líderes, quienes luego fundaron sus propios partidos políticos, capitalizándose entre los años 60 y 70 del siglo pasado. Muchos convivimos en las vecindades de nuestros amigos, y esto nos dio una formación, nos educó en la solidaridad, en la sensibilidad y comprensión de la vida; de las gentes, nos hizo ver más allá de nosotros mismos, con lo cual, uno no se siente ni distinto, ni mejor, uno es la gente, la gente es uno. En la vecindad, la gente no está separada, no puede estar separada, la vida es, como un continuo que parte de aquí, pero va más allá, no sabemos hasta dónde. La vecindad, nos dio identidad popular, en el sentido de que tú, no eres tú, sino, te sensibilizas, sino, participas, si no te involucras con la idea de que nuestra vida, no acaba, no termina con nosotros mismos, sino que siempre se impone. Esta crónica continuará.


Doctor en Administración. Maestro investigador FCA-UACh.

violioscar@gmail.com

oviramon@uach.mx


Por: Óscar A. Viramontes Olivas

Muchos de nosotros conocimos las vecindades que existían en nuestro hermoso Chihuahua, repartidas por todas los barrios y colonias, eran lugares donde tal vez encontramos amigos, alguna novia, del borrachito que hacía sus “gracias”, o bien, donde se desarrollaban historias del día a día, de familias que vivían y convivían en un mismo edificio; compartiendo casi siempre, un patio central, los mismos lavaderos, el baño, las regaderas, pero, sobre todo, se compartían historias, anécdotas, tristezas, alegrías y no se diga, algún tipo de conflicto que se convertía en la comidilla del día. Aunque en la actualidad, muchas de esas vecindades fueron abandonadas y con el tiempo, se empezaron a derrumbar, algunas siguen de pie como mudos recuerdos de un pasado que ya no volverá, pero de las pocas que existen, luchan por sobrevivir.

Sin duda, aunque algunas de las antiguas vecindades siguen de pie, envejeciendo día con día, desmoronándose grano a grano, de sus enormes adobes de las que, fueron construidas; de su mampostería, que recubría sus paredes, muros, y que era también, un medio para que muchos vecinos, dejaran plasmados sus recuerdos con grafiti, o simplemente con un bolígrafo o color; estas vecindades, siguen siendo lugares llenos de historia y símbolos ineludibles de la cultura popular de nuestra ciudad de Chihuahua, y más allá de sus fronteras. Sin embargo, pocas quedan con esas características que les dieron una personalidad propia. Sin embargo, estos santuarios representaron conjuntos de apartamentos pequeños, donde se tenía que dividir en cocina, recámara, estancia y otros “recovecos”, donde vivían en muchas ocasiones como “sardinas”, ya que, en un cuarto de cuatro por cuatro, llegan a residir hasta ocho personas, ¡imagínese nomás! Sin duda, la historia nos ayuda a indagar, para recuperar y dignificar nuestra identidad; es, recordar, conservar y preservar, y no destruir, aquello que ya es patrimonio colectivo, o forma parte de la cultura popular; sin duda, preservar los sitios de la ciudad donde vivieron nuestros padres, abuelos y bisabuelos, es fundamental, para dejar a las nuevas generaciones este testimonio y patrimonio de nuestra sociedad chihuahuense.

Las vecindades, lugares de muchos recuerdos donde convivieron muchas familias humildes en Chihuahua.

Podemos decir que las vecindades serán lo que fueron, o son lo hoy son; su gente, sus vecinos e inquilinos, pobladores, quienes llenaron esos espacios vitales, con cúmulos de ilusiones, luchas, suspiros y anhelos, fue así, que las vecindades serían consideradas como la vivienda popular, la casa de los pobres y marginados, características de un sinfín de barrios y colonias del Chihuahua de antaño y que por supuesto, formaron parte de la mancha urbana; de esos anillos que en ocasiones eran de miseria; las vecindades, en cuyo centro estaba un patio principal, donde solía ser el marco de reuniones y fiestas vecinales, ocupadas generalmente por la clase trabajadora, sobre todo, por familias de bajos ingresos, cuyos miembros podían ser más de cinco o seis que vivían en departamentos de pocos metros cuadrados; las vecindades, lugares icónicos que durante mucho tiempo, fueron escenarios de películas en la época de oro del cine nacional; la verdad, no había diferencias con la de aquí, sólo en el inmenso tamaño que tenían aquellas que estaban en la capital azteca, formando parte esencial del paisaje urbano, testigos del paso del tiempo, y de innumerables historias, donde también, los fenómenos naturales eran “tajantes”, ya que las lluvias, granizo, sequías y uno que otro movimiento telúrico estremecían sus vulnerables muros y techos; además, con el tiempo, fueron golpeadas por un sinnúmero de crisis, cambios políticos y de un número de líderes vivales que invadían las vecindades para aprovecharse de sus inquilinos, sacándoles aún más con cuotas y promesas, el poco capital de los vecinos. Ahora, ya hay menos vecindades, pero aún hay personas que las habitan, y que siguen construyendo historias justamente en “vecindad”, en esas pequeñas comunidades que, se formaron alrededor de ese patio por donde todos pasaban y donde todos se conocían.

Entre los inquilinos, había rasgos comunes y diferentes, ya que la vecindad daría hospedaje y cobijo a cientos de miles de mexicanos, expulsados del campo y que, llegaban a la ciudad con una mano atrás y otra adelante, o sea, en la total “chilla”, sin tener más que unas cuantas posesiones, pocas y humildes bienes. Sin duda, en los barrios, siembre hubo muchas vecindades, con gente de toda cultura, religión, origen y formas de pensar, muchos de ellos, fueron marginados, pero también, hubo gente de trabajo, de modesta escolaridad, existiendo personas progresistas, liberales o profesionistas, pobres emigrados del campo, sin labor que buscan otros senderos, ya que, no dependían sólo de la actividad agrícola para sobrevivir, también hay campesinos, albañiles, cantineros, cantantes, músicos de cantina, mariachis, bailarinas, cantineras, polis, subempleados y otros seres desempleados.

Antigua vecindad de Chihuahua capital

La vecindad, fue el gran colchón que alivio las penas de la marginación, de los recién llegados a la ciudad; fue la solidaridad de los antiguos moradores, de estos colectivos que se hicieron presentes con un café, un caldillo, un menudo, unos frijolitos de bienvenida; la vecindad, albergó al pobrerío, y le brindó calorcito, mientras los emigrados del campo conseguían trabajo y mejor habitabilidad, aunque sea, en la parte posterior de modernos departamentos, en la comodidad de una casa propia, aunque sea, de renta, en esto, es justo decir que lo de santa pobreza, no es para endulzar o embellecer la marginación de esta realidad; ahí, surgieron personas, personajes y personalidades que, pudieron llegar del campo a la sociedad de las grandes urbes, que, gracias a las limitaciones y hasta el hambre, los templó, los brindó, y los convirtieron en mexicanos empeñosos, de mucho orgullo.

¿Cómo fueron las vecindades que conocimos en los años 40, 50, y 60, en Chihuahua y otras poblaciones? Las vecindades, fueron un complejo macizo, con varias piezas o bien, cuartos que tenían un solo baño, y sanitario comunes, con unos cuantos hidrantes o pilas para el uso de agua; se apreciaban también, varios lavaderos colectivos, y tendederos, desde luego, tenían un zaguán, donde vivía la portera o encargada, aquellas que “partía el queso”, o sea, las que, tenían la mayor autoridad en la vecindad, era la que ponía de encargada el dueño de la misma; las vecindades, eran un conglomerado de vecinos, viviendo en un mismo conjunto habitacional, cerrado y compartido; con un sinfín de bienes, y servicios. Hay que diferenciarlas de aquellos departamentos abiertos, individualizados, pero no cerrados; en cambio, una vecindad era cerrada, motivando así a la convivencia más estrecha.

Las vecindades no sólo fueron estructuras históricas, sino también, comunidades donde los inquilinos compartían espacios y experiencias de vida. En sus patios centrales y pasillos, se compartía el “teje y maneje” de una dinámica social que promovió la convivencia y solidaridad. Los vecinos se conocían, compartían historias y se apoyaban mutuamente. En medio de la agitación de la ciudad, las vecindades ofrecían un oasis de tranquilidad, y un sentido de pertenencia. Los patios comunes se convertían en espacios donde los niños jugaban; los vecinos charlaban, y las amistades florecían. Aún persisten algunas vecindades, pero en su mayoría, están mal o muy destruidas, eran pequeñas o grandes. Las familias llegadas del campo ocuparon uno o dos cuartos, donde se instalaría la obesidad, a saber, en uno está la cocina, el comedor; en el otro, los dormitorios, y algún ropero viejo, eso, es todo lo que tenían las familias que llegaban con una mano atrás, y otra adelante, trasladándose en carros de mulas, uno para la gente, y otro para las humildes “cuicas” o a veces, llegaba en un viejo camión materialista, con la esperanza puesta en un mejor futuro; las vecindades fueron espacios para la recepción y la solidaridad, fueron pequeños cosmos para la convivencia; es un colchón social, para los fregados que nada material tienen, pero que aún, así, tienen toda una vida por delante, y todo un mundo prometedor, debe decir que, la gente de bien, los beneficiarios de la cultura dominante, despreciaría a la población vecindaria, llamándoles “chusma”, incluso, hay gente formada en el marxismo que reniega de ellos, los considera elementos “lumpen” o desplazados, los que van, los que vienen, como un peligro social y político

Algunos más conocedores o más profundos y acertados, dicen de ellos que son la punta de lanza, y base urbana de la lucha revolucionaria, porque de aquí surgieron no pocos dirigentes sociales que fundaron colonias precaristas, mismas que en ocasiones desgraciadamente, se convirtieron en la industria de la invasión, esa que, ha convertido en magnates a ciertos líderes, quienes luego fundaron sus propios partidos políticos, capitalizándose entre los años 60 y 70 del siglo pasado. Muchos convivimos en las vecindades de nuestros amigos, y esto nos dio una formación, nos educó en la solidaridad, en la sensibilidad y comprensión de la vida; de las gentes, nos hizo ver más allá de nosotros mismos, con lo cual, uno no se siente ni distinto, ni mejor, uno es la gente, la gente es uno. En la vecindad, la gente no está separada, no puede estar separada, la vida es, como un continuo que parte de aquí, pero va más allá, no sabemos hasta dónde. La vecindad, nos dio identidad popular, en el sentido de que tú, no eres tú, sino, te sensibilizas, sino, participas, si no te involucras con la idea de que nuestra vida, no acaba, no termina con nosotros mismos, sino que siempre se impone. Esta crónica continuará.


Doctor en Administración. Maestro investigador FCA-UACh.

violioscar@gmail.com

oviramon@uach.mx