El ascenso de una mujer a la presidencia es un triunfo para todas las que hemos luchado por un espacio en la política. Las mujeres mexicanas hemos soportado, por demasiado tiempo, un sistema que perpetúa la violencia, la discriminación y la desigualdad. La administración de Sheinbaum debe ser un punto de inflexión en este contexto. No podemos quedarnos con un liderazgo que se limite a hacer declaraciones sobre la equidad de género; necesitamos que esas palabras se traduzcan en políticas concretas que mejoren nuestras vidas.
El compromiso de Sheinbaum de erradicar la violencia de género y garantizar derechos fundamentales es esencial, pero estas promesas deben ser acompañadas de un plan de acción claro, con recursos asignados y plazos definidos. Las cifras de feminicidios, violencia doméstica y acoso sexual son alarmantes y no pueden ser ignoradas ni minimizadas. Su gobierno tiene la obligación de priorizar la seguridad de las mujeres y niñas en todo el país, implementando medidas que no solo aborden el síntoma, sino que atajen las raíces estructurales de la violencia.
Es fácil caer en la tentación de celebrar a Sheinbaum como un símbolo de empoderamiento femenino sin exigirle una rendición de cuentas real. Ser la primera mujer presidenta no es suficiente. Necesitamos un liderazgo que no solo desafíe las estructuras patriarcales, sino que las desmantele. Esto implica no solo hablar de derechos, sino también implementar políticas que promuevan la inclusión, la equidad salarial y la representación real de las mujeres en la toma de decisiones.
Un aspecto crucial es la creación de un gabinete que no esté compuesto únicamente por figuras de élite, sino que refleje la diversidad de la sociedad mexicana. Si su administración está dominada por hombres o por un círculo cerrado de personas con privilegios, se perderá la oportunidad de enriquecer la política con diferentes perspectivas y experiencias. La inclusión de mujeres y hombres de diversas realidades es vital para abordar de manera efectiva los problemas que enfrenta el país.
El verdadero liderazgo implica la capacidad de escuchar y aprender de las críticas, incluso cuando estas provienen de la oposición. No se trata de un ataque, sino de un llamado a la reflexión. La política debe ser un espacio de diálogo y colaboración, donde las diferencias ideológicas se conviertan en un motor para la innovación y el progreso. Espero que Sheinbaum tenga la valentía de buscar estas interacciones y no se cierre en una burbuja de confirmación.
Los primeros cien días de su gobierno serán cruciales. No solo se tratará de implementar políticas, sino de generar confianza entre la población. La ciudadanía espera ver resultados tangibles que demuestren que el cambio es real y que las promesas se cumplen. La opacidad y la falta de acción podrían dar pie a la desilusión, un sentimiento que muchas mujeres ya han experimentado en gobiernos anteriores que no han cumplido sus promesas de cambio.
Por último, es vital que Sheinbaum reconozca el papel de la sociedad civil y las organizaciones feministas en este proceso. Estas voces han sido fundamentales en la lucha por los derechos de las mujeres y deben ser aliadas, no adversarias. Su gobierno debe abrir espacios de colaboración y diálogo para incorporar sus demandas en la agenda política.
Las mujeres en política, sin importar nuestras diferencias ideológicas, debemos unirnos en la búsqueda de un futuro donde la igualdad sea la norma y no la excepción. Este es un momento crítico, y cada decisión que tome Sheinbaum será un reflejo de nuestras luchas. El momento de actuar es ahora, y la historia no nos juzgará solo por quién ocupa el poder, sino por cómo lo utiliza para transformar la vida de cada mujer en este país. La expectativa es alta, pero la capacidad de lograrlo está en nuestras manos.
Lic. en Negocios, Diputada Local por Movimiento Ciudadano