/ viernes 29 de noviembre de 2024

México, ¿estado fallido?

México parece un manicomio controlado. Se ha votado por transferencias monetarias a cambio de poca inversión pública en Salud, Seguridad, Educación y Ciencia. La bolsa económica no ha crecido y sólo se ha reasignado el dinero sin multiplicación de riqueza en un ambiente de pobre liderazgo político. Y la izquierda es el ejemplo paradigmático del típico motor de la decadencia intelectual. La manera de crecer es la inversión y la facilidad para hacer negocios. La sobrerregulación, la burocracia son los lastres que amenazan con expulsar cualquier negocio a otros países


México es un país de vasta cultura y recursos, pero se ha convertido en un rehén de la ideología, donde el peor de los secuestradores no es otro que el partido instalado en Palacio Nacional. Desde el inicio de la época independiente el poder central ha operado como un opresor despiadado que ha mantenido a la población en un estado de sumisión y adormecimiento colectivo. Superar este viejo modelo no ha sido fácil y los políticos del neoliberalismo tomaron medidas audaces para abrir la economía y la competencia política para adaptarse a un mundo de emprendedores.


Pero deseamos mantenernos en un mundo de fábricas y proletarios. El Estado desea retornar a una maquinaria de propaganda, censura y represión que no solo ha alienado a los mexicanos, sino que ha creado un patrón degenerativo donde el pensamiento crítico es erradicado y la mediocridad es exaltada. La población, arrastrada por generaciones de lavado de cerebro, ha llegado a un punto en que el rezago intelectual se ha vuelto endémico. México está enfermo de vacío intelectual y de ego ultranacionalista. La propaganda ha sido efectiva y la prueba es el reciente resultado electoral.


Quienes piensan que el modelo estructural es sostenible (gastar más sin productividad ni crecimiento económico) han quedado atrapados en un ciclo de autoengaño. Sus cabezas, desbordadas de pensamiento justificatorio y una cómoda gratificación inmediata, se han convertido en el escenario perfecto para un sistema que aborrece el pensamiento crítico. El común de los mexicanos, en lugar de cuestionar la narrativa oficial, que sólo busca subsidiar a la población, prefiere olvidar que no hay dinero que dure si no se eleva el valor agregado del trabajador.


Al olvidar la aportación del sector privado, como principal generador de valor, y la principal responsabilidad del sector público, que es crear el marco normativo que permita al sector privado crecer, la mayoría de los ciudadanos se han conformado con adoptar una visión distorsionada de la realidad, promovida y protegida por los intereses de las antiguas y las nuevas oligarquías. El resultado es un país que, generación tras generación, muestra síntomas de una regresión intelectual muy intensa que alimenta a una falsa democracia con mentiras y falsos relatos de grandeza.


El resultado: los mexicanos somos ciegos ante la realidad de nuestro propio subdesarrollo. El Estado, siempre astuto en su manipulación, ha sabido mantener este orgullo nacional inflamado como una barrera para cualquier intento de despertar intelectual. Mientras el gobierno proclama la gloria y la supremacía de la izquierda en política económica, poco a poco reduce a los ciudadanos a marionetas, sacrificando al pueblo en el altar de la ignorancia. Por el bien de nuestro país, esperemos retornar a la cordura, el diálogo institucional, los contrapesos y la lógica económica, algún día.