/ miércoles 12 de febrero de 2020

Muchas ocurrencias, pocas soluciones. Mucha popularidad, poca capacidad

Por: Gustavo Madero


En un mundo contemporáneo invadido de la incertidumbre de cambios y disrupciones tecnológicas, económicas y sociales, nuestro país se embarcó en un cambio político de grandes proporciones eligiendo a López Obrador, con una aplastante mayoría que dejó diezmados (y deslegitimados) a los partidos tradicionales. Lo hizo capitalizando el descontento generalizado que contagió a todas las democracias liberales en el mundo y con una popular campaña de descalificaciones y propuestas, coloquiales y simplistas, pero eficaces.

La gente quería un cambio. Con el descrédito de Peña Nieto el PRI estaba en la lona, como no lo había estado nunca en su historia. Y los cambios que se le ofrecieron al ciudadano para la elección del 2018, ganó el de la coalición de Morena, PT y PES “Juntos Haremos Historia”. La alianza del PAN, PRD y MC “Por México al Frente” no logró convencer de sus propuestas registradas en su ambiciosa plataforma electoral. AMLO 30 millones de votos, Anaya 12.6 y Meade 9.3 Ni juntando los votos de todos los candidatos le hubieran ganado a López Obrador.

Ganó con tal contundencia que desde julio del 2018 empezó a regir los destinos políticos del país y aun antes de tomar posesión ya realizaba consultas populares a modo, como la cancelación del nuevo aeropuerto.

Pero, aun con tanto poder político (y respaldo popular), las cosas no le han resultado.

Él imaginaba que a estas alturas de su administración habría un crecimiento económico dinámico, una contención de la inseguridad y los homicidios, una abundancia de recursos fiscales obtenidos por su política de austeridad y combate a la corrupción. Pero ha sucedido todo lo contrario: 2019 ha sido el año mas violento del siglo, el PIB retrocedió 0.1% y ha tenido que recortar el presupuesto a los estados, a los municipios y a la gran mayoría de los programas federales.

El dilema, consiste en sostener una posición frente a su gobierno hoy:

¿Los cambios que está impulsando el gobierno de Morena van a solucionar la inseguridad, la corrupción y la falta de crecimiento o los van a agravar?

La confianza de los seguidores de Morena se finca en la fortaleza del peso y la baja inflación (aunque estas dos variables en realidad dependen de las decisiones del Banco de México) y en la popularidad del presidente que sigue siendo elevada.

Pero popularidad no es sinónimo de capacidad. Las mañaneras y las ocurrencias están dedicadas a mantener su popularidad, pero no están revirtiendo los grandes problemas del pasado y menos aún insertando a nuestro país en la economía del futuro basada en el conocimiento, la innovación y la responsabilidad ecológica con el planeta.

La lógica que explica sus decisiones es política y electoral; no existen los diagnósticos sesudos, ni planes o estrategias con indicadores de desempeño. No hay capacidad de autocrítica ni de corrección de yerros. Una ves dicha la palabra divina el mundo tiene que girar en su derredor. Intenta culpar a Calderón y a Fox (se omite siempre a Peña) de los males que nos aquejan, pero las decisiones que ha tomado López Obrador en materia económica, energética, de inseguridad o creación de empleos, no revierten, sino que han agravado cada una de estas materias.

El panorama no es alentador, pero mucho menos cuando ni siquiera hay conciencia del problema. Popularidad hay; capacidad no se tiene.

El primer paso para solucionarlo comienza con reconocer que no están funcionando las ocurrencias. Porque políticas públicas, no hay.

Por: Gustavo Madero


En un mundo contemporáneo invadido de la incertidumbre de cambios y disrupciones tecnológicas, económicas y sociales, nuestro país se embarcó en un cambio político de grandes proporciones eligiendo a López Obrador, con una aplastante mayoría que dejó diezmados (y deslegitimados) a los partidos tradicionales. Lo hizo capitalizando el descontento generalizado que contagió a todas las democracias liberales en el mundo y con una popular campaña de descalificaciones y propuestas, coloquiales y simplistas, pero eficaces.

La gente quería un cambio. Con el descrédito de Peña Nieto el PRI estaba en la lona, como no lo había estado nunca en su historia. Y los cambios que se le ofrecieron al ciudadano para la elección del 2018, ganó el de la coalición de Morena, PT y PES “Juntos Haremos Historia”. La alianza del PAN, PRD y MC “Por México al Frente” no logró convencer de sus propuestas registradas en su ambiciosa plataforma electoral. AMLO 30 millones de votos, Anaya 12.6 y Meade 9.3 Ni juntando los votos de todos los candidatos le hubieran ganado a López Obrador.

Ganó con tal contundencia que desde julio del 2018 empezó a regir los destinos políticos del país y aun antes de tomar posesión ya realizaba consultas populares a modo, como la cancelación del nuevo aeropuerto.

Pero, aun con tanto poder político (y respaldo popular), las cosas no le han resultado.

Él imaginaba que a estas alturas de su administración habría un crecimiento económico dinámico, una contención de la inseguridad y los homicidios, una abundancia de recursos fiscales obtenidos por su política de austeridad y combate a la corrupción. Pero ha sucedido todo lo contrario: 2019 ha sido el año mas violento del siglo, el PIB retrocedió 0.1% y ha tenido que recortar el presupuesto a los estados, a los municipios y a la gran mayoría de los programas federales.

El dilema, consiste en sostener una posición frente a su gobierno hoy:

¿Los cambios que está impulsando el gobierno de Morena van a solucionar la inseguridad, la corrupción y la falta de crecimiento o los van a agravar?

La confianza de los seguidores de Morena se finca en la fortaleza del peso y la baja inflación (aunque estas dos variables en realidad dependen de las decisiones del Banco de México) y en la popularidad del presidente que sigue siendo elevada.

Pero popularidad no es sinónimo de capacidad. Las mañaneras y las ocurrencias están dedicadas a mantener su popularidad, pero no están revirtiendo los grandes problemas del pasado y menos aún insertando a nuestro país en la economía del futuro basada en el conocimiento, la innovación y la responsabilidad ecológica con el planeta.

La lógica que explica sus decisiones es política y electoral; no existen los diagnósticos sesudos, ni planes o estrategias con indicadores de desempeño. No hay capacidad de autocrítica ni de corrección de yerros. Una ves dicha la palabra divina el mundo tiene que girar en su derredor. Intenta culpar a Calderón y a Fox (se omite siempre a Peña) de los males que nos aquejan, pero las decisiones que ha tomado López Obrador en materia económica, energética, de inseguridad o creación de empleos, no revierten, sino que han agravado cada una de estas materias.

El panorama no es alentador, pero mucho menos cuando ni siquiera hay conciencia del problema. Popularidad hay; capacidad no se tiene.

El primer paso para solucionarlo comienza con reconocer que no están funcionando las ocurrencias. Porque políticas públicas, no hay.

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