/ lunes 14 de octubre de 2024

Ni innovación ni representación

Tenemos un problema muy serio con la satisfacción de la ciudadanía respecto a la democracia. Incluso las generaciones más jóvenes estarían dispuestas a aceptar sistemas de gobierno autoritarios, si éstos resolvieran los problemas sociales. Esto no es una sorpresa si analizamos el funcionamiento real de la representación en México.


En teoría, una persona en una diputación representa la voz de un sector o zona de la sociedad, que se conglomera en distritos. Cuando el o la diputada vota, lo hace representando a la gente de ese distrito y su forma de pensar en torno al tema que se esté tratando. Los diputados de mayoría tienen el deber de anteponer el sentir ciudadano al del partido. El problema es que antes era muy difícil conocer el sentir de esos distritos, y los diputados votaban alegando que eso era lo que su gente quería. Sin embargo, esto ha cambiado. Hoy en día existen muchos mecanismos sencillos y baratos, como las encuestas telefónicas o las redes sociales, que permiten detectar claramente el sentir social. Además, la Ley de Participación Ciudadana ya pone a disposición de la ciudadanía mecanismos de consulta, donde el instituto electoral correspondiente puede realizar una consulta seria a la sociedad sobre un tema.


El punto al que quiero llegar es que, en los últimos años, las votaciones de los representantes han ido en sentido contrario a lo que la ciudadanía realmente desea. La prueba más contundente y actual es el caso del cerro del Caballo, en la ciudad de Chihuahua. El Instituto Estatal Electoral le preguntó oficialmente a la ciudadanía si quería que se protegiera esta zona natural de la ciudad, y el 98% de la ciudadanía respondió que sí. Días después, en el Congreso se propuso hacer un exhorto (que tiene la misma trascendencia que mandar un WhatsApp) del Congreso al Ayuntamiento, y aquí los representantes votaron que no. No quiero entrar en polémicas sobre si esto es correcto o no, o sobre quiénes son los dueños, etc. Sólo quiero poner en perspectiva por qué la gente está harta de la democracia. Esto sucede a diario en el Congreso del Estado, en el Congreso federal y en el Senado.


Esta disonancia está afectando gravemente a la democracia. Por eso a nadie le importa lo que le pasa a las instituciones, y no hay quién las defienda.


A esto se suma la falta de innovación entre quienes llegan a los congresos. No me vas a dejar mentir: la gran idea de todos es abrir una Casa de Enlace. Exactamente lo mismo que presumían los diputados de los años 70. En un mundo donde la gran mayoría de la sociedad tiene acceso a redes sociales, y donde los sistemas de transporte público siguen siendo una vergüenza, la idea es que la gente siga teniendo que ir a una casa lejos de su lugar de residencia para expresarle su necesidad al diputado, donde normalmente no encontrará a nadie. Además, los costos de renta y mobiliario lo paga la ciudadanía. Deberíamos estar implementando sistemas de gestión de mensajería o incluso sistemas de consulta por votación desde el celular a todos los miembros de un distrito. Cualquier cosa, pero algo más innovador. Esta desconexión entre representantes y representados es peligrosísima si queremos seguir teniendo una democracia. Exijamos más a quienes elegimos.



Tenemos un problema muy serio con la satisfacción de la ciudadanía respecto a la democracia. Incluso las generaciones más jóvenes estarían dispuestas a aceptar sistemas de gobierno autoritarios, si éstos resolvieran los problemas sociales. Esto no es una sorpresa si analizamos el funcionamiento real de la representación en México.


En teoría, una persona en una diputación representa la voz de un sector o zona de la sociedad, que se conglomera en distritos. Cuando el o la diputada vota, lo hace representando a la gente de ese distrito y su forma de pensar en torno al tema que se esté tratando. Los diputados de mayoría tienen el deber de anteponer el sentir ciudadano al del partido. El problema es que antes era muy difícil conocer el sentir de esos distritos, y los diputados votaban alegando que eso era lo que su gente quería. Sin embargo, esto ha cambiado. Hoy en día existen muchos mecanismos sencillos y baratos, como las encuestas telefónicas o las redes sociales, que permiten detectar claramente el sentir social. Además, la Ley de Participación Ciudadana ya pone a disposición de la ciudadanía mecanismos de consulta, donde el instituto electoral correspondiente puede realizar una consulta seria a la sociedad sobre un tema.


El punto al que quiero llegar es que, en los últimos años, las votaciones de los representantes han ido en sentido contrario a lo que la ciudadanía realmente desea. La prueba más contundente y actual es el caso del cerro del Caballo, en la ciudad de Chihuahua. El Instituto Estatal Electoral le preguntó oficialmente a la ciudadanía si quería que se protegiera esta zona natural de la ciudad, y el 98% de la ciudadanía respondió que sí. Días después, en el Congreso se propuso hacer un exhorto (que tiene la misma trascendencia que mandar un WhatsApp) del Congreso al Ayuntamiento, y aquí los representantes votaron que no. No quiero entrar en polémicas sobre si esto es correcto o no, o sobre quiénes son los dueños, etc. Sólo quiero poner en perspectiva por qué la gente está harta de la democracia. Esto sucede a diario en el Congreso del Estado, en el Congreso federal y en el Senado.


Esta disonancia está afectando gravemente a la democracia. Por eso a nadie le importa lo que le pasa a las instituciones, y no hay quién las defienda.


A esto se suma la falta de innovación entre quienes llegan a los congresos. No me vas a dejar mentir: la gran idea de todos es abrir una Casa de Enlace. Exactamente lo mismo que presumían los diputados de los años 70. En un mundo donde la gran mayoría de la sociedad tiene acceso a redes sociales, y donde los sistemas de transporte público siguen siendo una vergüenza, la idea es que la gente siga teniendo que ir a una casa lejos de su lugar de residencia para expresarle su necesidad al diputado, donde normalmente no encontrará a nadie. Además, los costos de renta y mobiliario lo paga la ciudadanía. Deberíamos estar implementando sistemas de gestión de mensajería o incluso sistemas de consulta por votación desde el celular a todos los miembros de un distrito. Cualquier cosa, pero algo más innovador. Esta desconexión entre representantes y representados es peligrosísima si queremos seguir teniendo una democracia. Exijamos más a quienes elegimos.