/ viernes 6 de septiembre de 2024

Orgullo de ignorante

El orgullo ignorante lo tiene aquel que cree saberlo todo de la vida, que menosprecia el conocimiento que otros tienen, y él no. Piensa que tener suerte en la vida le da derecho a denigrar a la gente estudiada. Piensa que elegir la ignorancia le hace mejor ser humano. Antepone el dinero a la cultura y, peor aún, usa su ignorancia para decir que no sabía lo que sus asesores hacían, para desobedecer las leyes que no le gustan y darse el gusto de explotar a quienes con su iniciativa, valentía y recursos emprenden proyectos para crear empleos y mejorar la calidad de vida de otros.


Quienes justifican sus errores, baja autoestima y el desprecio por los demás, usan el orgullo ignorante para crear esclavos a su imagen y semejanza, eliminan la justificación para perfeccionar el carácter o las cualidades personales y, para colmo, se dan el lujo de ser un mal gobernante, un líder demagogo y un pésimo jefe de familia. No hay interés por mejorar la vida de otros a fin de distinguir la verdad de la mentira, el bien del mal. Usa el orgullo ignorante para que nadie lo critique y que otros no descubran que los están engañando. Eso explicaría la perversión de la política actual.


Porque nadie parece hacerse responsable de lo que hace ni hacer responsables a los que nos gobiernan. Personas superficiales, producen personas superficiales; gente incapaz de responsabilizarse por algo, que escapa de la moral para no enfrentarse a los ciudadanos. El orgullo ignorante busca evitar que lleguemos a la mayoría de edad, no quiere ciudadanos que reclamen, sobornándolos para que no molesten, para que no usen el pensamiento crítico, para que se sientan orgullosos de su ignorancia y no cuestionen la corrupción económica, moral o cultural.


En las circunstancias actuales sólo es buen gobernante el que ofrece más gratificaciones inmediatas a sus votantes. Jamás hablará de sacrificio, planeación o metas de largo plazo porque eso exigiría aspirar a un nivel superior de cultura que sería contraproducente para su permanencia en el poder. Pensar en el bien común para las siguientes generaciones sería tanto como educar a los demás en las exigencias que, tarde o temprano, le exigirán a él como gobernante. Es como buscar gobernar a enanos, porque si los ciudadanos fueran gigantes, la incompetencia de los líderes sería evidente.


Esta perversión es la que oculta el conocimiento y eleva a la ignorancia orgullosamente, que es la forma más sencilla de gobernar sin responsabilidad, porque se finge demencia, que es la forma más tramposa del olvido. Y cuando es más evidente que están escapando sin pudor gracias a los sofismas, nos quedamos callados y no aclaramos lo que con toda seguridad exigiría una mejor explicación. Todo porque es mejor no incomodar a los que tienen el monopolio del pan, el dinero y la educación según la etiqueta social. Y así, sólo los funcionarios menores son llevados un lugar en las cárceles.


Esta dictadura de la inutilidad, lo superfluo y el despilfarro, con ausencia total de la gestión de lo público, sólo conseguirá hacernos más tontos si no lo evitamos, si permitimos que la inercia permanezca en el mismo camino, si consentimos las mentiras de un informe de gobierno propagandístico.


El orgullo ignorante lo tiene aquel que cree saberlo todo de la vida, que menosprecia el conocimiento que otros tienen, y él no. Piensa que tener suerte en la vida le da derecho a denigrar a la gente estudiada. Piensa que elegir la ignorancia le hace mejor ser humano. Antepone el dinero a la cultura y, peor aún, usa su ignorancia para decir que no sabía lo que sus asesores hacían, para desobedecer las leyes que no le gustan y darse el gusto de explotar a quienes con su iniciativa, valentía y recursos emprenden proyectos para crear empleos y mejorar la calidad de vida de otros.


Quienes justifican sus errores, baja autoestima y el desprecio por los demás, usan el orgullo ignorante para crear esclavos a su imagen y semejanza, eliminan la justificación para perfeccionar el carácter o las cualidades personales y, para colmo, se dan el lujo de ser un mal gobernante, un líder demagogo y un pésimo jefe de familia. No hay interés por mejorar la vida de otros a fin de distinguir la verdad de la mentira, el bien del mal. Usa el orgullo ignorante para que nadie lo critique y que otros no descubran que los están engañando. Eso explicaría la perversión de la política actual.


Porque nadie parece hacerse responsable de lo que hace ni hacer responsables a los que nos gobiernan. Personas superficiales, producen personas superficiales; gente incapaz de responsabilizarse por algo, que escapa de la moral para no enfrentarse a los ciudadanos. El orgullo ignorante busca evitar que lleguemos a la mayoría de edad, no quiere ciudadanos que reclamen, sobornándolos para que no molesten, para que no usen el pensamiento crítico, para que se sientan orgullosos de su ignorancia y no cuestionen la corrupción económica, moral o cultural.


En las circunstancias actuales sólo es buen gobernante el que ofrece más gratificaciones inmediatas a sus votantes. Jamás hablará de sacrificio, planeación o metas de largo plazo porque eso exigiría aspirar a un nivel superior de cultura que sería contraproducente para su permanencia en el poder. Pensar en el bien común para las siguientes generaciones sería tanto como educar a los demás en las exigencias que, tarde o temprano, le exigirán a él como gobernante. Es como buscar gobernar a enanos, porque si los ciudadanos fueran gigantes, la incompetencia de los líderes sería evidente.


Esta perversión es la que oculta el conocimiento y eleva a la ignorancia orgullosamente, que es la forma más sencilla de gobernar sin responsabilidad, porque se finge demencia, que es la forma más tramposa del olvido. Y cuando es más evidente que están escapando sin pudor gracias a los sofismas, nos quedamos callados y no aclaramos lo que con toda seguridad exigiría una mejor explicación. Todo porque es mejor no incomodar a los que tienen el monopolio del pan, el dinero y la educación según la etiqueta social. Y así, sólo los funcionarios menores son llevados un lugar en las cárceles.


Esta dictadura de la inutilidad, lo superfluo y el despilfarro, con ausencia total de la gestión de lo público, sólo conseguirá hacernos más tontos si no lo evitamos, si permitimos que la inercia permanezca en el mismo camino, si consentimos las mentiras de un informe de gobierno propagandístico.