/ miércoles 16 de diciembre de 2020

Promovamos el consumismo

Hace justo 38 años, el gobierno federal lanzó una campaña que ha sido de las más exitosas en materia de ahorro familiar, porque se trató de evitar que la gente gastara innecesariamente dinero en las fiestas de la época navideña.

No era gratis el motivo de esa campaña: 1982 se marcó como el comienzo de la peor crisis económica mexicana desde 1930, lo que provocó la irritación de obreros, estudiantes y sectores productivos por la grave afectación de la economía mexicana.

El torpe argumento de que los mexicanos nos habíamos vuelto ricos gracias al petróleo, las erráticas políticas públicas y la desmedida y voraz estrategia de algunos importantes empresarios llevaron al país a un peligroso endeudamiento en moneda extranjera del 90 por ciento del producto interno bruto.

La paridad cambiaria se estremeció de un mes a otro, cuando el peso se cotizó de 26 a 37 por un dólar y para agosto de ese año, el tipo de cambio llegó a 104 pesos por dólar; los grandes capitales se esfumaron para convertirlos en moneda extranjera y los ahorradores de pesos mexicanos vieron cómo sus cuentas disminuyeron en más de la mitad.

Los bancos aumentaron en 200 por ciento los intereses moratorios y las deudas de bienes inmuebles fueron impagables; México se convirtió en un país sin control económico, por lo que, después de las lágrimas de José López Portillo y su máxima de “defender el peso como perro”, las familias mexicanas se quedaron desprotegidas y bajo esquemas de deudas inimaginables.

Pero la historia no es nuestro giro, no de las cosas comunes. Fue nada más para ubicarnos en el contexto, precisamente porque a finales de ese negro y caótico año, surgieron campañas de todo tipo, particularmente para que las familias mexicanas pudieran encontrar algo que les diera una esperanza que, a esas alturas, se veía lejano.

Entonces apareció una de las campañas mediáticas de alto impacto y que aún ahora se recuerda: “Regale afecto, no lo compre”. La Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) utilizó todos los argumentos propagandísticos para diseñar un modelo que le diera a las personas otras opciones, alejadas de regalos materiales.

Y es que no había dinero. Los ahorros se hicieron añicos, las deudas se comieron salarios e inversiones y la gente estaba desesperada. ¿Usted recuerda aquella campaña? Seguramente las nuevas generaciones ni idea de esto, pero los cincuentones como un servidor sí. Hoy no es para menos: la economía no es la mejor, los salarios no están en su justa dimensión y los ahorros cada vez son menos.

Yo por eso me propongo, ahora, promover el consumismo: con su mismo vehículo, con su mismo traje, con su mismo inmueble, con su mismo gasto, con su mismo pantalón, con su mismo perfume, con su mismo aparato de computación, con su mismo descanso (nada de vacaciones), con su mismo viejo… televisor… ¿O no? Digo, yo sólo escribo cosas comunes de diciembre.


Hace justo 38 años, el gobierno federal lanzó una campaña que ha sido de las más exitosas en materia de ahorro familiar, porque se trató de evitar que la gente gastara innecesariamente dinero en las fiestas de la época navideña.

No era gratis el motivo de esa campaña: 1982 se marcó como el comienzo de la peor crisis económica mexicana desde 1930, lo que provocó la irritación de obreros, estudiantes y sectores productivos por la grave afectación de la economía mexicana.

El torpe argumento de que los mexicanos nos habíamos vuelto ricos gracias al petróleo, las erráticas políticas públicas y la desmedida y voraz estrategia de algunos importantes empresarios llevaron al país a un peligroso endeudamiento en moneda extranjera del 90 por ciento del producto interno bruto.

La paridad cambiaria se estremeció de un mes a otro, cuando el peso se cotizó de 26 a 37 por un dólar y para agosto de ese año, el tipo de cambio llegó a 104 pesos por dólar; los grandes capitales se esfumaron para convertirlos en moneda extranjera y los ahorradores de pesos mexicanos vieron cómo sus cuentas disminuyeron en más de la mitad.

Los bancos aumentaron en 200 por ciento los intereses moratorios y las deudas de bienes inmuebles fueron impagables; México se convirtió en un país sin control económico, por lo que, después de las lágrimas de José López Portillo y su máxima de “defender el peso como perro”, las familias mexicanas se quedaron desprotegidas y bajo esquemas de deudas inimaginables.

Pero la historia no es nuestro giro, no de las cosas comunes. Fue nada más para ubicarnos en el contexto, precisamente porque a finales de ese negro y caótico año, surgieron campañas de todo tipo, particularmente para que las familias mexicanas pudieran encontrar algo que les diera una esperanza que, a esas alturas, se veía lejano.

Entonces apareció una de las campañas mediáticas de alto impacto y que aún ahora se recuerda: “Regale afecto, no lo compre”. La Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) utilizó todos los argumentos propagandísticos para diseñar un modelo que le diera a las personas otras opciones, alejadas de regalos materiales.

Y es que no había dinero. Los ahorros se hicieron añicos, las deudas se comieron salarios e inversiones y la gente estaba desesperada. ¿Usted recuerda aquella campaña? Seguramente las nuevas generaciones ni idea de esto, pero los cincuentones como un servidor sí. Hoy no es para menos: la economía no es la mejor, los salarios no están en su justa dimensión y los ahorros cada vez son menos.

Yo por eso me propongo, ahora, promover el consumismo: con su mismo vehículo, con su mismo traje, con su mismo inmueble, con su mismo gasto, con su mismo pantalón, con su mismo perfume, con su mismo aparato de computación, con su mismo descanso (nada de vacaciones), con su mismo viejo… televisor… ¿O no? Digo, yo sólo escribo cosas comunes de diciembre.