Es preocupante el avance y consolidación que tienen los gobiernos autoritarios en el mundo y la fatiga de los sistemas democráticos liberales a nivel mundial.
El índice de Democracia elaborado por The Economist Intelligence Unit advierte que, en el 2020, de los 167 países estudiados sólo 23 (el 14%) tenían democracias plenas, respetaban los derechos políticos, tenían elecciones libres y justas y contaban con un sistema eficaz de control y contrapesos institucionales.
En dicho estudio México aparece en el lugar 72 dentro de la categoría de “Democracia viciada”, es decir, que tiene elecciones libres, justas y respetuoso de los derechos civiles básicos, pero con grandes debilidades de gobernabilidad, baja participación y débil cultura política. Esta erosión democrática en México se ha agravado en la última década, al descender del lugar 50 que tuvimos en el 2010 con un puntaje general de 6.67, y llegar al lugar 72 en 2020 con un puntaje de 6.07 y disminuyendo cada vez más.
El creciente voto de los desilusionados ha propiciado el regreso del populismo y la desafección democrática en países como México en los que uno de cada cuatro ciudadanos le es indiferente el régimen político y el 22% (uno de cada cinco mexicanos) apoya los regímenes autoritarios; casi el doble del promedio de los países latinoamericanos, donde sólo el 13% apoya un régimen autoritario.
Los gobiernos autoritarios asumen formas diversas: países con gobiernos autocráticos que desmantelan el andamiaje institucional para consolidarse y perpetuarse, países con gobiernos fundamentalistas, países de un solo partido, etc.
Incluso los países tradicionalmente democráticos, como Estados Unidos de Norteamérica, hoy enfrentan crisis profundas de polarización y erosión de la cultura democrática.
México es un país remiso en la transición democrática y enfrenta con mayor vulnerabilidad la crisis mundial de las democracias liberales. Debemos actuar con rapidez y contundencia para acotar y controlar la concentración del poder. Defender los contrapesos institucionales como los órganos autónomos asediados por el populismo autoritario de AMLO y Morena. El INE está en su mira. La única arma que tenemos es la participación, la organización y la energía de los ciudadanos para su defensa. No existen democracias sin demócratas y no podemos rehuir el compromiso. Los partidos políticos tienen la responsabilidad de abanderar estas causas de manera prioritaria.
El Partido Acción Nacional históricamente se ha caracterizado por defender la democratización en México y por practicar la democracia en su vida interna. Sin embargo, esta situación se ha deteriorado desde que llegó al poder. La cooptación de sus órganos de gobierno, el control de los padrones de afiliación y la proliferación de prácticas clientelares han debilitado su fortaleza y legitimidad ante la ciudadanía. Es urgente corregir esta tendencia.
Ante el embate a la democracia en nuestro país, los ciudadanos requieren contar con un PAN fuerte, sólido y comprometido con las causas sociales y el fortalecimiento de la participación democrática en su vida interna para poder ofrecer una alternativa que hoy no aparece ante la mayoría de los ciudadanos.
La vocación social del PAN debe retomarse como el principal eje de propuesta para acercarse con los ciudadanos haciendo suyas las demandas de inclusión y de justicia de la gran mayoría de la población.
El PAN, puede seguir los pasos del Copei de Venezuela, que pasó del poder a la irrelevancia y posibilitó la llegada de la revolución bolivariana en 1998 de Hugo Chávez y de la cual aún no han podido salir.