El ejercicio de vernos reflejados en el proceso electoral chileno nos puede arrojar algunas luces interesantes para alumbrar nuestro entendimiento de lo que tenemos en México
En nuestro país carecemos de una izquierda democrática y ha sido suplantada por propuestas populistas y nacionalistas; pero también adolecemos de una derecha social y liberal, que ha sido ocupada por una derecha endogámica empresarial sin agenda de inclusión social para cerrar las brechas de desigualdad.
En Chile triunfó un joven con un discurso progresista en una segunda vuelta electoral refrescando el modo de hacer política a partir del diálogo y la consulta cercana, inclusiva, generando esperanza, más que miedo y polarización, para impulsar reformas a base de consensos sociales de colectivos dialogantes.
Se acreditaron las bondades de la segunda vuelta electoral para el decantamiento y consolidación de una sólida base de apoyo.
El alentador triunfo de Gabriel Boric anima el surgimiento de una nueva izquierda en América Latina y finalizó la época de la concertación que perdió su protagonismo, abriendo una nueva era y el gran reto político para redactar la Nueva Constitución.
Qué envidia nos generó Boric cuando declaró:
“Seré un presidente que cuide la democracia y no que la exponga,
que escuche más de lo que habla,
que busque la unidad
y atienda día a día las necesidades de las personas”
Su pragmatismo lo demostró después del estallido social, cuando le dio su apoyo al acuerdo por la paz que dio paso a la conformación de la Convención Constituyente.
Se pronuncia por expandir los derechos sociales de manera sostenible, cuidando la macroeconomía para no tener que retroceder.
Logró sumar los apoyos clave de los expresidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, pero también incorporando a nuevos liderazgos como Izkia Siches, joven médica feminista quien renunció a la presidencia del Colegio Médico para unirse a la campaña presidencial de Gabriel Boric como jefa de la campaña Apruebo Dignidad.
La lección de Chile es que la gente votó por un proyecto de unidad de la izquierda dialogante y democrática, por la juventud, por el futuro y desechó la campaña agresiva de la descalificación, el miedo y la nostalgia restaurativa del pasado. Ese es un mensaje oportuno para la oposición y para el oficialismo.
Los chilenos rechazaron las campañas agresivas que siembran miedo a las opciones progresistas y se orientan a restaurar el pasado. No articularon un discurso social que se conjugara con su propuesta de seguridad y estado de derecho.
La alianza opositora en México no ha logrado articularse y debe verse reflejada en la elección chilena para corregir sus estrategias y subsanar sus deficiencias. Falta el proyecto unificador, el discurso que entusiasme y el liderazgo que arrastre. Pero, sobre todo, falta poner por encima los problemas de la gente antes que los intereses de sus cúpulas para poder revertir su deterioro.