Me parece que es bueno recordar que no somos eternos en el mundo. Un día nos hemos de presentar ante el Creador. Por eso la Cuaresma empieza con la meditación: “Recuerda que eres polvo y al polvo has de volver”. Nos hace conscientes de nuestra finitud. Un día hemos de dejar al mundo. Y algo hay que dejar como nuestra estela por el paso por el mundo.
El mundo debe saber que hemos pasado por el tiempo, y hemos dejado para el universo un hecho concreto. Hemos recibido mucho del mundo, debemos, por gratitud, haber dejado, por lo menos, un bien tangible. Todo ser humano debe dejar una estela. No se necesita ser un cristiano, para pensar esto. Venimos al mundo para desarrollar un hecho perceptible. Si se te ha pasado el tiempo sin dejar un algo, has perdido tu existencia. Piensa que debes dejar a los humanos que sigan en la vida del mundo, cuando tú te vayas.
Si tienes una fe, tu responsabilidad es mayor. Creer en Dios, es una vocación. Crees en un Dios misericordioso y tienes la posibilidad de comunicar tu fe
Para que otros vivan como tú, la felicidad de tus creencias. En la imposición de la ceniza te recuerdan: “Conviértete y cree en el Evangelio. Si tienes fe, tu responsabilidad es vivir tu doctrina. El cristianismo es amor a los prójimos. Los bienes que posees han de ser poseídos por todos los otros. Las oraciones de la ceniza te enseñan: “Que los sacerdotes lloren, y lloren los ministros y digan: ‘Perdona Señor a tu pueblo. Y no cierren la boca para aquellos que alaban al Señor’”.
El Miércoles de Ceniza inicia el tiempo de la Cuaresma. La Cuaresma invita a mejorar la vida. Porque los hombres ignoran que el hombre es que en el mundo dominan los pecados. Hay que rectificar. Habremos de terminar la vida, por eso la vida es para arrepentirse de lo malo. Todos los humanos violamos el mal al prójimo. Necesitamos arrepentirnos de las violaciones. Se pide al Señor: “Ten piedad de nosotros porque hemos pecado contra ti”.
La muerte es un hecho ineludible que no se puede ignorar o minusvalorar. A muchos les aterra ese momento que inexorablemente llegará. En la liturgia anterior al Concilio Vaticano II, la Iglesia iniciaba un periodo de reflexión sobre la muerte, sobre la muerte de Cristo, y sobre la propia muerte. La Cuaresma se iniciaba con el Miércoles de Ceniza. Muchos católicos que no gustaban de vivir el culto de la Iglesia, no faltaban a tomar ceniza. Las palabras que recitaba el sacerdote eran: “Memento homo, quia pulvis es”. Acuérdate hombre, que eres polvo. Hubo dos libros que ayudaban a la reflexión: “La Imitación de Cristo” de Tomás de Kempis, y “La Preparación para la Muerte” de Alfonso María de Ligorio. Son libros que no pasarán de moda. No hay otra petición que la que recitamos en el Ave María: “Ruega por nosotros en la hora de la muerte”. A la hora de salir de la vida, no hay otra recomendación que aceptar el hecho, y morir en paz y en tranquilidad.