Daniel Kahneman, Olivier Sibony y Cass R. Sunstein, en un interesante libro titulado “Noise: a Flaw in Human Judgement”, examinan a profundidad el fenómeno del ruido. No se refieren al ruido acústico, sino a la variación en las conclusiones que expertos en algún tema obtienen de los mismos datos, una vez descartado el prejuicio que también aparece en las decisiones humanas.
Médicos expertos discrepan en el diagnóstico de un mismo caso y lo mismo ocurre con los criterios judiciales. En el texto al que aludimos se menciona que en los Estados Unidos, acudir a una audiencia de un tribunal migratorio para solicitar asilo es tanto como comprar un boleto de lotería con la esperanza de “pegarle al gordo”.
Hace unos años, un estudio en Israel reveló que la probabilidad de obtener una resolución favorable a una solicitud de libertad anticipada para condenados en materia penal, aumentaba considerablemente si la audiencia era de las primeras del día. Los pobres justiciables de las últimas horas prácticamente estaban condenados a que se les negara el beneficio.
Incluso en ciencias “duras”, como la física, el margen de interpretación de los datos abre el espacio para el ruido, como bien lo hizo notar Thomas Kuhn, con su notable teoría del paradigma vigente. Resulta que la ciencia “dura” no es tan “dura”.
El fenómeno del ruido se corresponde con los hallazgos obtenidos, en sus investigaciones, por Hugo Mercier y Dan Sperber y que publicaron en “The Enigma of Reason”. La razón es engañosa, concluyeron los neurocientíficos franceses y frecuentemente conduce a conclusiones equivocadas o erróneas.
La imagen del pensador solitario puede tener cierta fuerza en ciencias formales en las que la claridad de los datos deja menos margen de interpretación. Pero aún ahí se dan errores catastróficos, como los penosos estudios de Isaac Newton sobre la alquimia, que hacen irreconocible al físico que revolucionó la mecánica.
Sin embargo, esto no significa que la razón no sirva para nada o que no existan criterios objetivos para establecer la verdad. Mercier y Sperber también encontraron que los procesos deliberativos entre personas humanas disminuyen el riesgo de error. La construcción colectiva del discurso como criterio de verdad, que tan importante ha sido en el pensamiento de Habermas, ha comenzado a ser corroborada por la psicología experimental.
Si trasladamos estas reflexiones al ámbito del gobierno de los asuntos humanos, resulta claro que la democracia debe ser no sólo representativa, sino también deliberativa. Y no únicamente por una razón de justicia, es decir, para evitar abusos de poder, sino también para disminuir el riesgo de decisiones que, por solitarias y a veces también soberbias, resultan perjudiciales, cuando no catastróficas, para los miembros de una comunidad política.
Es, por tanto, de la mayor importancia, que, en el ejercicio de la autoridad, se tenga siempre la capacidad de dialogar, de consultar, de deliberar y de construir acuerdos para el bien común de quienes, por convivir en un mismo tiempo y espacio, tienen atada su suerte a un destino común. Es el único camino para reducir el ruido que tanto daño nos hace. Porque, como bien se dice, el ruido no hace bien y el bien no hace ruido.