Cada vez es más evidente: El escenario base es que el partido del presidente continúe seis años más, a menos que suceda algo grande y diferente en la oposición:
Que se logre un cambio en las dirigencias o un cambio de las dirigencias de los partidos de oposición; que se logre una emancipación de las organizaciones de la sociedad civil; que los empresarios abandonen su actitud obsecuente, que se construya un consenso narrativo de futuro, alternativo a la narrativa populista de la 4t.
Algo grande y diferente también en el método de selección de los candidatos con la participación directa de los ciudadanos por medio de elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) que resuelva la crisis de representación que afecta a los partidos cada vez más.
Requerimos de los partidos políticos, los necesitamos, pero no como están. Con esa falta de credibilidad entre la población. Con esa falta de propuesta y de liderazgos que motiven y convenzan para impulsar un proyecto de futuro que contraste con el proyecto de pasado de Morena:
Seguridad ciudadana, no militarización; fortalecimiento de la sociedad civil y de la participación ciudadana, no al caudillismo de encarnación popular; una sociedad del cuidado, del desarrollo de capacidades y el acceso a las oportunidades de la población con visión de derechos, no a la visión asistencialista que fomenta el clientelismo paternalista; la transición energética hacia las energías limpias y los objetivos de desarrollo sostenible y no la apuesta a las energías fósiles y contaminantes; el combate a la pobreza y a la desigualdad con políticas públicas basadas en evidencia y no programas de gasto de efecto regresivo; federalismo auténtico, no al centralismo; buscar el consenso democrático, no la polarización.
Los ilusos sostienen que, si en la oposición decimos que vamos avanzando, eso nos dará ánimo y confianza para fortalecernos. Yo soy de la idea de que el autoengaño y la autocomplacencia nos alejan de la meta y confunde el diagnóstico, acreditándose los fracasos del gobierno federal, como triunfos de la oposición. La única que le está propinando derrotas a AMLO es la realidad, no la oposición.
La narrativa de la alianza PAN-PRI-PRD sobrepondera los 30 diputados que disminuyó el bloque oficialista al pasar de 308 a 278 escaños como su principal logro, sin reconocer que esa disminución es un reflujo normal de cada elección intermedia: Zedillo disminuyó 61 diputados, Fox 55, Calderón 63, Peña 38 y AMLO sólo 30. Por el otro lado, la alianza PAN-PRI-PRD desestimó el crecimiento de Morena en las pasadas elecciones locales, en las que avanzó de 6 a 16 estados al arrebatarle al PRI 8, al PAN 2 y al PRD el único que gobernaba, que era Michoacán. El dirigente del PAN, Marko Cortés, disfrazaba los malos resultados diciendo que habían aumentado en población gobernada en los municipios por los triunfos en la Cd. y el Estado de México, pero no reconoce que disminuyó fuertemente en población gobernada en los estados (PAN baja de 35 millones en 2018 a 23 millones en 2021); y que el panorama para el 2022, en sus propias palabras estima perder 5 de las 6 gubernaturas.
La oposición no ha asimilado lo que ocurrió en el 2018.
Más que el triunfo de Morena, lo que se dio fue el colapso de los partidos tradicionales del PAN, PRI y PRD. Los ciudadanos votaron por un cambio. Si bien este cambio no se ha conseguido con las propuestas de AMLO, la oposición no puede fincar su oferta en una restauración, sino en una profunda autocrítica y reformación, con una ambiciosa propuesta de inclusión, combate a la desigualdad y ampliación de los derechos de las y los mexicanos.