Sincretismo es la amalgama de dos o más religiones o expresiones culturales. Me pareció que mi último blend, mezcla de uva zinfandel y shiraz, se merecía ese nombre. El catolicismo mexicano es un sincretismo religioso. Los nativos tuvieron que acomodarse a las creencias de los españoles, pero integraron ritos y arte, tal como los angelitos indígenas en los frescos de las iglesias de Puebla, a su nueva fe.
Usted sabe, querido enófilo, enófila, que la razón de hacer un blend es para conjugar las diferentes características de las uvas. En este caso zinfandel es una uva con sabores de frambuesa, mora, anís y pimienta, es de cuerpo medio, y el Shiraz es de color oscuro, muy intenso, de mucho cuerpo y con aromas a fruta madura. Así que saboréese la mezcla.
Además, afortunada como soy y haciendo una recapitulación de mis experiencias como wine maker, lo más interesante no son, precisamente, los nombres de las etiquetas o decidir cuál blend hacer sino las personas que he conocido alrededor de esta grandiosa labor, como son los y las enólogas, somelliers, winemakers, propietarios de viñedos, bodegas que apuestan al vino mexicano. Todos soñadores y deseosos de dominar el arte de elaborar y saberlo todo sobre enología. Y sobre todo los clientes que han venido a contarme mil historias del vino y otros amores.
Y en cuestión de viñedos ni se diga. Conocí, por ejemplo, en el pueblo de Parras, Coahuila, el complejo de Vinícola Parvada y me quedé impactada. Es un lugar con hotel, casas, lago artificial, capilla y salón para bodas, alrededor de una especie de nido. El diseño arquitectónico de Vinícola Parvada es grandioso, merece la pena quedarse unas tardes a caminar por los viñedos de la mano del amor de su vida, o ya de perdis del de turno. Lo interesante es que en Chihuahua ya pronto tendremos un desarrollo habitacional y campestre igual o mejor a este, gracias a los decididos empresarios de aquí.
El mundo del vino lo reúne todo: el misticismo de la parra que con poca agua se entusiasma y da unos jugosos racimos de uva, luego la sorprendente fermentación que ocurre al primer calorcito y convierte el jugo en vino. Y después de un año en tanque, los cientos de aliños y la guarda, finalmente llega el sagrado momento de nombrar la etiqueta: sincretismo.
Por cierto, mi nueva etiqueta llevará este poema:
Págame vida, mis dramas en dinero:
mil millones por la espina del primer amor,
doscientos por seguir insistiendo,
trescientos por la angustia de los hijos,
por el miedo a Dios, burdo invento, quinientos,
por la juventud que desagradecí y está perdida, seiscientos.
Y por esta intransigente,
imperiosa,
corpórea,
constante,
y nativa
necesidad de amar…
No me pagues nada:
¡Abramos un vinito!
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Miembro AECHI