Por: Oscar A. Viramontes Olivas
Pocos antes de la intensión del cierre de templos anunciado por parte del arzobispo de Chihuahua, don Adalberto Almeida y Merino, los obispos de Chihuahua, recibirían una notificación tajante de Roma, “un jalón de orejas”, donde se les ordenaba suspender las medidas de protesta; bajo la ley canónica, era ilegítimo suspender el culto, por ello, los obispos se plegaron al Vaticano y al gobierno del entonces presidente Miguel de la Madrid. Sin embargo, el precedente estaba dado, la Iglesia católica se había atrevido a tocar de manera amenazante un momento de debilidad estructural, y una de las fibras más sensibles en que se había apoyado tradicionalmente el viejo sistema político mexicano
Muchos obispos respaldaron al arzobispo Almeida y repudiaron, “ad intra”, el colaboracionismo entreguista del Nuncio Apostólico Emérito en México Girolamo Prigione; sin duda, fue un parteaguas que marcó la irrupción política de la Iglesia, favorecida por el declinamiento y erosión paulatina del sistema político. El “caso” Chihuahua, marcaría una nueva etapa de negociación y correlación política, entre la Iglesia y el Estado; dos instituciones que, manteniendo intactos sus principios, habían desgastado su pacto inicial de convivencia, y se disponían a renegociar. La Iglesia católica, mediante la presión pública y social, perfectamente coordinada con la negociación privada, cupular y tradicional, obtendría una serie de triunfos que culminarían con “el fin de la simulación”, es decir, se modificaría la Constitución y se entablarían relaciones diplomáticas con el Vaticano. La acción de Almeida Merino a la larga, significó un proceso de reacomodo de actores, por ello, la jerarquía católica, durante décadas, identificada con el reaccionarismo político petrificado, de pronto emerge identificada con los reclamos sociales de democracia, y de nuevas reglas de juego, así como la inclusión de nuevos jugadores en el complejo entramado político.
El arzobispo de Chihuahua como el obispo de Juárez, se les asignaron, antes de su jubilación, obispos coadjutores para neutralizar su tarea. A Talamás, le impusieron nada menos que a Juan Sandoval Íñiguez, un prelado entregado al sistema y a monseñor, Adalberto a José Fernández Arteaga (uno de los obispos de mucha polémica dentro del escenario político y eclesiástico), el cual significaba el final de sus actividades, pues estos dos personajes, Sandoval y Fernández, sería el “punta pie” para que tanto Talamás y Almeida cayeran, en definitiva.
Chihuahua se había convertido en una hoya de presión ante el proceso electoral que se avecinaba, donde el electorado, se encontraba por un lado furioso por las acciones tomadas por la parte oficial, otro, estaba desconcertado debido a que los azules estuvieron empañando el panorama político de todo el estado de Chihuahua. En cambio, existía otro sector que se encontraba al margen de todos estos asuntos, pero que tenían la convicción de ejercer su voto, dependiendo de los escenarios que se fueran desarrollando antes del 7 de julio de 1986. Así mismo, la “intervención” de la jerarquía eclesiástica en los asuntos electorales, era por un lado criticado severamente por un sector que señalaba que “zapato a tus zapatos” o “dar al Cesar lo que es del Cesar”. Así mismo, un grupo importante de fieles consideraban positivo que, sus jerarcas levantaran la voz dentro de la política, pues se decía que ya existía un hartazgo en contra del sector oficial y su partido, y que, a buena hora, los líderes religiosos habían expresado diferentes posturas ante el conflicto de 1986. Así mismo, la vocería de la arquidiócesis de Chihuahua al mando del ilustrísimo padre Dizán Vázquez Loya, mostraba una clara postura de la iglesia sobre el asunto de las elecciones de 1986, pues años atrás, desde 1980 y 1983, se había anunciado y publicado uno de los documentos relacionados con el tema, el cual, se refería a una carta pastoral que fue denominada: “Votar con responsabilidad, una orientación cristiana”, donde se orientaba a todos los curas de la diócesis, a tratar de orientar a sus fieles en lo referente al voto, cuyo común denominador, era la reflexión profunda de cómo elegir a un candidato, tomando en cuenta la honestidad y trayectoria de quien aspirara a un puesto de elección popular.
Esta carta ponía el dedo en la llaga, ya que, el mensaje iba encaminado a que el sufragio efectivo, no se contaminara por decisiones y presiones de grupos, sino que el electorado fuera más cuidadoso en elegir a sus candidatos y partidos, con el fin, que tuvieran un compromiso real con la problemática social. Por ello, el arzobispo de Chihuahua, solicitaría para la presentación del folleto, se estudiará en grupos organizados en las parroquias, movimientos y organizaciones apostólicas de la arquidiócesis, y, además, solicitaría a los sacerdotes que, ayudarán a los votantes a reflexionar el contenido. Claramente se podía detectar que la Iglesia contaba con una organización importante para socializar cualquier tipo de mensaje. Este texto, sería el inicio de una teología electoral. En él, se apreciaban tres estrategias ideológicas que fueron eficaces: el destacar la legitimidad para participar en política, como la voz autorizada para los cristianos; con esta premisa de validez, la iglesia condenaba las ideologías adversas a la suya, y volvía al ámbito valorativo del deber ser, y el establecer, como un deber del cristiano, la participación política y el voto, así, como conclusión, le daba un contenido al voto que sea por “el partido que busque los cambios profundos en la sociedad”.
Sin embargo, esto generó mucha polémica, sobre todo, en el sector de los tricolores, y otros de la sociedad civil, principalmente en algunos grupos masones, los cuales, emitieron algunos pronunciamientos que señalaban que lo expresado por la carta pastoral, y lo emitido frecuentemente por Dizán Vázquez, era un lenguaje de doble moral, por parte de la jerarquía eclesiástica, ya que, esto significaba una intromisión directa en las elecciones que en aquel entonces, era muy “pecaminoso”, porque violaba el artículo 130 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. En relación a los grupos denominados: “Comunidades de base”, que consistía en un movimiento nacional, cuya presencia estaba encaminados hacia los sectores populares (colonias periféricas y grupos campesinos). Este sector cristiano, tenía una inclinación política hacia la izquierda que, hasta la fecha, los partidos de esta tendencia no han sabido capitalizar. El resto ha proliferado en grupos carismáticos que, de alguna forma, fueron identificados con los blanquiazules y que, este supo aprovechar con el fin de mover sus tentáculos electorales en aquellos años convulsionados de los ochenta.
Ante todo este panorama social, político y eclesiástico, don Adalberto Almeida era cuestionado en una entrevista que se le hiciera en 1986, de la siguiente manera: “Ustedes los obispos del norte, ¿son de tendencia panista?, para lo cual contestó: “Ahora resulta que los obispos del norte somos panistas, pero en el sur ¿son comunistas?, porque el que tiene en jaque en algunos lugares al PRI no es el PAN, sino el PSUM” que era el Partido Socialista Unificado de México, por lo que evidentemente no queremos pugnar por un partido político, sabemos que son una parte muy transitoria, si alguna lección sacó la Iglesia católica del siglo pasado, fue que no tenía que ligarse con ningún partido político, y además, si de veras anduviéramos buscando un organismo político que nos sirviera de apoyo, nos iríamos con el PRI, pues después de cincuenta y tantos años de estar probando que tienen la sartén por el mango, ¿quién va a andar buscando otro partido? La fecha se acercaba y el ambiente estaba más candente que nunca, y otro de los protagonistas de toda esta pasión era el líder y luchador social, maestro de profesión, el profesor Antonio Becerra Gaytán, que había sido elegido por el Partido Socialista Unificado de México, como candidato a la gubernatura del estado de Chihuahua, y aunque no se le veían muchas posibilidades de colocarse en un buen lugar en las elecciones, no bajaba la guardia, advirtiendo uno de esos días tan candentes ante los medios de comunicación, que: “El proceso electoral corría el riesgo de desembocar en una tremenda guerra religiosa por la insistencia, tanto del PRI como del PAN, de apoyarse en asuntos espirituales para obtener triunfos en los comicios de julio, pues era evidente, la inclinación de estos institutos políticos de involucrar a religiosos, sacerdotes, obispos y feligresía, en una dura batalla campal para ganar electorado”.
El 17 de junio de 1986 en la sesión de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, las elecciones en Chihuahua se empezaban a salir de control entre crudas acusaciones de los dos principales partidos, y no se diga eso, la guerra sucia que estaba denigrado al proceso y estaba generado una polarización de la sociedad…Esta crónica continuará.
Fuentes
Hemeroteca del Heraldo de Chihuahua, 1980 a 1986.
La Jornada, junio de 2008.
Doctor en Administración. Maestro investigador FCA-UACh.
violioscar@gmail.com
oviramon@uach.mx