Los focos rojos se han encendido por doquier con el triunfo electoral de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Pero el suyo no es sólo un triunfo electoral, lo más preocupante es que es un triunfo ideológico, un triunfo de la manera de pensar de un grupo social que ahora se ha revelado como mayoritario.
Hay un giro que debería preocuparnos en el sentido común, en los significados que grandes segmentos de la población mundial le están dando a la realidad cotidiana global. Esto es lo que ha permitido el ascenso de gobiernos de las diversas versiones de la extrema derecha en muchos países de Europa, como en Italia, Hungría, Polonia, Francia, Argentina, donde sólo la unión de la izquierda pudo evitar el triunfo del Frente Popular (de extrema derecha) pero que luego fue revertido por el nombramiento de un primer ministro derechista por el presidente Emmanuel Macron.
Aunque dentro de la extrema derecha hay matices, las maneras de pensar, las mentalidades que han hecho posible su ascenso político en diversos países, tanto en los Estados Unidos como en el resto del mundo revisten algunas de estas características:
Rechazo por los gobiernos de centro y socialdemócratas que por su tibieza ante el neoliberalismo no han podido mejorar el nivel de vida de la clase trabajadora afectada por la globalización de la economía. Consecuentemente, rechazo por la globalización económica neoliberal que hace perder empleos bien remunerados en algunos países para ser llevados a otros países generalmente del Sur, donde hay mano de obra barata.
Rechazo a las personas migrantes, por ser vistas como causantes de violencia, de pérdida de identidad blanco-europea, de competencia desleal por empleos en los países de destino, por ser vistas como fuentes de contaminación de las pretendidas pureza racial, cultural y religiosa.
Rechazo generalizado a las personas diferentes: no sólo en cuanto a etnia, color y religión. Rechazo a las personas de diversas identidades sexuales, a las reivindicaciones de las mujeres, de las juventudes, de los derechos humanos.
Negación sistemática de hechos como el cambio climático global. Insistencia en que no se trata de una transformación del clima causada por el hombre y el industrialismo, sino un ciclo natural recurrente. Por lo tanto, rechazo a las medidas de amortiguación o contención como la reducción de gases de efecto invernadero, la reducción de la producción industrial, la búsqueda de energías limpias etc.
Reivindicación de un pasado ideal, homogéneo y luminoso, pero que nunca existió: la grandeza del Estados Unidos blanco, anglosajón y protestante que promueve Trump. El europeísmo preconizado por Milei en Argentina, etc.
La raíz de todos estos rechazos y negaciones es el miedo. Miedo de algunos sectores sociales a perder más de lo que ya han perdido por las políticas neoliberales, miedo de los que no han perdido a perder lo que han acumulado, miedo a aceptar lo diferente, lo otro en términos religiosos, étnicos o sexuales, de raíces más subconscientes, miedo al futuro, ansiedad ante el cambio climático, la explosión de las adicciones, los conflictos armados.
Este miedo ha sido muy bien capitalizado, por personalidades autoritarias, simplistas y demagogas como Trump, como Milei. Por eso han logrado triunfos tan contundentes en el último año.
El miedo de la gente es profundamente humano. No lo son las aparentes soluciones que pretenden los políticos de extrema derecha.
¿Cómo comprender y encauzar de otra manera este miedo, esta ansiedad? Como hacer para que la aceptación de la diferencia, para que la globalización de la cooperación y de la solidaridad, para que la paz global fundada en el respeto, la justicia y no en la carrera armamentista sea lo que de seguridad y tranquilidad a las mayorías. Ese es el gran reto de las fuerzas progresistas.
Doctor en Ciencias Sociales, Director General de Tecnificación del Riego en Sader