Claudia Sheinbaum está a punto de asumir la presidencia en un México condicionado por las políticas de Andrés Manuel López Obrador. Aunque aún no ha presentado oficialmente una reforma energética, es previsible que siga el rumbo trazado por su predecesor, priorizando el fortalecimiento de Pemex y la CFE. Esto, más que un legado, parece una camisa de fuerza que limitará su capacidad de acción.
El enfoque de soberanía energética, que busca reducir la dependencia de las importaciones y fortalecer a las empresas estatales, ha sido criticado por expertos como Jesús Carrillo, del Instituto Mexicano de la Competitividad (IMCO). Carrillo señala que mantener un sector tan centralizado desalienta la inversión privada y limita la competencia, elementos clave para el desarrollo de energías limpias. El hecho de que la CFE controle más del 54% del mercado eléctrico deja poco espacio para la innovación y el avance tecnológico.
Aunque Sheinbaum ha hablado de una transición energética, el peso que se sigue otorgando a Pemex es inconsistente con ese objetivo. David Shields, analista energético, ha señalado que Pemex, con una enorme deuda, sigue siendo un obstáculo para la modernización del sector. Insistir en la refinación de combustibles fósiles en lugar de enfocar los esfuerzos en energías renovables podría agravar el retraso de México en la transición energética.
Además, la inversión que se necesita para modernizar la infraestructura energética es considerable. Se estiman costos de hasta 40,000 millones de dólares, lo que aumentará la presión sobre las finanzas públicas, ya comprometidas por el mal desempeño financiero de Pemex. Esta inversión masiva necesaria para ampliar la red de transmisión, corre el riesgo de no rendir los frutos esperados si no se acompaña de una diversificación real de las fuentes energéticas y una apertura al sector privado.
Las promesas de energías renovables quedan en segundo plano frente al peso que sigue teniendo la política de combustibles fósiles. Esto compromete no sólo la competitividad del país, sino también su capacidad para cumplir con compromisos internacionales en materia de reducción de emisiones.
El verdadero problema no es solo la continuidad de las políticas de López Obrador, sino la falta de flexibilidad que tendrá Sheinbaum para implementar cambios sustanciales. En lugar de un margen para maniobrar, Sheinbaum se encuentra con un esquema predefinido que prioriza a empresas que ya no son competitivas en el mercado energético global. Esto la limita en su capacidad para introducir las reformas necesarias para que México avance hacia un futuro energético sostenible.
La verdadera camisa de fuerza es esta: el país seguirá atado a un modelo basado en la CFE y Pemex, en lugar de avanzar hacia un sistema más dinámico y competitivo, que apueste por las energías renovables. Si Sheinbaum no logra romper con esta inercia, México seguirá rezagado, tanto en términos económicos como ambientales.