La primera vez que escuché la palabra yúmare fue en la década de los ochenta, la canción titulada de ese modo era interpretada ni más ni menos que por la leyenda del jazz Tino Contreras, sí, ese multinstrumentalista chihuahuense que compartió escenarios con gigantes como Dave Brubeck y Duke Ellington. La canción se me quedó grabada en el inconsciente, creo que a todo mundo le pasa que algunas canciones de la infancia (o que escuchamos ayer), se quedan de manera permanente en nuestra radio mental y en ocasiones son programadas por ese DJ que no controlamos, sin embargo, jamás indagué sobre el significado de esa palabra, algunos años después descubrí que se trata de una ceremonia sagrada que une a los pueblos ralámuli, o'oba, warijó y o'dami.
No sé si fue serendipia o fue obra de esos procesos de caos y equilibrio que nos da la entropía, pero recientemente tuve la suerte y el honor de participar como tenanche (fiestero o una especie de servidor en la ceremonia) en el yúmare de Guachochi, por invitación del antropólogo Nicolás Víctor Martinez, encargado de la oficina de representación del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) en Chihuahua y de Luis Leonardo Padilla Chavira, director de la estación de radio XETAR, La Voz de la Sierra Tarahumara, el motivo fue la celebración del 72 aniversario del INPI y 42 de la radiodifusora, asimismo, la ceremonia contó con el invaluable apoyo del presidente municipal José Miguel Yáñez Ronquillo.
Lo primero que se debe entender, es que el yúmare no es tan solo una fiesta, es la escenificación de la creación del mundo y una forma de equilibrarlo a través del sacrificio, el perdón, la ofrenda, la danza, la música, el canto, el consumo de carne y bebiendo tesgüino (sowiki), una cerveza derivada del maíz. Onorúame, el que habita arriba y es madre y padre, se debilita y es necesario alimentarlo y fortalecerlo, a diferencia del omnipotente Dios de las tres principales religiones monoteístas, que permanece invariablemente poderoso a lo largo del tiempo. El ritual es posible llevarlo a cabo en distintos momentos del año, y entre muchos otros motivos, puede ser porque queremos bendecir la cosecha, dar gracias por algún acontecimiento, o porque pedimos que llueva.
El ser tenanche es una responsabilidad muy grande y un honor, la labor no consiste solo en acudir meramente como vicario y cooperar con una vaca (dependiendo del número de personas que asistirán), sino que se debe aportar maíz y leña para la elaboración de varios litros de tesgüino. Entre las múltiples actividades se encuentra el proveer durante toda la noche hasta el amanecer, de bebida y comida para las y los cantantes, músicos y danzantes que llevan a cabo la extenuante ceremonia.
Es así, que parte esencial de las labores es aprender a servir el sowiki, para quien no lo ha probado, es difícil explicar su sabor, es un poco ácido, pero al mismo tiempo suave en el paladar, pero lo más interesante es aprender algunas sutilezas que envuelven el hecho de servirle a las miles de personas que acudieron en esta ocasión a danzar y celebrar en la ciudad de Guachochi. Lo primero, es aprender a servir en la hueja, un recipiente hecho de corteza de calabaza, una vez que se le ofrece el líquido a una persona, debemos estar preparados para que nos la devuelva en señal de que nos da el honor de tomar primero, a lo cual no nos podemos negar, después, debemos servirle y repetir estos pasos con quien necesite el sagrado líquido. Hay que perder el miedo a bailar en público, puesto que, en determinados momentos, el tenanche debe acompañar al resto de las y los danzantes bailando en un patrón concéntrico en trayectorias circulares alrededor de tres cruces y honrando a los 4 puntos cardinales, la noche es fría, pero con la danza, el tesgüino y la charla con gente perteneciente a diversos pueblos y comunidades indígenas se sobrelleva de manera más fácil (algunas provenientes de Ciudad Juárez, Chihuahua, Hidalgo del Parral e incluso otros estados del sur).