/ viernes 7 de junio de 2024

Zoon Politikón en el 2024

Este 2 de junio, nuevamente, la guerra imaginaria entre el “bien” y el “mal” se plantó en el tablero de la historia y no quedó sitio para los indecisos o los grises. Sobre esto, Maquiavelo sostuvo que la historia nunca perdonaría a los tibios, pues los opresores los considerarían enemigos al no aliarse con ellos, y los oprimidos les odiarían siempre por ser insensibles a su lucha. Sin embargo, en un sistema democrático cuyas propuestas resultan incomprensibles o francamente inverosímiles, ¿qué papel debería tomar el elector responsable? ¿decidir plantado en su ignorancia o su desprecio? ¿votar por “corazonadas”? Tal vez la democracia no sea perfecta, y la voz del pueblo se limita a elegir la herramienta con la que será flagelado, consciente en que la negación no evitará su tormento; o quizá sea una oportunidad.

La política en México ha atravesado períodos amargos. Edwin Carcaño, analista de las generaciones sociales en la historia, afirma que las instituciones que crearon nuestros abuelos experimentan: nacimiento, fortaleza, decadencia y colapso, ciclo que se repite cada cien años. Nuestro presente está gobernado por una generación de “profetas” que nacieron antes -o poco después- de la mitad del siglo XX y que, en un último intento, se aferran a que las instituciones no desaparezcan, al igual que su visión del mundo. En ese afán de enquistarse en el futuro, insisten en la supervivencia de sus partidos o modelos políticos a través de sus hijos, la generación X.

Decía Umberto Eco, en su libro “De la estupidez a la locura”, que los grandes capos de la mafia italiana se reunían al centro de las plazas públicas -infestadas de gente- cuando querían tomar decisiones importantes; la razón era muy simple, en medio de tantas conversaciones simultáneas, las palabras criminales se perdían para el oído de la policía. Lo mismo explicó Ray Bradbury, en Farenheit 451, cuando describió una sociedad rodeada por pantallas que no dejaban de hablar, de bombardear con contenido basura, manteniendo al observador privado de lo real. Tal vez en estas elecciones -o incluso en esta época- sufrimos de lo mismo: nos mutilaron el criterio a través de los celulares, los televisores y las computadoras. Nos alimentamos de mentiras disfrazadas de verdades; agresiones camuflajeadas como empatía; sonrisas fingidas y promesas vacías; mucha esperanza sin arraigo en la historia. Esto debe cambiar.

El sentido de estas elecciones puede interpretarse de diversas maneras, según el observador y su intención. Hay quienes afirman que “fue un golpe de autoridad de la clase más vulnerable en contra de sus inquisidores blancos y ricos”; otros, más reservados, atinan a decir que “se trató de una consecuencia lógica y natural ante una mala elección de candidata por parte de la oposición”; en otro sitio, los conspiranóicos -que quizá tengan razón- sostienen que “fue el resultado de una elección de Estado construida desde el 2018”. Cual sea la lectura, muchos despertamos el 3 de junio sintiendo que algo se salió de toda proporción: la excesiva disminución de voces antagonistas en el Congreso de la Unión.

Mi mamá dice que “cuando una tienda no tiene competencia, esta se vuelve abusiva con los precios”; así sucede con la política: se necesita de fuerzas representativas y fuertes que generen diálogo. Estas no tienen que imitar a su contraparte para ganar adeptos; tienen que estar abiertas a la retroalimentación sin abandonar del todo su ideología, su agenda. Voces diferentes generan diálogos constructivos. Es deber del oficialismo velar por el nacimiento de una oposición que esté a su altura, que le contradiga y nutra: eso es democracia.


Voy y vengo

Doctor en Derecho. Director de Derecho, Economía y Relaciones Internacionales en el Tec de Monterrey.

lgortizc@gmail.com

youtube: lgortizc


Este 2 de junio, nuevamente, la guerra imaginaria entre el “bien” y el “mal” se plantó en el tablero de la historia y no quedó sitio para los indecisos o los grises. Sobre esto, Maquiavelo sostuvo que la historia nunca perdonaría a los tibios, pues los opresores los considerarían enemigos al no aliarse con ellos, y los oprimidos les odiarían siempre por ser insensibles a su lucha. Sin embargo, en un sistema democrático cuyas propuestas resultan incomprensibles o francamente inverosímiles, ¿qué papel debería tomar el elector responsable? ¿decidir plantado en su ignorancia o su desprecio? ¿votar por “corazonadas”? Tal vez la democracia no sea perfecta, y la voz del pueblo se limita a elegir la herramienta con la que será flagelado, consciente en que la negación no evitará su tormento; o quizá sea una oportunidad.

La política en México ha atravesado períodos amargos. Edwin Carcaño, analista de las generaciones sociales en la historia, afirma que las instituciones que crearon nuestros abuelos experimentan: nacimiento, fortaleza, decadencia y colapso, ciclo que se repite cada cien años. Nuestro presente está gobernado por una generación de “profetas” que nacieron antes -o poco después- de la mitad del siglo XX y que, en un último intento, se aferran a que las instituciones no desaparezcan, al igual que su visión del mundo. En ese afán de enquistarse en el futuro, insisten en la supervivencia de sus partidos o modelos políticos a través de sus hijos, la generación X.

Decía Umberto Eco, en su libro “De la estupidez a la locura”, que los grandes capos de la mafia italiana se reunían al centro de las plazas públicas -infestadas de gente- cuando querían tomar decisiones importantes; la razón era muy simple, en medio de tantas conversaciones simultáneas, las palabras criminales se perdían para el oído de la policía. Lo mismo explicó Ray Bradbury, en Farenheit 451, cuando describió una sociedad rodeada por pantallas que no dejaban de hablar, de bombardear con contenido basura, manteniendo al observador privado de lo real. Tal vez en estas elecciones -o incluso en esta época- sufrimos de lo mismo: nos mutilaron el criterio a través de los celulares, los televisores y las computadoras. Nos alimentamos de mentiras disfrazadas de verdades; agresiones camuflajeadas como empatía; sonrisas fingidas y promesas vacías; mucha esperanza sin arraigo en la historia. Esto debe cambiar.

El sentido de estas elecciones puede interpretarse de diversas maneras, según el observador y su intención. Hay quienes afirman que “fue un golpe de autoridad de la clase más vulnerable en contra de sus inquisidores blancos y ricos”; otros, más reservados, atinan a decir que “se trató de una consecuencia lógica y natural ante una mala elección de candidata por parte de la oposición”; en otro sitio, los conspiranóicos -que quizá tengan razón- sostienen que “fue el resultado de una elección de Estado construida desde el 2018”. Cual sea la lectura, muchos despertamos el 3 de junio sintiendo que algo se salió de toda proporción: la excesiva disminución de voces antagonistas en el Congreso de la Unión.

Mi mamá dice que “cuando una tienda no tiene competencia, esta se vuelve abusiva con los precios”; así sucede con la política: se necesita de fuerzas representativas y fuertes que generen diálogo. Estas no tienen que imitar a su contraparte para ganar adeptos; tienen que estar abiertas a la retroalimentación sin abandonar del todo su ideología, su agenda. Voces diferentes generan diálogos constructivos. Es deber del oficialismo velar por el nacimiento de una oposición que esté a su altura, que le contradiga y nutra: eso es democracia.


Voy y vengo

Doctor en Derecho. Director de Derecho, Economía y Relaciones Internacionales en el Tec de Monterrey.

lgortizc@gmail.com

youtube: lgortizc