Memorias de Chihuahua
Hoy en tiempos de pandemia ocasionada por el virus del Covid-19, desde el Archivo Histórico Municipal de Parral hacemos reflexión de las contingencias sanitarias que en otros tiempos afectaron al mundo, que llegaron a México y particularmente, que incidieron en la vida de los pobladores del estado de Chihuahua.
En esta ocasión abordaremos el tema del cólera morbus, una vieja enfermedad bacteriana que sabemos en la actualidad es principalmente transmitida por el agua y los alimentos contaminados por heces fecales de personas enfermas. Sin embargo, a principios de siglo XIX se sabía muy poco de ella, y debido a sus efectos como la muerte inminente por deshidratación, era realmente temida.
Este mal era conocido en el Viejo Mundo, había sido ya identificada en la antigua Grecia, China e India. Pero no fue hasta 1817 cuando se produjo la primera epidemia del bacilo que azotó el sureste asiático. No obstante, para 1829 surgió un nuevo brote que se extendió hasta el continente americano, llegando a Estados Unidos y finalmente a México en 1833.
Se trataba de una enfermedad desconocida en el país, en un tiempo en el que republicanos y centralistas se discutían el poder, las arcas públicas estaban exhaustas y la sanidad no era una prioridad. El rumor de la inminente llegada del cólera morbus a la joven nación se esparció con rapidez, hasta que finalmente apareció en Veracruz, Puebla, Ciudad de México, Guadalajara y otras ciudades importantes.
Chihuahua no fue la excepción, el 17 de septiembre de 1833 el entonces gobernador constitucional del estado, José Isidro Madero, emitió un comunicado a la población con el fin de se aplicaran prevenciones para contener la amenaza.
El documento que actualmente se conserva en el AHMHP expresa que para esa fecha el “Cholera morbus” había ocasionado funestos estragos en muchos puntos de la República y que se debía actuar rápido para evitar sus crueles efectos.
En este sentido, la autoridad recomendó que todos los vecinos a las 8 de la noche pusieran enfrente de sus viviendas una luminaria de ocote o pino. También ordenó regular la matanza de reses y prohibió, al menos en la Capital del Estado, toda reunión de ganado lanar, cabrío, de cerda y vacuno.
Asimismo, dispuso que se cuidara escrupulosamente la venta de comestibles, es decir, que estos se comerciaran en la mejor calidad: semillas nuevas, carnes gordas (sólo de novillo, vaca y carnero castrado) y que el pan fuera de harina pura, bien cocido y esponjado.
En el comunicado también se prohibió la venta de chile verde, de carne de marrano, de carne seca, de grasas o mantecas rancias, de pescado salado, de queso añejo, así como de todos los géneros de frutos verdes. Igualmente se condenó la venta de toda clase de licores fuertes, como el vino, el aguardiente, el tepache y el tesgüino, a menos de que se presentara una boleta facultativa. En cuanto a las casas de los vecinos, el manifiesto obligó a que éstas se blanquearan con cal. De igual manera los corrales, caballerizas, letrinas y baños debían permanecer siempre limpios.
Para cuando la epidemia arribó a la ciudad de Chihuahua, el gobernador Madero ya había prohibido las grandes reuniones y los bailes, y que los expendios no vendieran ninguna clase de verduras u hortalizas.
Finalmente, el temible mal llegó al estado en octubre de 1833, dejando, según la historiadora Chantal Cramaussel, 168 muertos en Río Florido, 240 en Valle de Allende, 51 en Atotonilco, 18 en Parral, 1 en Rosales y otro más en la Capital del Estado. Conforme pasaban los días e iniciaba la temporada invernal la amenaza iba cediendo, pues en ese tiempo no se sabía, pero la bacteria no soporta las temperaturas gélidas.