Memorias de Chihuahua
Al igual que muchos otros niños, Fernando fue llevado al catecismo; ahí le enseñaron todo lo que debía saber en lo que concierne a la fe católica. Conforme pasaba el tiempo, el chico dejó de profesar la religión que sus padres y catecistas le enseñaron, y aquellos diez mandamientos, sobre todo el sexto, aquel que dice no cometerás adulterio, cayeron en el olvido.
No sería hasta después, cuando Fernando estuvo tras las rejas en el año de 1960, que recordó que el incumplimiento de dicho precepto era grave y no solo bastaba con irse a confesar con un cura para que todo quedara perdonado, sino que debía arreglar todo con los jueces de este mundo.
Fernando Quezada era un joven nacido y criado en Nuevo Casas Grandes. Era taxista y estaba casado con Blasa desde el mes agosto de 1954. Seis años llevaba casado con Blasa cuando comenzó un desencanto por aquella mujer; según él, ella no cumplía con sus labores domésticas, no lo atendía de la forma adecuada, y por si fuera poco, argumentaba que no había llegado casta al matrimonio. Vayan los lectores de este artículo a saber si esto era justificado o no, lo que sí, es que por aquellos años conoció otra mujer.
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Al poco tiempo, las discusiones en el hogar de la familia comenzaron a ser más frecuentes, siendo las hijas de este matrimonio las principales espectadoras. Tiempo después Fernando optó por abandonar a su familia para irse a vivir con Soledad. Esta última tenía veinte años y era originaria del municipio de Guerrero, y quien además estaba profundamente enamorada de Fernando.
En este punto es importante señalar que en México, hasta el año de 2011 en todos los Códigos locales de cada estado el adulterio era considerado un delito, y como tal, era castigado hasta con prisión.
Ante tal situación, Blasa decidió acudir al ministerio público para interponer una demanda, ya que su marido estaba cometiendo el crimen de adulterio; además, Fernando tenía meses residiendo con Soledad, y según los vecinos, este se encontraba amueblando la casa y ejerciendo el rol de marido. Cabe agregar que la mujer abandonada comenzó a tener dificultades en el sostenimiento del hogar, pues se había quedado sola con sus dos hijas.
Al poco tiempo de recibir la denuncia, el ministerio público comenzó con las respectivas indagatorias. Empezaron entrevistando a los vecinos de Soledad y compañeros de trabajo de Fernando, quienes no dudaron en colaborar con las autoridades. Todo apuntaba a que las acusaciones eran ciertas, y lo único que el ministerio público requería, era que Blasa demostrara que estaba casada legalmente con Fernando.
Una vez comprobado el matrimonio, el juez dictaminó la aprehensión de Fernando y Soledad, quienes se encontraban en su hogar al momento de ser arrestados. Una vez en los separos, Soledad no dejaba de llorar, pues jamás se imaginó que aquel romance pudiera llevarla a donde estaba.
Posteriormente, fueron llevados a la cárcel pública municipal; el tiempo que pasarían tras la rejas no quedó expuesto -al menos no en el expediente- pero lo cierto es que no tuvieron derecho a fianza, complicando así la situación de ambos adúlteros.
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