Cuentan que en el río Conchos, en el pueblo de Julimes, existe una zona de remolinos subacuáticos altamente peligrosos cuya fama de traicioneros es tal que solo aquellos que desconocen sobre ellos arriban a la zona para refrescarse durante los calurosos días de verano. Este peligroso lugar se ubica exactamente debajo de donde fueron colocados los balnearios de aguas termales, a la altura del primer paso.
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Los remolinos que se forman debajo de la superficie de las aguas en este punto han cobrado ya algunas vidas, sin embargo, y curiosamente, todo indica que este tipo de “holocausto” humano natural tuvo origen durante el mes de septiembre de 1987, cuando según recuerdan los lugareños, debido a un fenómeno natural, decenas de personas quedaron incomunicadas en Julimes.
Con la urgencia de conseguir víveres para sus familias, personas comenzaron a aventurarse a cruzar el río a bordo de frágiles embarcaciones. Sin embargo, una vez del otro lado, igual debían esperar hasta conseguir algún transporte más resistente. Durante ese lapso, no obstante la fortuna de muchos, tres improvisados lancheros no lograron sobrevivir ante la fuerza de la corriente, dejando en el río sus vidas como si de un sacrificio se tratase.
El cadáver del primero de los infortunados fue encontrado quince días después de que fuera devorado por las aguas del Conchos. La corriente golpeó su cuerpo una y otra vez contra las afiladas piedras del fondo a lo largo de casi treinta kilómetros antes de expulsarlo a la superficie. Uno más pereció cuando su frágil embarcación fue azotada contra un pico de cascajo del vado, dejándole expuesto a la imparable fuerza de la corriente.
La tercera vida cobrada ese año, fue un jovencito de solo diecisiete años. Fue devorado por el río en la infame zona de remolinos, a la altura del paso de las albercas termales, a menos de tres kilómetros al poniente del vado.
El adolescente, más osado que prudente, se aventuró a intentar cruzar las embravecidas aguas del Conchos sobre el lomo de un caballo. Fue un baile al otro lado lo que orilló al muchacho y sus camaradas a intentar lograr la proeza, sin embargo, el resto de jinetes desistió de su intento al sospechar que los corceles no podrían contra la fuerza del río. Cuentan que al grito de “¡zacatones!”, el joven galopó a todo trote hasta la orilla del río, donde hizo saltar a su caballo sobre una raíz de álamo para volar sobre las aguas y caer nuevamente en el turbio y bravo río.
Tras un par de segundos devorados por las aguas, el joven y su caballo emergieron de nuevo para luchar contra la tempestuosa corriente. Desde la montura, el jinete tiraba de la rienda del equino y lo guiaba en diagonal hacia la orilla al otro lado del río. Pese a sus intentos por calmar al animal, en cuestión de segundos, sus compañeros vieron como el caballo comenzó a girar velozmente sobre su eje: en un instante la vorágine los trago frente al incrédulo e impotente grupo de amigos.
Ni el cuerpo del joven o el cadáver del equino pudieron ser recuperados…
A partir de entonces, cuentan que incluso con aguas someras, los remolinos amenazan las vidas de personas o animales que se atrevan a cruzar por dicho punto. Cuentan los lugareños, que el eco de aquel osado joven en ocasiones aún puede escucharse cuando, en medio del mutismo de las noches, una voz grita desesperada, tratando de calmar a su corcel…
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Con información de Adrián Berrios