Abandonada, prácticamente en ruinas, desde la cima de una cumbre escalonada, la iglesia de Cristo Rey en Aquiles Serdán se muestra intimidante desde el lejano horizonte. Dicen que es en este templo donde personas han estado a punto de perder la cordura tras haber visto merodear un oscuro monje en las derruidas instalaciones.
El edificio fue construido por la empresa minera Minieng Company, y para llegar a ella es necesario subir una pesada escalinata de alrededor de 155 escalones. Y fue al cierre de esta compañía que el recinto dejó de funcionar, por lo que poco a poco, debido a la dificultad que representa llegar hasta ella a pie, los parroquianos dejaron de acudir a ella y optaron por construir una nueva con un más fácil acceso.
A un costado del templo, fue edificada también una escuela, sin embargo, ambos edificios son constantemente vandalizados ante la falta de seguridad en el lugar.
Como una atalaya, el otrora magnífico edificio, se mantiene aún en pie en las alturas de uno de los cerros que rodea la comunidad de Santo Domingo, en el ya mencionado municipio chihuahuense. Visitantes recorren durante el día, al resguardo de la luz del sol, los rincones y pasillos de este polvoso recinto abandonado. Pero es durante la noche, cuando incluso los animales parecieran evitar en medida de lo posible acercarse siquiera por error al lúgubre edificio. Pocos son quienes se aventuran a entrar a la boca del lobo para avistar algún fenómeno sobrenatural.
Pasada la medianoche, afirman que un monje caído en desgracia deambula los oscuros corredores y lóbregos salones como penitencia de alguna falta que en vida cometió contra sus sagrados votos. Quienes le han visto, lo describen como un espectro envuelto en un negro hábito y de mirada fija en el infinito.
Embelesado por la versión de un supuesto espectro que resguarda el edificio, un joven Alberto decidió aventurarse al lugar y decidir por si mismo si acaso aquellas historias sobre el monje oscuro eran reales.
Al filo de la medianoche abandonó la seguridad de su casa en la ciudad de Chihuahua y se dirigió en taxi hasta el pie del cerro que resguarda el decadente templo. Pese al seco frío invernal, Alberto llevaba solo puesto un ligero abrigo y en su mano una linterna.
Agitado logró llegar a la cima del cerro luego de subir por la empinada escalinata de cemento y, una vez frente al templo, se armó del poco valor que le quedaba para entonces y antes de introducirse al lugar decidió dar algunas vueltas alrededor del templo.
El viento gélido recorría los rincones del edificio y el polvo que se levantaba ante sus ojos simulaba burlones fantasmas danzando ante el débil brillo de la linterna. Dio al menos un par de vueltas en torno al templo antes de que finalmente se decidiera a ingresar, pero antes de ello decidió primero asegurarse de que no sería víctima de algún bromista o vándalo que, al igual que él, hubiera decidido pasar la noche en la iglesia.
Gritó un tímido “hola” sin obtener respuesta alguna excepto la de su voz regresando a sus oídos en forma de eco. Luego faroleó con su linterna en búsqueda de algún movimiento en el interior del edificio y, una vez que se aseguró de que estaba solo en el lugar, dio el primer paso dentro del templo. Apenas alcanzó a andar algunos cuantos metros y a echar un vistazo a lo que anteriormente era el altar, su cuerpo dejó de responder y su mente se oscureció al sentir una pesada presencia que seguía de cerca sus pasos. Parado en medio del salón, Alberto giró para ver aquello que se había colocado a sus espaldas, descubriendo un enorme individuo cubierto con una túnica negra.
Con una voz ronca y baja, el monje pronunció solo tres palabras a Alberto “sal de aquí”, dijo la espectral figura antes de que el aterrorizado joven cayera con todo y linterna al suelo debido a la impresión y, como un relámpago, en medio de la más fría y oscura penumbra, bajara a rastras la larga escalinata para finalmente perder el conocimiento al pie de esta.
A la mañana siguiente un comerciante lo encontró casi muerto de hipotermia; Alberto estuvo a punto de perder la vida, según se supo luego y, aunque escépticos nieguen la existencia de un monje maldito que resguarda el templo, a Alberto no le queda la menor duda de que el lugar nunca está solo.
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Con información de Adrián Berrios