La polarización política del país es el camino más llano para que nuestra sociedad termine presa del autoritarismo y la represión, la violación de los Derechos Humanos y la restricción de las libertades fundamentales. Es el camino más fácil para que brote la anarquía, la descomposición política y la corrupción. La responsabilidad de impedirlo no sólo recae en la fuerza política que tiene más poder, sino prioritariamente también en el ámbito de la oposición.
Ricardo Haro, destacado jurista argentino, describió que la función que debe desarrollar la oposición (y no sólo habla de la oposición política institucional, sino también la que emana desde el mismo seno de la sociedad o desde sus múltiples formas de organización, entre ellas los medios de comunicación) está dividida en tres funciones esenciales: primero y como más importante, la colaboración institucional; en segundo lugar el control y finalmente la contestación.
En un artículo de Karla Chávez, publicado en Letras Libres, se refiere a Ricardo Haro cuando apunta que “una oposición sólida no se construye solamente a partir de votos en contra de las propuestas presentadas por el Ejecutivo y su partido político, sino también en la discusión con sus adversarios de los mecanismos con los que se solucionarán las problemáticas de un país. El pluralismo y la convivencia en el disenso son, en palabras de Haro, “presupuestos inexcusables de la democracia”. La oposición debe buscar gobernar desde la colaboración y asumir la responsabilidad de disentir y de apoyar buscando el mayor bienestar para la población”.
Y agrega que en una verdadera democracia representativa la oposición tiene todo el derecho a limitar al gobierno en turno, pero también debe promover el pluralismo y la convivencia en el disenso. “Sólo así se puede impulsar la búsqueda del mayor bienestar para la población”.
Tal parece que en nuestra sociedad, la “oposición” invirtió este orden funcional y, más allá, se ha elegido menospreciar el desarrollo social, la gobernabilidad y la convivencia pacífica. Basta escuchar las descalificaciones, la crítica destructiva e incluso la tergiversación de los dichos y hechos de quienes detentan el poder, para estar en posibilidades de prescribir como la oposición nos conduce al autoritarismo, la represión, la violación de los Derechos Humanos y la pérdida de nuestras libertades.
Haro insiste que ciertamente es derecho de la oposición “hacerse oír, para debatir, criticar, denunciar, investigar, ilustrar a la opinión pública y ejercer su derecho a convertirse en mayoría”, pero todo ello debería de supeditarse a la búsqueda del bien común, no a los intereses de grupos políticos, comerciales o que vienen del exterior.
Karla Chávez agrega que el politólogo italiano Giovanni Sartori advirtió acerca de las oposiciones irresponsables. Según él, una oposición se comporta de manera responsable si está consciente de que tendrá que rendir cuentas. Por otra parte, “se espera que una oposición sea tanto menos responsable cuanto menos esperanzas tenga de gobernar”. Esto tiene como consecuencia que los partidos opositores débiles, en un intento por obtener beneficios de quienes están en el poder, olviden su tarea de control y antepongan sus intereses a los de la ciudadanía.
Ojalá que esas reflexiones de dichos estudiosos expertos del papel de la oposición, sirvan para proteger nuestra cada vez más debilitada democracia y para fomentar una sana civilidad política.